Dulce tortura. Elena López
—gritó escandalizada mientras yo reía.
—Es broma.
—Pues qué bromitas las tuyas —masculló. Se acercó a mí y plantó un beso en mi frente—. Descansa. Cualquier cosa, me llamas.
—Sí, vete a arreglar ya.
Volví a cerrar mis ojos. La escuché salir de mi habitación y, mientras esperaba que el sueño me abordara, seguía sus movimientos por la casa. El suelo rechinaba con cada paso que daba y me imposibilitaba un poco la tarea de dormir, además de que ya había dormido lo suficiente. Mas no quería levantarme de la cama. Me resultaba tan extraño tener esas reacciones en mi cuerpo, que hubiera estado bien antes de discutir con Donovan y luego, de la nada, un malestar del demonio cayera sobre mí.
«Quizás así se sentían las maldiciones que caían sobre las almas gemelas de los lobos». Ignoré aquel pensamiento estúpido que, vaya a saber por qué, abordó mi mente.
Me acomodé boca arriba mirando el techo con las manos sobre mi abdomen y oí que se cerraba la puerta de entrada, lo que me hizo saber que ella ya se había ido. Mi estómago protestó haciéndose presente, recordándome que no había ingerido alimento alguno. No obstante, mis ánimos por levantarme de la cama eran nulos. Así que lo mandé callar y volví a cerrar los ojos, aunque no por mucho, ya que alguien comenzó a golpear la puerta con fuerza.
Me senté rápidamente sobre la cama, y sentí más denso el dolor al hacerlo. Parecía que no iba a irse ya que, en lugar de disminuir, iba en aumento. Además, sentía un vacío en mi pecho, la falta de algo, la necesidad de estar con alguien… Con Donovan.
Tenía la imperiosa necesidad de verlo. Me dolía el pecho al no tenerlo cerca. Aquello me estaba asustando. No lo amaba, quizá sentía cariño por él, pero no era lo suficiente como para que estuviera extrañándolo de esa manera.
Me levanté de la cama, echando abajo mis esperanzas de que quienquiera que fuera dejara de tocar.
Bajé con cuidado los escalones, abrí la puerta de entrada y me encontré con Donovan frente a mí. Contuve el aliento y fingí una indiferencia que distaba de sentir.
—¿Qué haces aquí? —cuestioné brusca.
—¿Es tan difícil deducirlo? —replicó con una sonrisa que bailaba en sus labios.
—Donovan, no estoy de ánimos para discutir contigo. Me siento mal.
—Y es por eso también que estoy aquí.
—No me digas que eres doctor —dije con burla.
—No, ese es mi hermano, que precisamente está teniendo una cita con tu hermana en estos momentos «Demonios».
CAPÍTULO 10
Donovan y su maldita costumbre de dejarme con la boca abierta. No podía creer que fuera precisamente su hermano quien estuviera saliendo con Maddy. Esto no me parecía una coincidencia, no. Definitivamente, había algo más. Las casualidades no existían, joder, no.
—Eso no puede ser verdad —susurré atónita.
—Lo es —refutó, como si nada.
—¿Qué demonios hace tu hermano con mi hermana? Mejor dicho, ¿qué es lo que ambos traman?
—No tramamos nada —contestó sereno e inalterado—. Ustedes son atractivas. No es extraño que nos gusten.
—No me trago ese cuento. Y ahora, vete. Ya me encargaré de alejar a Maddy de las garras de tu hermano.
Dibujó una pérfida sonrisa en sus labios rojos.
—No puedes huir de las mías, y ¿quieres salvar a tu hermana? —inquirió burlón, por lo que un escalofrío fue enviado a mi espina dorsal.
Intenté cerrarle la puerta, pero, como era obvio, él era mucho más fuerte que yo: la empujó y entró a mi casa sin ser invitado.
—Lárgate; no te invité a entrar.
—Sí, cada vez me dejas más en claro que distas mucho de tener modales.
—¡Vete! —grité, con unas ganas enormes de llorar—. No quiero tenerte cerca ni tengo ánimos de pelear, me siento mal.
—Es por eso que estoy aquí —repitió cerrando la puerta.
—¿En serio? ¿Acaso sabes de medicina?
—No, pero tenerme cerca es tu mejor medicina. Siempre lo será —dijo sonriendo de lado.
—Y he aquí la arrogancia personalizada —expresé señalándolo de pies a cabeza.
Soltó una risa, que no hizo más que llevar en aumento mi enfado. Era un idiota, y nunca me cansaría de repetirlo.
—¿Qué demonios quieres de mí, Donovan? —solté sin más. Estaba cansada de todo—. ¿Sexo? Adelante, tengámoslo si así me libro de ti.
—Vamos, Kairi, no estoy detrás de ti por sexo. —Ladeó su cabeza y volvió a sonreír—. Aunque, bueno, sí, quiero meterme entre tus piernas, pero eso sería después. — «Idiota»—. No entiendo por qué carajos no comprendes que me gustas y que deseo tenerte para mí.
—Porque hay un montón de chicas más lindas que yo. Por Dios, Donovan, no me trago el cuento de que he llamado tu atención. Tú me ocultas algo. Derek tiene razón.
—Deja de nombrar a ese imbécil —espetó esta vez molesto.
—No, quizá debería hablar con él. Ha sido más sincero conmigo que tú —mentí.
Fue hacia mí y me tomó entre sus brazos; forcejeé. Tenerlo cerca era un peligro para mí: me tentaba y no quería caer. No de nuevo. Cerré mis ojos para no centrarme en sus labios, esos labios que me volvían loca. Su aliento me acariciaba suavemente; su boca rozaba la mía en una sutil invitación, que me esforzaba por rechazar.
—Por favor, detente ya. Estoy cansada de pelear contigo cada día, de que hayas hecho de mi vida una tortura cuando todo marchaba tan bien. Estoy harta de no saber lo que me ocultas ni tus verdaderas intenciones —susurré con la voz quebrada.
—Todos tenemos secretos, Kairi, y yo necesito que tú confíes en mí plenamente para poder contarte los míos. No voy a lastimarte. ¿Es tan difícil para ti entender que me has atrapado? Me gustas como nadie más. —Abrí mis ojos, que enseguida fueron al encuentro de los suyos.
Parecía que no mentía, pero aún encontraba algo en ellos que me hacía dudar. Tal vez debería entender que yo también era una desconocida para él. Sus secretos quizá eran fuertes y no fáciles de contar.
—Deja de guiarte por lo que te dicen los demás. Te estoy pidiendo que me des la oportunidad —dijo aflojando su agarre—. No te voy a fallar.
—Yo no sé… No sé, Donovan.
Acortó la casi nula distancia que nos separaba y me besó tiernamente. Sorpresivamente, caí en cuenta de que aquel dolor que sentía disminuía notablemente. No sabía si era por la cercanía de Donovan o por el medicamento, aunque me inclinaba más por la última alternativa. Era ridículo de mi parte el siquiera pensar que mi salud y mi bienestar dependían de un chico.
—Debes irte —susurré alejándome de él.
—Déjame acompañarte hasta que tu hermana vuelva. Prometo comportarme.
Analicé mis opciones de quedarme sola recostada sobre mi cama o de aceptar su compañía. Tal vez, si le decía que sí, podría tratar de hacerle preguntas y obtener las respuestas que necesitaba.
—De acuerdo —acepté al fin.
—¿Has comido algo?
—No