Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


Скачать книгу
permites elegir por ti? —comentó Donovan.

      Alcé la vista y le sonreí.

      —Adelante —contesté.

      Sonrió complacido y. sin ver el menú, ordenó varios platillos con un par de nombres extraños, a los que no les presté mayor atención, además de ordenar vino tinto. El lugar era italiano y, sinceramente, hacía demasiado que no probaba ese tipo de comida. Me alegraba volver a hacerlo, ya que esta era deliciosa.

      —Te va a encantar —aseguró con una sonrisa.

      —Nunca me habían invitado a cenar —declaré repentinamente.

      —¿Nunca has tenido novio? —Me miró curioso.

      —Por supuesto que sí. Tengo diecisiete años. Es normal que haya salido con chicos, pero nunca ha sido a una cena.

      —Me alegra ser el primero en ello —reveló sin mala intención.

      No pude evitar sonrojarme. Bajé la mirada y me pregunté cómo supo que yo no era virgen. En mi vida sexual, solo había existido un chico, lo cual no me era muy agradable recordar.

      —No tienes qué avergonzarte por nada, Kairi. Tu pasado no me importa. Tu presente es lo que cuenta para mí —me tranquilizó.

      Le sonreí agradecida.

      De pronto, fuimos interrumpidos por el mesero, que llegó con nuestros platos. Lo que había en el mío tenía muy buena pinta. Así que, al mismo tiempo que Donovan, comencé a cenar.

      Él, de vez en cuando, me dedicaba una mirada. Bebía de su copa, mojando sus labios, tentándome cada vez que lo hacía. Me moría por besarlo, pero ya lo haría cuando estuviera dentro del auto. Sorprendente era la manera en que siempre me hallaba atraída y seducida por su boca. Suspiré y seguí cenando hasta que mi plato estuvo vacío, al igual que el de mi acompañante.

      —La cena estuvo deliciosa. Gracias por traerme aquí —comenté sincera.

      —No me des las gracias.

      Entonces, un hombre se acercó a nosotros, interrumpiendo momentáneamente nuestra pequeña charla. Él era un hombre maduro, alto, de buen ver. Tenía un aire poderoso y oscuro, que solo había notado en dos personas, y una de ellas estaba sentada frente a mí. Su cabello era castaño, casi oscuro, y el color de sus ojos era tan negro como el carbón.

      —Hijo, no me dijiste que vendrías —se quejó el señor.

      Donovan sonrió y se levantó de la mesa. Ahí entendí el reconocimiento de mi parte con aquel hombre.

      —Ya que estoy aquí, quiero presentarte a Kairi Baker —dijo, señalándome—, mi novia. Kairi, él es mi padre, Adrián Black.

      Me incorporé de la silla para saludarlo. Él extendió su mano hacia mí, dio un apretón fuerte y me observó con odio por una fracción de segundo, por lo que no pude deducir si lo imaginé.

      —Al fin te… conozco, Kairi —murmuró algo serio e incómodo con mi presencia.

      Sin embargo, no entendía por qué.

      —Mucho gusto, señor Black —respondí tensa, pero luchando fervientemente por escucharme tranquila.

      —El gusto es mío. Tantos años esperando para conocerte… —musitó con un deje de resentimiento en su voz.

      No supe qué decir. En sus palabras había algo oculto, pero, por más que intentaba encajarlas y encontrarles sentido, me era imposible.

      «¡Corre!», gritó mi subconsciente. Pero, aunque yo lo quisiera, tal parecía que no importaría el lugar donde me escondiera: nunca estaría a salvo.

      CAPÍTULO 12

      Solté su mano. Apenas había transcurrido un tiempo considerable, pero él no me agradaba. Desprendía un aura desagradable, que me hizo desconfiar. Me embargaba el mismo sentimiento que Christian y Donovan me provocaban, aunque este último poco a poco se estaba ganando mi confianza, y no podía deducir si eso era bueno o malo. Sinceramente, deseaba con todas mis fuerzas que fuese bueno, que no me estuviese equivocando al permitir que Donovan entrara cada vez con mayor fuerza a mi vida. Porque, sin duda, las palabras de Derek se habían quedado ancladas en mi mente y no perdían el tiempo en repetirse una y otra vez, como una resonancia eterna que no me abandonaba. Me cuestionaba en diferentes ocasiones y en situaciones como esta si realmente Derek mentía. Me iba a sentir como una estúpida si al final de todo resultaba que él había sido el único que me había hablado con la verdad. Oí un carraspeo, parpadeé un par de veces, frenando mis pensamientos, y al fin mi cerebro reaccionó, prestando atención a palabra por palabra que salió de la boca de aquel hombre.

      —¿Años? —murmuré confusa.

      Él sonrió de lado, y entonces supe de dónde había heredado Donovan su belleza.

      —Mi hijo nunca me había presentado a una de sus novias. Eres la primera. Debo suponer que significas mucho para él, tanto como para traerte a mí —explicó sereno.

      Negué repetidamente con mi cabeza.

      —Creo que es muy pronto para decir eso. Apenas nos estamos conociendo —repuse.

      Él imitó mi gesto.

      —Hay amores que surgen desde el primer cruce de miradas, otros que tardan años. En sí, el tiempo no es de vital importancia.

      En cierto modo, acepté que tenía razón. Sin embargo, no me encontraba de acuerdo con sus palabras. De todos modos, me mantuve callada, sin replicar en lo absoluto.

      —Creo que interrumpí. Será mejor que los deje terminar su cita.

      Su mano buscó la mía de nuevo. Sin poder hacer nada más, la tomé y sentí un estremecimiento que me recorrió de pies a cabeza. Como una sensación de frío que se instaló en mi estómago, la cual era similar al miedo.

      —Un gusto conocerte —añadió mirándome, sin soltar mi mano.

      —Igualmente —contesté formal.

      Se despidió de Donovan, que se mantuvo callado hasta que su padre desapareció de nuestra vista. Entonces, dejó un par de billetes sobre la mesa y capturó mi mano con la suya. Su toque cálido era cada vez más familiar para mí. Podía llegar a decir que en cualquier lugar podría llegar a reconocer sus manos.

      —Vamos, quiero llevarte a un lugar —anunció caminando conmigo.

      —¿A dónde?

      —Ya verás —contestó con una sonrisa cómplice.

      Subimos al auto. Como siempre, me encantó recibir su perfume en mi nariz al estar dentro del vehículo. Decidí no preguntar más a dónde me llevaría, así que permanecí en silencio desde que salimos del restaurante. Pasados los minutos, Donovan conducía por una carretera desolada, por la que nunca antes había recorrido. El paisaje era algo siniestro: árboles altos y tupidos de un lado y del otro hacían todo digno de una película de terror. No lograba entender a dónde se dirigía; ahí no había nada. Debía estar nerviosa, experimentando miedo, pero extrañamente, cerca de Donovan, todos esos sentimientos desaparecían. Era un hecho que me confundía, dado que a veces podía percibir una desconfianza y un miedo por él, y otras simplemente podía sentirme la mujer más segura teniendo su cercanía. Al cabo de un rato, al fin se detuvo. Estacionó el auto a un lado de la carretera, apagó las luces y dejó todo en completa penumbra. Apenas lograba ver su silueta. Bajó del auto y abrió mi puerta, sujetó mi mano y, entonces, comenzó a caminar conmigo para dirigirnos al bosque. Él prácticamente me llevaba, ya que yo a duras penas podía ver por dónde iba.

      —Espera, Donovan, ¿a dónde demonios me llevas? —cuestioné mientras me detenía y miraba a mi alrededor.

      La


Скачать книгу