Ecos del fuego. Laura Miranda

Ecos del fuego - Laura Miranda


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      –No es un dato menor.

      –No. No lo es. Si te parece, la semana que viene hablaremos sobre cómo te afecta esa decisión. Ahora quiero que te centres en comprender que ocupas el rol de hija en esa casa y, aunque tu madre no haga lo que tú esperas de ella, debes respetarla. El matrimonio de tus padres no es asunto tuyo. Juzgarlo, tampoco.

      –Está bien… –dijo de mala gana. Quería realmente a Lisandro y confiaba en él. Por eso lo escuchaba.

      Se despidieron con un abrazo que la joven le dio, como al final de cada sesión. Él lograba una empatía poco habitual con sus pacientes. Internamente rio al pensar en la teoría del cordón enredado.

      ***

      La reunión de padres del kínder de Dylan ya había comenzado cuando Lisandro llegó. Eran todas mujeres. Pensó que debía llamarse reunión de madres. Se sintió observado de pies a cabeza. Lejos de sentirse bien al saber que allí había miradas de deseo, estaba incómodo.

      La maestra habló sobre el desempeño de los niños, los proyectos anuales y una obra teatral que estaban organizando en la que los padres serían los actores de un cuento. Lisandro amaba ocuparse de su hijo, pero lo irritaba ver que las maestras se dirigían a los adultos del mismo modo que a los niños.

      –A ver, papis… ¿Quién se anima a ser príncipe? –la mirada fue directo a Lisandro.

      –¿Cuál es el cuento? –preguntó.

      –Blancanieves.

      –Pues hay allí siete enanitos, así que, o deberá aumentar la convocatoria masculina, o las presentes deberán actuar de hombre –dijo con una sonrisa. A partir de allí, todas comenzaron a hablar a la vez y él se abstrajo.

      Pensaba ya en lo siguiente que tenía que hacer, que era ver a su amigo Juan. Había decidido no participar ni como príncipe ni como enano, y no podía decirlo en ese lío en el que no se respetaban los turnos para hablar. Su hijo era varón, pero además pensaba que ese mensaje subliminal para las niñas de que un príncipe vendría a rescatarlas distaba mucho de la realidad. Según su mirada, ese no era el rol de las mujeres. Su hermana, Belén Bless, vivía en Buenos Aires y, aunque no se veían seguido, tenían una relación muy cercana. Ella se reiría mucho cuando le contara que, otra vez, las reuniones del kínder eran todo lo que no le gustaba.

      ***

      Como cada jueves, Juan esperaba a su amigo Lisandro en la cancha donde jugaban al paddle durante un turno de una hora y media. Luego, bebían algo en el bar del club y conversaban. Ambos eran hombres de rutinas deportivas y de hacerse espacio para estar en contacto.

      Juan se había divorciado siete meses atrás y la relación con su ex, María, no podía ser peor. Tenían una hija de doce años, Antonia, que era rehén de todos sus problemas no resueltos. Un caso de manual. Juan la había engañado varias veces y la última de todas ellas había colapsado la capacidad de tolerancia y perdón de María. Todavía enamorada de él, pero lo suficientemente indignada y furiosa, no podía reconocer otro sentimiento que no fuera ira y enojo. Peleaban por todo y, por supuesto, el dinero era quizá la mayor demanda. Juan, aunque no deseaba volver, anhelaba una tregua, algo de paz.

      –Estoy cansado, no se conforma con nada. A veces, la desconozco –dijo a modo de confesión cuando tomaban un refresco.

      –Está enojada. La traicionaste… y no una vez. Ya se le pasará.

      –No lo creo. Dijo que si no aumento el monto del dinero que le doy para Antonia, me demandará. ¿Puedes creerlo?

      –Claro que puedo. Es lo habitual en casos como el tuyo. Llega a un acuerdo, ese es mi consejo.

      –No gano tanto dinero. No hay acuerdo posible, es lo que ella quiere o nada.

