Dulce tortura. Elena López

Dulce tortura - Elena López


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que veas un lugar conmigo —dijo volviendo a caminar.

      —No me gusta adentrarme en el bosque de día. ¿Qué te hace pensar que lo encontraré más atractivo de noche?

      Solamente rio.

      —Te aseguro que lo es.

      —No —repliqué—. Puede haber animales salvajes.

      —¿Qué? ¿Un lobo gigante? —se burló.

      —Exactamente —argumenté de malas. No me resultaba gracioso el recordarlo.

      —Tranquila. Vas conmigo, de mi mano. Nada va a sucederte.

      Ahora quien rio fui yo. Vaya temperamental que me estaba volviendo.

      —Claro. Si me encuentro con un lobo, dirá: «Tranquila, chica. No pienso atacarte porque vas de la mano de Donovan Black».

      Soltó una carcajada mientras negaba con la cabeza una y otra vez.

      —Sí que tienes sentido del humor, ¿eh? —se mofó de nuevo.

      No quise profundizar en lo mucho que me estaba gustando ver su sonrisa.

      —Es sarcasmo, idiota —mascullé entre dientes.

      —Lo sé, Kairi. Suelo usarlo a menudo.

      No respondí, no deseaba discutir más. Además, me regaló una bonita noche, claro que haciendo a un lado esta visita nocturna al bosque. Él caminó casi tirando de mi cuerpo. Estábamos subiendo y me alegré enormemente de no usar tacones o algo parecido. Donovan, por su parte, parecía conocer como la palma de su mano cada camino: sus pasos eran seguros y se hallaba tranquilo, sumergido entre la oscuridad de aquellos espesos árboles que nos rodeaban, como si perteneciera aquí. No me atrevía a preguntarle cuánto tiempo pasaba explorando este tipo de lugares y por qué.

      Tiempo después llegamos a lo más alto, a un lugar despejado de árboles que nos regalaba una vista hermosa de toda la ciudad. Solté la mano de Donovan y anonadada caminé acercándome a un precipicio. El vértigo se instaló en mi estómago de manera brutal, tragué saliva y reuní el valor para mantenerme ahí. El viento soplaba con fuerza en aquel sitio que se encontraba totalmente descubierto; había árboles, pero no demasiados. Las luces de la ciudad iluminaban una parte del cielo, lo cual hacía imposible que las estrellas se pudieran observar, pero había otra parte libre de la luz artificial. Debía decir que nunca había visto un cielo más bello. Me encontré fascinada con la vista. La luna simplemente era hermosa, adornaba perfectamente aquella extensión oscura que sería el cielo sin ella.

      —Es… hermoso. No… —me detuve—. Esa palabra se queda demasiado corta para poder describir todo esto.

      Los brazos de Donovan se cerraron alrededor de mi cuerpo; rodeó mi cintura con ellos y atrapó mis manos entre las suyas, dándome calor inmediatamente.

      —Sabía que iba a gustarte.

      —¿A quién no? —murmuré apoyando mi cabeza contra su pecho—. Estás tan cálido siempre… No entiendo cómo lo haces.

      —Soy un chico muy caliente.

      Reí inevitablemente.

      —Entendí el doble sentido de eso —dije sonriendo.

      —Ese era el punto —replicó.

      —La mayoría del tiempo eres un idiota, pero puedes ser lindo a veces —bromeé.

      —Trataré de ser lindo contigo siempre. Quiero verte feliz, Kairi.

      Solté sus manos y di la vuelta para mirarlo. Sus ojos eran completamente oscuros. Me miraba con algo de dulzura y cariño. Fue extraño. No podía decir que tenía sentimientos por él; solo era atracción.

      «Por ahora».

      Vaya, ahí estaba mi subconsciente de nuevo. Genial.

      Sin previo aviso, sus labios se unieron con los míos. Agradecí que estos, al menos, detuvieran las insinuaciones de mi subconsciente. Rodeé su cuello con mis brazos, tomé su cabello entre mis dedos y jugué con él mientras lo atraía más a mi boca, devorando sus labios y sintiéndome tan bien al percibir su calor. Él, como siempre, logró que me olvidara de todo a mi alrededor. Solo existíamos nosotros, y aquello me hizo temer. Era como si estuviese tomándome de a poco, haciéndome suya, alejándome de lo demás, de toda relación que pudiese tener con el exterior. Y yo, sin darme cuenta, se lo permitía.

      —Te quiero, Kairi —susurró entre besos.

      Un cosquilleo me recorrió de pies a cabeza al escucharlo. Era demasiado pronto para que me dijera esas palabras. Simplemente creía que debes conocer mucho a alguien, conocerlo en la mayoría de sus facetas, tanto buenas o malas, para así poder decir con toda confianza que lo quieres. Porque ¿cómo hacerlo cuando apenas cruzas palabras con esa persona? No obstante, lo dicho por su padre se repitió en mi cabeza: «El tiempo no es de importancia».

      Debería de ser así.

      «¿Y tú cómo demonios vas a saber eso si nunca te has enamorado?».

      «Calla, maldita sea. No necesito enamorarme para tener una idea de lo que es el amor.

      Recuerda que he leído demasiados libros, estúpido subconsciente». «No me callaré. No puedes comparar leer con experimentar» Demonios, quizá tenía razón… Quizá.

       —¡Kairi! ¡Donovan ya está aquí!

      —¡Ya bajo! —grité, tomando mi mochila, y di una última mirada en el espejo.

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