Ecos del fuego. Laura Miranda
sin más sonidos que los de la respiración agitada, el eco de la humedad y el ruidoso silencio del amanecer que afuera marcaba la vida, se entregaron a lo que elegían hacer. Ambos alcanzaron un orgasmo que no les permitió pensar en nada más.
Silencio y sudor fueron la antesala.
–Quédate.
–No puedo, Pablo. Aunque quisiera. Lo sabes.
–¿Es por Dylan? Puede venir aquí.
–No. También lo sabes. Dylan vive en Uruguay con Lisandro, y conmigo cuando regreso. Nunca mudaré al niño.
–Nunca es demasiado definitivo, ¿no te parece? –le hablaba en un tono reflexivo. Pablo jamás reclamaba o cuestionaba. La quería demasiado. El problema era que cada vez la extrañaba más y tanto amor comenzaba a lastimarlo.
–No. Nunca es la verdad. No pido que lo entiendas, pero así es.
–¿Sigues enamorada de él? ¿Es eso?
–Amor, ya te lo expliqué muchas veces. Lisandro y Dylan son las dos personas por las que yo haría todo en esta vida, pero no estoy enamorada de él. Lo quiero mucho, claro que sí, porque es un gran padre y porque gracias a él he tenido la posibilidad de ser madre. Sé que no soy como otras mujeres, pero amo a mi hijo a mi manera. Y los tres funcionamos bien. Mudarnos aquí contigo no es una posibilidad.
–¿Me sigues amando?
–Por supuesto. Tú eres el hombre que elijo. Mi pareja.
–Pero pareja es estar juntos, Melisa. No solo cuando vienes a Madrid, sino siempre. Tener proyectos. ¿Cómo imaginas tu futuro? Porque el mío lo veo contigo.
Melisa sintió angustia. Ser como era le dolía en momentos como ese. Se había enamorado de Pablo, pero su independencia y su libertad eran vulnerables a ese sentimiento. Buscaba las palabras para no romper el hechizo. Le encantaba estar con él.
–Yo soy la misma mujer que conociste. Nunca te he mentido. Mi lugar es el mundo, pero mi hijo es el sitio adonde siempre regresaré. Y él vive con Lisandro. Jamás intentaría que eso cambie. Soy nómade, pero ellos son mi alianza con la estabilidad y el límite que decidí ponerle a mi modo de vivir. De verdad, te amo, pero no voy a vivir aquí.
Pablo la acercó hacia su pecho y ella apoyó allí su cabeza. Acostados, siguieron hablando sin mirarse a los ojos.
–Te quiero conmigo, cada día, no cuando tu agenda marca Madrid. Te necesito. Quiero una familia.
Melisa se apartó del abrazo.
–No quiero lastimarte, pero yo ya tengo una familia.
–No conmigo. Trae a Dylan, quiero pasar tiempo con él y veamos qué sucede.
Por un instante, la idea invadió a Melisa como una posibilidad.
–Lo pensaré –se animó a decir. Lo cual era en sí misma toda una revelación contra sus convicciones. ¿Acaso era capaz de modificar algo de lo que había construido junto a Lisandro? ¿Qué diría él?
–Es un buen comienzo –respondió antes de llevarla en andas hasta la ducha donde bajo el agua volvieron a empezar el ritual de sentirse.
***
Montevideo, Uruguay.
Lisandro y Juan tomaban un café en el bar de siempre. El tema de conversación comenzó siendo María.
–No la soporto, amigo. Es mala y ventajista. Quiere dinero y más dinero.
–No es mala. María hace lo que puede, ella se imaginó casada para siempre y, por tu culpa, está sola y dolida. No es ventajista. ¿Qué dices? La conozco bien.
–¿De qué lado estás? Me llamó un abogado. Te digo que pretende todo lo que gano y lo sabe. Conoce mi economía. Soy psicólogo como tú, no somos ricos. Hubiéramos estudiado otra cosa de querer serlo.
–Estoy del lado de Antonia. Tú y ella están equivocados. Nada de lo que hacen está bien. ¿Por qué no intentas hablarle?
–Porque no se puede.
–Eres psicólogo. No tomes el camino más fácil. Tú sabes que eso no es cierto –lo provocó.
–¿Y si tú la llamaras?
–No. No corresponde. No voy a meterme.
–Te envidio. Lo sabes. Tú y Melisa…
–Ya sé: “una separación soñada” –repitió y ambos rieron–. Prométeme que intentarás hablar con María y te cuento algo –propuso a modo de canje emocional. Su amigo era demasiado curioso como para no preguntar y él, por raro que se sintiera, quería compartir lo que le ocurría.
–¿Qué pasó?
–¿Hablarás con María?
–No me extorsiones. ¡Cuéntame!
–Batman se escapó.
–¿Lo encontraste? –Juan amaba los animales y Batman era un regalo que él le había hecho a Dylan, era su padrino.
–Sí. Ese es el tema.
–No entiendo…
–Me lo devolvió una mujer. Llamó al número que tiene en su identificación y fui a su casa a buscarlo. Vive muy cerca.
–¡No me importa dónde vive! –dijo con brutal honestidad–. Si la nombras es por algo. ¿Qué es?
–Es que no puedo dejar de pensar en ella… –confesó. Al escucharse se sorprendió. Como si al decirlo se convirtiera en una verdad innegable. Se sentía atraído.
–¡Ah, bueno! Esto sí que es genial. ¡Por fin! Cuéntamelo todo.
–Bueno, no hay mucho. Una mujer me llamó para decirme que Batman había entrado por su ventana. Dijo que se lo quedaría sin pensarlo, pero que tenía identificación. Fui a buscarlo y me atendió la abuela, una señora grande que me hizo pasar sin temor alguno. Subimos a un apartamento en un primer piso a dos cuadras de casa. Fuimos a una habitación tan desordenada como jamás vi otra. Ella pintaba. Batman dormía a su lado en un sofá como si fuera su casa. Era todo muy extraño, hasta que giró y sonrió.
–¿Qué pasó entonces?
–Sentí que salía el sol. Mi mundo se dio vuelta. La hubiera mirado por siempre.
–¿Tan linda es?
–No lo sé, pero es diferente. Tenía un jean roto, una camisa blanca holgada. Manchas de pintura de colores, el pelo desalineado. Rizos.
–Bueno, esa descripción puede ser sexy, pero definitivamente no es elegante.
–No. No es ese su estilo. Pero algo en ella me llamaba. Se quedó en mí. Sé que es especial. Sabes bien que esto no me pasa desde Melisa.
–¿La invitaste a salir?
–¡No! No iba a quedar así de osado. Igual no lo pensé, no pude pensar en nada porque no podía dejar de mirarla.
–¿Y ella?
–Ella parecía seguir con su obra cuando la verdadera obra de arte en esa habitación era ella misma. Si hubieras visto cómo alzó a Batman y me lo dio…
–No imagino nada extraordinario en ese hecho más que con cariño –agregó.
–Sí, lo hizo con ternura, pero cuando sus manos rozaron las mías, nos miramos…
–¿Y? –preguntó ansioso.
–Y nada, eso. Nos miramos.
–¿Cómo se llama?
–Elina Fablet.
–Estás fuera de práctica. Tienes su nombre y su dirección y la