El libro de las mil noches y una noche. Anonimo

El libro de las mil noches y una noche - Anonimo


Скачать книгу
y cuando se veía obligado a abandonarlo, dejaba en el monasterio a la joven Tamacil, guardada por el monje Matruna.

      "De esta suerte permanecí encerrado allí durante cinco años. La joven Tamacil adquirió todo el esplendor de su hermosura y superaba a las muchachas más bellas de su tiempo. Y os puedo asegurar que ni en nuestro país ni en el país de los rumís hay otra igual. Pero no es ésta la única joya que encierra aquel monasterio: se han hacinado en él tesoros innumerables en oro, plata, alhajas y riquezas de todas clases, que superan a cualquier cálculo. Así es que debíais asaltar el monasterio y apoderaros de la joven y de los tesoros. Yo os serviré de guía para abriros los escondrijos y los armarios, especialmente el gran armario del general de los monjes, que es el que encierra las más hermosas vasijas de oro cincelado. Y os entregaré además esa maravilla digna de los reyes llamada Tamacil, que, además de su belleza, posee el don del canto,y conoce todas las canciones de las ciudades y de los beduínos. Y os hará pasar días luminosos, y noches de azúcar y de bendición.

      "En cuanto a mi salvación del subterráneo, ya os han contado esos mercaderes cómo expusieron su vida para sacarme de entre las manos de aquellos cristianos, ¡maldígalos Alah, a ellos y a su posteridad hasta el día del Juicio!"

      Los dos hermanos, al oír esta historia, se alegraron hasta el límite de la alegría, pensando en todo aquello de que iban a apoderarse, singularmente en la joven Tamacil, de la cual decía la anciana que a pesar de su juventud era maestra en el arte de los placeres. Pero el visir Dandán había escuchado esta historia con mucha desconfianza, y si no se había levantado y se había ido, fué por respeto a los dos reyes, pues las palabras de aquel asceta extraño estaban muy lejos de convencerle. Pero de todos modos se calló, y no quiso decir nada por temor de engañarse.

      Daul'makán quería salir inmediatamente a la cabeza de su ejército, pero la Madre de todas las Calamidades le disuadió, diciéndole:

      "Temo que Dequianos, el general de los frailes, se asuste al ver tanto soldado, y se escape del monasterio llevándose a la joven".

      Entonces Daul'makán mandó llamar al gran chambelán, al emir Rustem y al emir Bahramán, y les dijo: "Mañana, apenas amanezca, marcharéis contra Constantinia, donde no tardaremos en unirnos con vosotros. Tú, ¡oh gran chambelán! te encargarás del mando del ejército en lugar mío; tú, Rustem, sustituirás a mi hermano Scharkán; y tú, Bahramán, reemplazarás al gran visir. Y sobre todo, cuidad de que el ejército no sepa que estamos ausentes, pues nuestra ausencia no durará más que tres días".

      Entonces Daul'makán, Scharkán y el visir eligieron cien guerreros entre los más valerosos y cien mulos cargados de cajones vacíos destinados a encerrar los tesoros del monasterio. Y llevando al frente a la Madre de todas las Calamidades, la maldita vieja a quien seguían tomando por un asceta amado de Alah, emprendieron el camino del monasterio.

      En cuanto al gran chambelán y las tropas musulmanas…

      En este momento de su narración,

      Schehrazada vio aparecer la mañana, e interrumpió discretamente su relato.

       Y CUANDO LLEGO LA 96ª NOCHE

      Ella dijo:

      En cuanto al gran chambelán y las tropas musulmanas, apenas amaneció levantaron las tiendas y emprendieron el camino de Constantinia.

      Mientras tanto, la Madre de todas las Calamidades no perdía el tiempo. Apenas partió el ejército, sacó un par de palomas mensajeras, y ató al cuello de cada paloma una carta dirigida al rey Afridonios, enterándole de cuanto acababa de hacer, y le decía: "Por lo tanto, hay que enviar en seguida al monasterio diez mil guerreros entre los más valientes. Y cuando hayan llegado al pie de la montaña que me esperen allí, pues les entregaré a los dos reyes, al visir y a los cien guerreros musulmanes. Pero debo advertirte que mi ardid no puede realizarse sin que perezca el monje Matruna, guardián del monasterio; de modo que lo sacrificaré al bien común de los ejércitos cristianos, pues la vida de un fraile no es nada comparada con la salvación de la cristiandad.

      "¡Y alabado sea Cristo nuestro Señor, al principio y al fin!"

