De la revolución a la industrialización. Sergio de La Pena

De la revolución a la industrialización - Sergio de La Pena


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a puesto en el centro, por ejemplo, la participación del Estado y el tema de la inflación. Al respecto sostenemos que todas las modalidades de crecimiento que se han registrado en la historia de México han requerido de un amplia intervención del Estado, lo que ha cambiado son las modalidades de participación. En relación con la inflación creemos que se trata de un fenómeno con tendencias seculares que se registra en épocas de auge y de depresión, cuando existe déficit y superávit presupuestad cuando existen alzas salariales y en periodos de reducción de los salarios reales, por lo que los análisis monetaristas que pretenden encontrar la causalidad de la inflación en el déficit gubernamental o en incrementos salariales (por encima de la productividad) no brindan una explicación cabal de dicho fenómeno. Por último se podrá constatar que la economía es influida de múltiples maneras por los procesos políticos y sociales al punto que éstos pueden marcar los ciclos de auge o depresión como sucedió con la economía mexicana durante la Revolución.

      Finalmente, por encima de muchas otras características personales, quiero destacar la vocación magisterial de Sergio de la Peña; orientador entusiasta que entregó generosamente su tiempo y conocimiento, su actitud intelectual abierta y dubitativa frente a la realidad aparente e ideologías dominantes son un ejemplo del buen investigador; su compromiso con un mundo mejor se tradujo en su vida cotidiana, en la participación basada en la reflexión crítica que inducía en el aula, en la promoción de talleres, seminarios con estudiantes y colegas, en fin en todos los espacios donde pudiera prosperar con el único propósito de crear un mundo más habitable, más democrático, más tolerante, más solidario, más humano. Ése es su legado.

      Alguna vez comentamos con Sergio la profunda paradoja de la vida: el hombre se acerca a la sabiduría que lo capacita para disfrutar de la vida conforme se acerca a la muerte. En cambio Sergio como excepción que confirma la regla, daba clases de cómo disfrutar la vida, quizá por ello, la "muerte enamorada" se lo llevó en plenitud... Lo extrañamos, nos hace falta su alegría, su sonrisa, su calidez, su ¡hola corazón!... Pero su capacidad de análisis, su optimismo y su esperanza nos obligan a emular su lucha por un mundo mejor.

      México, junio de 2006

      TERESA AGUIRRE

      PROPUESTAS E INTERROGANTES

      EN ESTE vOLUMEN SE PRETENDE DAR cuenta de las grandes trasformaciones que registró la economía de México en el periodo 1910-1952. Se trata de un periodo de intensos cambios, en el que la fisonomía del país se trasformó de una predominantemente rural a otra preeminentemente urbana. Esto se expresa en el desplazamiento de la primacía del sector agrario y minero por el industrial, como eje dinámico del crecimiento, y en la reorientación de la producción del mercado externo al interno. No obstante este consenso, existen diferencias al tratar de definir ¿en qué m omento la industria se convierte en el eje dominante de la reproducción económica?, y ¿cómo incidió la Revolución de 1910 en la reorientación del crecimiento?

      También se trata de una época en la que el liberalismo decimonónico entra en crisis cambiando la concepción del papel que debía desempeñar el Estado. Gana legitimidad la idea de que era necesaria una mayor participación directa del Estado en la economía y en la redistribución del ingreso, así como en la gestión de la reproducción económica. Por ello es necesario destacar qué particularidades asume la intervención del Estado antes y después de la Revolución, cuáles son sus nuevos roles y funciones y qué instituciones emergen expresando la nueva jerarquía de valores y la nueva correlación de fuerzas, qué rupturas y continuidades registran los actores económicos y sus formas de participación económica y política.

      Si bien los campesinos y los obreros fueron actores centrales en la Revolución y consiguieron impulsar algunos cambios, no lograron sin embargo generar un nuevo orden social. El modelo de crecimiento que emerge es en gran parte un producto híbrido, lo que hace conveniente esclarecer cuáles fuerzas económicas y sociales emergen como agentes del cambio y cuáles lo frenan, qué perspectivas, proyectos y visión del futuro tenían los actores sobre el potencial de desarrollo del país y cómo lograron incidir o no en las transformaciones. Éstas son algunas de las interrogantes a las que trataremos de dar respuesta.

