El Peruca. Joel Singer
vieron enseguida a Juan Ignacio y casi al mismo tiempo se cruzaron las miradas de los únicos policías presentes. Y ya en los ojos de los tres varones podía leerse algo de todo lo que estaba por pasar, en especial cuando Nahuel y Facundo, mirando fijamente a Juan Ignacio, esbozaron una sonrisa burlona, primer acto de abierto desafío dirigido contra él. Después de unos minutos de tensa espera, Juan Ignacio fue al baño. Se paró frente a uno de los tres mingitorios, el que estaba justo en el medio, y comenzó a orinar en el baño vacío. No había terminado cuando los Pichones entraron, sigilosamente, al sanitario. Facundo se paró bien pegado a la espalda de Juan Ignacio y Nahuel, luego de trabar la puerta, se puso a orinar en el mingitorio ubicado a la derecha del que estaba utilizando Juan Ignacio.
—Acá no tenés nada que hacer –le dijo Facundo a Juan Ignacio, apoyando los labios en la oreja.
Juan Ignacio terminó de orinar y se volvió hacia este colega que, sin lugar a dudas, se estaba pasando de límite.
—¡Nada! –repitió, enfáticamente, Nahuel, como si fuera el eco de su compañero.
—Yo no estoy trabajando y voy adonde se me da la reverendísima gana –expresó, con firmeza, Juan Ignacio.
—Mirá, hermano... –comenzó a decir Facundo.
—Yo no soy tu hermano ni nada.
—Mejor que no interfieras con nuestro trabajo porque nos vamos a enojar.
—Y eso es mejor que no pase, por tu salud y la de tu jefe –manifestó Nahuel.
—Este terreno es nuestro. En esta zona mandamos nosotros. Acá no se mete nadie y menos a controlar lo que hacemos.
—Yo no los estoy controlando un carajo. Vine acá porque quise, vengo todas las veces que puedo.
—No quiero volver a verte acá, Juan Ignacio –sostuvo Facundo.
—Va a ser lo mejor –dijo Nahuel.
—Yo solo le hago caso a Villafañe.
Estas fueron las últimas palabras que intercambiaron. Luego salieron del lugar. Juan Ignacio permaneció en el baño. Se lavó la cara, se acomodó el pelo con las manos y salió de allí. Ya en la barra, el Negro Eduardo quiso saber qué había pasado.
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