      –Contrata un abogado y que él se ocupe, sé justo en tu ofrecimiento. Se trata de tu hija y de la madre. Una buena mujer, a quien, por cierto, le hiciste la vida bastante difícil.

      –¡Contigo no necesito enemigos! –dijo riendo.

      –Yo no miento –replicó.

      –Lo sé… es la verdad. Me arrepiento de lo que hice con mi matrimonio, con mi familia. A mí me gusta la vida en pareja. Extraño eso.

      –¿Es un chiste?

      –¡No! De verdad, quiero conocer a alguien, me quiero enamorar.

      –¡Dios! Primero deberías madurar un poco. Resolver tu capacidad de elegir. Luego de María, te has involucrado con chicas muy jóvenes para tus cuarenta o con mujeres casadas. Eso me dice que no buscas un compromiso.

      –No sé… me gusta tener con quien salir y odio dormir solo. Tú eres distinto. Tienes a la ex de los sueños de cualquier divorciado y a Dylan. ¿No necesitas una mujer? Digo… ¿No piensas en eso? ¿No quieres una pareja? No solo sexo. Hablo de ir al cine, a cenar, pensar en que tienes ganas de verla; en fin, enamorarte otra vez.

      –La verdad… no mucho. Sabes que tengo algún encuentro ocasional, pero estoy bien. No creo que enamorarse sea un plan, supongo que simplemente sucede.

      –Te envidio. Para mí es una cuestión hasta de agenda, te diría.

      –¿Agenda? –sonrió con ganas–. ¡Claro, por eso te enamoras tan seguido! No deberías tenerlo como objetivo diario y tampoco envidiarme. Si comparas, nuestra situación es la misma, la diferencia son nuestras decisiones y prioridades. Céntrate en Antonia, en recomponer el vínculo con María. Luego, alguna mujer adecuada llegará.

      –Lisandro, ¡el gurú de la paz y el amor! –se burló–. Te agradezco el consejo.

      –Sé que lo agradeces, pero no lo tomarás. ¿Qué harás esta noche?

      –Aún no lo sé. Mi programa depende “de un esposo”.

      –¡No cambias más!

      ***

      Un día más en la vida de Lisandro le marcaba el ritmo del aire puro que respiraba. Todo en su mundo fluía. Sin embargo, la conversación con Juan lo había dejado pensando. ¿Quería enamorarse? ¿Existiría una mujer que pudiera amar a Dylan tanto como a él y aceptar su relación con Melisa? De pronto imaginó que sí, y no pudo evitar fantasear con ella. ¿Cómo le gustaría que fuera? La respuesta le llegó en una sola palabra que no venía de la mano de una imagen física: “Diferente”. Él no era un hombre común, en el sentido de alguien apegado a estructuras convencionales. Si había una mujer en su destino, tenía que ser distinta a todas las demás.

      capítulo 8

      Sjögren

      Me han diagnosticado recientemente síndrome de Sjögren,

      una enfermedad autoinmune que es una condición médica

      continua que afecta a mi nivel de energía y causa fatiga

      y dolor en las articulaciones.

      Venus Williams

      Stella vivió consternada los días posteriores al diagnóstico de Elina. Como abogada, sabía muy bien investigar un tema a fondo, y lo había hecho. Una semana después, se había informado tanto sobre el síndrome como era posible en su condición. Incluso había consultado a un amigo que era reumatólogo, quien le había dicho que los médicos en general no sabían demasiado de esa patología. Existían organismos en algunos países, por ejemplo, la Asociación Española de Síndrome de Sjögren (AESS) y grupos cerrados de Facebook de Argentina y otros países, a los cuales se unían personas afectadas y contaban sus experiencias o hacían consultas, que los demás respondían enseguida. Lo sabía porque formaba parte de ellos. Al solicitar su ingreso había manifestado la verdad, su mejor amiga padecía el síndrome y ella deseaba saber cómo podía


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