Dulce tortura. Elena López
vas a creer en todo lo que dijo ese tipo en contra de Donovan, ¿cierto?
Inhalé profundamente.
—Sinceramente, no sé en qué demonios creer ni en quién confiar —confesé sin titubeos.
Surcó una mueca.
—Soy tu hermana. ¿Es que acaso ni en mí confías? —repuso en tono ofendido.
Rodé los ojos.
—Sabes que me refiero a ellos —repliqué cansada. Hablar de estos temas me agotaba mentalmente; por eso, lo había estado evitando.
—Donovan es tu novio, Kairi. Me parece una buena persona —lo defendió.
Quise reír.
«Novio». La palabra se repitió en mi cabeza. A decir verdad, no sabía si lo éramos o no. Había aceptado ser su novia porque era consciente de que no me dejaría tranquila hasta que le dijera que sí. Había optado por la salida más fácil para evitarme problemas y tener que lidiar con su insistencia. Sin embargo, estaba pagando más caro el haberlo decidido así, ya que había resultado ser peor. Pero ¿qué opción me quedaba? Él me lo había advertido: nunca me dejaría en paz. Y debía admitir que le tenía cierto cariño. Después de todo, pasábamos todo el tiempo juntos. Era inevitable tener sentimientos hacia él.
—Lo dices solo porque es el hermano del chico que te gusta —aseguré.
Ella sonrió y cerró sus ojos un momento para negar con su cabeza.
—No es así —replicó—. Puedo verlo en sus ojos. Está loco por ti.
—No te confíes demasiado por lo que ves en sus ojos. Aunque sean la ventana del alma, algunas veces la verdad puede estar oculta debajo de una mentira
Se mantuvo seria y siguió almorzando, resignada al darse cuenta de que era imposible hablar conmigo sobre Donovan. Al terminar, levanté mi plato y lo lavé. Luego me dirigí a mi habitación, cerré la puerta, fui al baño a lavar mis dientes y después me senté sobre la cama, con la vista perdida en la nada. Sin saber qué hacer, y para no tener tiempo libre para pensar, tomé mi cuaderno y comencé a dibujar. Tuve como paisaje el espeso bosque que admiraba desde la ventana de mi habitación. Conforme pasaban los minutos, me fui relajando. Esa era una de las tantas razones por las cuales amaba dibujar: me olvidaba de todo, me calmaba y podía sacar todo ese estrés y ese coraje que guardaba en mi interior además de que el tiempo se me pasaba volando. Me mantuve dibujando durante muchas horas y, en algún momento, Maddy fue a avisarme que se iría al trabajo. La despedí y seguí haciendo lo mío por lo que restaba del día. No tenía nada mejor que hacer.
—Veo que dibujar para ti no se trata de un simple pasatiempo.
Respiré profundamente y con lentitud miré hacia la puerta de mi habitación, donde Donovan estaba apoyado contra el umbral.
—¿Cómo demonios entraste? —espeté de malas. Dejé mi cuaderno sobre la cama y me puse de pie.
—La puerta estaba abierta —contestó encogiéndose de hombros—. Creo que no deberías dejarla así. Quizá la próxima vez pueda tratarse de un ladrón.
Reí sin una pizca de gracia.
—No me preocupo demasiado. Al parecer, tengo un guardián en el bosque que desaparece a los ladrones por mí —dije haciendo referencia al lobo—. Tal vez podría comenzar a gritar como loca para que aparezca y así deshacerme definitivamente de ti.
Él comenzó a reír mientras negaba con la cabeza. Parecía mofarse de algo que solamente a él le parecía gracioso.
—Sí, claro. Recuerdo el miedo en tus ojos al nombrar a ese enorme lobo que entró a tu casa —masculló con absoluto sarcasmo.
—¿Sabes qué? No tengo que seguir escuchándote. Si solo has venido a irritarme, felicidades, ya lo lograste. Ahora, vete.
—No vine a eso, aunque admito que es divertido irritarte. A lo que venía era a invitarte a cenar.