      Las palomas mensajeras llegaron a la torre más alta de Constantinia, y el domesticador cogió las cartas que llevaban colgadas del cuello, y fué a entregárselas al rey Afridonios.

      Y apenas las leyó el rey dispuso que se reunieran los diez mil soldados, les dió a cada uno un camello de carrera y un mulo para llevar el botín que habían de ganar al enemigo, y les mandó dirigirse apresuradamente hacia el monasterio.

      En cuanto al rey Daul'makán, Scharkán, el visir y los cien guerreros, al llegar al pie de la montaña tuvieron que subir solos al monasterio, pues la Madre de todas las Calamidades les dijo:

      "Subid primero vosotros, y cuando os apoderéis del monasterio, subiré yo para enteraros dónde están los tesoros ocultos".

      Y llegaron al monasterio, escalaron los muros y saltaron al jardín. Al oír ruido acudió el monje Matruna, y todo acabó para él, pues Scharkán gritó a sus guerreros: "¡Sus a ese perro maldito!" Y en seguida lo atravesaron cien golpes. Y su alma descreída se exhaló por el trasero, y fué a sumergirse en el fuego del infierno. En seguida los musulmanes empezaron a saquear el monasterio.

      Asaltaron primeramente el recinto sagrado donde depositan los cristianos sus ofrendas, y encontraron allí, colgada de los muros, una cantidad enorme de joyas y objetos valiosos, muchos más de los que había dicho el anciano asceta. Y llenaron cajones y sacos, y los cargaron en los mulos y camellos.

      Pero no hallaron ni rastro de la joven Tamacil, ni de los diez jóvenes tan hermosos como ella, ni del lamentable Dequianos, general de los monjes. Pensaron, pues, que la joven habría salido a pasearse o que estaría oculta en alguna habitación, y registraron todo el monasterio. Y como no la encontraran, estuvieron aguardándola dos días; pero la joven no apareció. Entonces, impaciente, Scharkán acabó por decir: "¡Oh hermano mío! ¡mi corazón y mi pensamiento están con los guerreros del Islam que hemos enviado a Constantinia, y de los cuales nada sabemos!"

      Y Daul'makán dijo: "Creo que debemos renunciar a la joven Tamacil y a sus compañeros, pues hemos aguardado bastante. Y ya que hemos cargado nuestros mulos y nuestros camellos, contentémonos con lo que Alah ha querido darnos. i Y vamos a reunirnos con nuestras tropas, para aplastar a los infieles con auxilio de Alah y tomarles Constantinia!"

      Entonces fueron a buscar al asceta al pie de la montaña y emprendieron el camino para reunirse con el ejército. Pero apenas habían entrado en el valle, aparecieron en las alturas los guerreros cristianos, que lanzando su grito de guerra, empezaron a bajar hacia ellos para envolverlos. Al ver esto, exclamó Daul'makán: "¿Quién habrá podido avisar a los cristianos nuestra presencia en el monasterio?"

      Pero Scharkán le dijo: "¡Oh hermano mío! no podemos perder el tiempo en conjeturas; desenvainemos, y aguardemos a pie firme a esos perros malditos, y hagamos en ellos tal matanza, que ni uno pueda escaparse".

      Y Daul'makán exclamó: "¡De haberlo previsto, habríamos traído mayor número de soldados!" Entonces dijo el visir Dandán:

      "Aunque tuviéramos diez mil hombres, no nos servirían en esta angosta garganta. Pero Alah nos sacará de este mal paso. Porque cuando peleamos por aquí a las órdenes del difunto rey Omar Al-Nemán, aprendimos todas las salidas de este valle. ¡Seguidme, pues, antes de que esos malditos nos cierren todas las salidas!"

      Y cuando iban a salvarse, apareció ante ellos el asceta, y les gritó: "¿Por qué huís ante el enemigo? ¿No sabéis que vuestra vida está en manos de Alah, el único que os la puede arrebatar y os la puede quitar? Aquí me tenéis a mí: me encerraron en un subterráneo, y he sobrevivido porque El lo quiso. ¡Adelante, pues, musulmanes! ¡Y si la muerte está ahí, el Paraíso os aguarda!"

      Al oír estas palabras, sintieron renacer su valor, y aguardaron a pie firme al enemigo, que se precipitaba sobre ellos. Sólo eran ciento tres los musulmanes; pero, ¿no vale un creyente por mil infieles? Y efectivamente, apenas estuvieron los cristianos al alcance


Скачать книгу