      A diferencia de otros enfoques consideramos que algunas de las tendencias heredadas del porfiriato no son modificadas, pese a lo intenso del proceso revolucionario, como la tendencia a la expansión del capitalismo — modernización—, acompañada de una profunda desigualdad en la distribución del ingreso que persiste, no obstante que en este periodo de la historia nacional se registra una mayor redistribución, tanto por la reforma agraria, como por el incremento de los salarios reales. El sistema político aunque se modifica de manera sustantiva para otorgar representación legal e institucional a obreros y campesinos, no adquiere características plenamente democráticas. Por el contrario persiste un sistema autoritario de partido único (o dominante, como es llamado por algunos autores) sin competencia, ni alternancia. La Constitución de 1917 recogió las principales demandas de campesinos y obreros, pero en los hechos, durante mucho tiempo, fue letra muerta. Otro aspecto que persiste del porfiriato es el entrelazamiento entre las elites económicas y políticas, de forma que cambian los actores pero no las prácticas.

      A pesar de las continuidades, la tónica de la época es de cambio. La vía de desarrollo capitalista impulsada en el porfiriato, basada en la exportación de minerales y materias primas agropecuarias, fue reorientada para dar paso a un modelo de crecimiento basado en la industrialización y dirigido al mercado interno. La hacienda, célula de producción en el porfiriato, fue transformada en su base, no sólo porque el reparto agrario en el cardenismo alcanzó cerca de 50% de la tierra cultivable —trasformadas en tierras ejidales— sino también porque el peonaje acasillado y temporal, endeudado o no, tendió a desaparecer. Ello no significa que el latifundio no se haya reconstituido en los años cincuenta y sesenta, pero la hacienda con todos sus roles económicos, sociales y políticos dejó de ser la unidad de producción central en el agro. En resumen, el México de los cincuenta ya era muy diferente al de 1910, la oligarquía terrateniente había dejado de ser la elite dominante, el papel del capital extranjero fue redefinido y condicionado, en tanto que el nacionalismo económico era considerado esencial para el desarrollo del país y se asignaba al Estado la tarea de "defender" el espacio económico nacional como parte de la soberanía.

      En este periodo surgen nuevas tendencias y actores que encontrarán su plena expresión en las décadas posteriores a la Revolución. Uno de los nuevos agentes económicos es la burguesía como clase independiente de comerciantes y terratenientes, la cual tiene correspondencia en el aumento y consolidación de la clase obrera que se diferencia de los campesinos y artesanos. Otro, quizá uno de los más importantes, es el Estado, que adquiere nuevas funciones, destacando su participación como agente económico directo. Un nuevo marco institucional rige las relaciones económicas, sociales y políticas.

      La fortaleza y centralidad que adquirió el Estado durante el cardenismo estuvo estrechamente ligada a la promesa de equidad. La redistribución de recursos en esos años —reforma agraria y apoyo a las demandas de los obreros— que se expresó como objetivo estatal y producto de la Revolución, alcanzó entonces su punto culminante cerrando con ello el ciclo de revoluciones burguesas. Pero esta experiencia quedaría en la memoria colectiva por mucho tiempo más... Los objetivos de un sexenio se confundieron con los del nuevo régimen. En nombre del nacionalismo económico y la equidad, el Estado adquiría nuevamente legitimidad.

      La Constitución de 1917 incorpora por primera vez algunos derechos sociales como el derecho a la tierra por parte de comunidades y pueblos, al trabajo libre, a la educación, salud y vivienda digna. El sistema político abre espacios institucionales a la participación de las masas aunque ésta nunca llegó a ser independiente. Destaca el papel de campesinos y obreros que en 1938 sellan su relación corporativa con el Estado a través de la incorporación de la Confederación de Trabajadores de México (CTM) y la Confederación Nacional Campesina (CNC)


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