Me crucé de brazos.
—Gracias, pero no, gracias —espeté despectiva.
—Vamos, Kairi. Aún eres mi novia. Déjame invitarte a cenar.
Solté un bufido, exasperada.
—Ya no soy más tu novia —repuse no muy segura.
Sus labios se curvaron en una sonrisa.
—Yo creo que sí —afirmó, acercándose a mí un poco más.
Retrocedí sin querer tenerlo cerca.
«¡Mentirosa!».
«Maldita, ya habías tardado en hacer tu brillante aparición».
Sí, sí. Quería lanzarme sobre él y besarlo una y otra vez, perderme de nuevo entre sus fuertes brazos, sentirlo junto a mí, apreciar su calor, su aroma. Pero las mentiras en las que estaba envuelta nuestra relación me lo impedían.
—Deja de ser tan obstinada. Arréglate y vayamos a cenar —me sugirió.
Suspiré estresada. No tenía ánimos para eso.
—No —me mantuve firme.
De pronto, me abrazó y no luché para salir de la prisión que eran sus brazos para mí. Me vi suspirando casi imperceptiblemente para que él no notara lo tranquila que me sentía y lo mucho que me gustaba respirar su aroma que, de alguna forma, lograba tranquilizarme.
—Anda… Por favor —suplicó—. Quiero pasar más tiempo contigo. No me gusta que discutamos, ni estar peleados.
Cerré los ojos, negué con la cabeza y me volví a verlo.
—Soy una fácil —dije rendida—. De acuerdo.
Sonrió.
—No eres fácil. Sencillamente no eres de las que se hacen rogar mucho, pero que al final terminan accediendo. —Él besó mi frente—. Te espero abajo.
Salió de mi habitación y yo me dirigí al armario. Tomé ropa; no elegí lo mejor, solo algo con lo que me sintiera cómoda. Me desnudé y me vestí normalmente, sin poner demasiada prisa en ello; cepillé mi cabello y lo dejé suelto; me coloqué perfume y no me maquillé en lo absoluto. Me gustaban el tono natural de mis mejillas sonrojadas, mis labios rosas y mis ojos que, para mi gusto, no necesitaban cubrirse con capas de maquillaje. Pese a ser de un color chocolate, siempre había un brillo en ellos que jamás se había opacado.
Fui por mi bolso y salí hacia la planta baja. Donovan estaba de pie en el comienzo de las escaleras, me miró y sonrió complacido.
Salimos juntos; cerré la puerta y guardé las llaves en mi bolso. Enseguida abrió la puerta de su auto para mí y subí, entonces él realizó lo mismo momentos después.
De nuevo me sumergí en el aroma que se encontraba palpable dentro del auto. Olía a él, a su esencia, no a su perfume. Nunca me había pasado algo así, el percibir otra cosa que no fuera más que la loción que usara otra persona. Raro, pero no encontraba razones lógicas para la mayoría de las cosas que sucedían en torno a Donovan, así que lo ignoré. Sorpresivamente, él tomó mi mano mientras conducía, besó el dorso y me sonrió de lado. Le devolví la sonrisa y, nerviosa, me dediqué a mirar por la ventanilla del auto. Esos gestos de su parte eran dulces, lo que cualquier chica amaba, y una voz muy lejana en mi cabeza me advertía sobre sus atenciones tan… perfectas.
Después de recorrer algunas calles de la ciudad por al menos veinte minutos, llegamos a un bonito restaurante, sencillo, pero muy bello. El lugar tenía la pinta de ser algo antiguo, aunque al mismo tiempo moderno, de paredes de ladrillo y de fachada de granito grisáceo. Donovan detuvo el auto, luego bajó a abrir mi puerta, atrapó mi mano, me ayudó a bajar y juntos entramos. Un joven nos indicó dónde podíamos tomar asiento. Las mesas estaban cubiertas por manteles rojos con blanco; había veladoras en medio de cada