Ecos del fuego. Laura Miranda
los hijos que tenemos, en buena medida, son la consecuencia de las madres que hemos sido. Eso creo.
–Pero ellos toman sus propias decisiones. Yo nunca acepté que Renata fuera así con Elina, nunca lo entendí.
–Es cierto, pero tampoco te impusiste.
–No podía. No fui capaz, era mi hija. Temí que se alejara. En vez de eso, decidí ser para mi nieta todo lo que ella le negaba.
–No te juzgo. No estamos aquí para juzgar, por eso continuamos reuniéndonos a jugar a los dados, porque nos queremos, cada una es quien es y hace lo que puede. ¡Tú y yo estamos más evolucionadas!
–Nelly, estoy muy preocupada. Elinita tiene un síndrome –dijo y extrajo un papel de su bolso–. Sjögren. Debo leerlo porque no retengo el nombre. Es autoinmune. No genera saliva normalmente, debe hidratarse de manera continua, está cansada, le duele el cuerpo y los ojos. Es posible que no pueda volver a llorar… ¿Imaginas eso?
–¿Autoinmune? Eso sí que es muy simbólico. Ella misma lo provoca… –reflexionó.
–¿Qué piensas?
–Hay que leer sobre eso, buscar el origen emocional, pero interpreto que hay algo que no se perdona y por eso, desde su inconsciente, se castiga y el cuerpo se ha enfermado. Es muy fuerte que no pueda llorar o que le sea difícil. Según cómo lo analices, alguien que no puede llorar estaría obligado al dolor encerrado –dijo y siguió–: o a ser feliz irremediablemente y de una vez por todas. Creo que ese es el caso de Elinita.
–Me das tranquilidad. Tal vez me estés diciendo pura palabrería, pero elijo creerte. ¡Tanto curso no puede ser en vano!
–Es en serio, Bernarda. El cuerpo no es solo cuerpo. Es energía, y concebirlo desde ese concepto hace que muchas enfermedades puedan mejorar desde un trabajo energético. Este tipo de tratamiento reconstruye poco a poco la salud. Hace de la sanación un viaje en el que el protagonista es siempre la propia persona y la salud no se limita al cuerpo físico, sino que abarca también otros aspectos ambientales, emocionales, mentales y espirituales.
–No entiendo bien.
–La medicina energética y las tecnologías que utiliza ayudan a entender que el ser humano no es solo una máquina biológica, sino una entidad que se expresa en un cuerpo físico, en una estructura emocional y mental, y que goza de una consciencia que le permite elegir. Desde que aprendí eso, vivo mejor. Tú lo sabes.
–Es cierto. Ya no te quejas de dolores y hasta te veo más alegre.
–Encontré el equilibrio. Es eso. ¿Qué estás pensando?
–En encontrar el mío y en qué es lo que Elina no se perdona, si ella ha sido víctima de Renata siempre… Según lo que acabas de decir, es su propia energía la que la enfermó.
–Sí, eso creo. No sé qué es lo que no puede perdonarse, tal vez esté cargando culpas que no debería. Pero verás que algo hay. Y tú… ¿Cuándo vas a perdonar a Renata y dejarla ir?
–Ya la perdoné, lo que no puedo hacer es comprenderla. Se ha ido hace años.
–No de ti.
–Es mi hija.
–Merece ser un espíritu libre, también. Ya te lo he dicho.
Renata había rechazado a Elina desde antes de conocerla. Ese embarazo no había sido deseado. Aunque jamás había confesado la razón. Nunca había dicho quién era el padre de la niña, por eso llevaba el apellido de ella.
Bernarda se lo había preguntado directamente pero solo un “no es asunto tuyo” había sido la respuesta. Era posible que la noticia del embarazo la hubiera impulsado a viajar, porque su partida había sido inesperada y por poco tiempo. O, por el contrario, también podría haber quedado embarazada estando de viaje en Europa, por las fechas. Nada sabía Ita con certeza, solo suposiciones. Renata era muy reservada, y si bien era evidente por sus actitudes que salía con alguien en Montevideo, nadie sabía con quién. Había sido una joven muy hermética, apegada a la estética y a su trabajo. Cuando Elina había nacido estaba por recibir su título de abogada y trabajaba en un estudio jurídico. Le gustaba estar siempre arreglada, las buenas marcas y era ambiciosa. Tenía una figura de modelo y cuidaba su cuerpo. El opuesto de su hija.
Elina, cuando era pequeña, tenía algunos kilos de más y el pelo con rizos que se erizaban. No le gustaba comprarse ropa y anunciaba su perfil bohemio y relajado. Sin embargo, no era posible que esa fuera la razón del rechazo materno. Era una niña dulce y hermosa. ¿Qué madre podía negarle su amor?
–Nelly, ¿qué puedo hacer para ayudar a Elina?
–No tengo todas las respuestas, pero siento que debes perdonar a Renata, primero. Encontrar tu propia paz y equilibrio.
–¡Ya lo hice!
–No. Sigues pensando que no la entiendes. Debes tratar de comprender qué sucedió para poder perdonarla en serio. Y no juzgarla.
–¿En el incendio?
–Desde que quedó embarazada. Y sí, ese incendio… Debemos averiguar detalles.
–¿Para qué?
–Elina ha generado una enfermedad autoinmune. En algún momento de su vida se originó la causa. ¿Confías en mí?
–No tengo más remedio –respondió con humor.
–Tenemos tiempo. Yo voy a ayudarte. Tú trata de hablar con Elina, que te cuente. Que te hable de Renata y veremos qué pasa.
Bernarda se fue de la casa de su amiga con demasiada información. ¿Acaso esas “otras verdades” de Nelly podían desenredar el nudo de emociones, preocupación y preguntas que cada día se le venían encima con más fuerza?
Antes de subir al taxi, elevó una mirada al cielo y le pidió a su hija que ayudara a Elina.
capítulo 12
Variables
Pronto me conocerás bien, todo depende
de una compleja combinación de variables.
Por ahora basta con decir que, tarde o temprano,
apareceré ante ti…
Markus Zusak
Madrid, España.
Melisa había abandonado París y se encontraba en Madrid. De todos los lugares del mundo que visitaba, España era su favorito. No por el idioma, porque hablaba francés, inglés, italiano y portugués, además de castellano, sino porque allí tenía una relación con Pablo, el gerente de una de sus sucursales.
Esa mañana la despertó una caricia en su rostro. Las manos de ese hombre lograban decirle más de lo que era capaz de escuchar en palabras. Sentirlo cerca parecía detener el tiempo para ella. Era algo diferente. La colmaba de plenitud.
Despacio y sin decir nada, Pablo comenzó por besar su cuello mientras ella se entregaba a un nuevo día que señalaba un placer inminente. Sus bocas se encontraron. Sus lenguas, sedientas de repetir la noche y beberse las ganas antes de estallar, se enlazaron en la magia tibia de una lucha por dar más excitación al momento. Estaban desnudos. Pablo se ubicó sobre ella y sus cuerpos se amoldaron como si la única manera de sentirse completos fuera dejar de ser el otro para convertirse en uno solo.
–Te amo, lo sabes –dijo Pablo. Y detuvo su movimiento dentro de ella. Miró sus ojos cerrados y vio su alma.
–No te detengas… –respondió con sus brazos presionándole la espalda como si fuera posible que ese hombre se metiera con mayor intensidad en todo su ser.
Los besos se devoraban las palabras. El deseo consumía