Ausencia de culpa. Mark Gimenez

Ausencia de culpa - Mark  Gimenez


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fundadas para creer que los acusados han cometido el crimen. Lo cual, señorita Meyers, significa que los acusados estarán detenidos antes del juicio a menos que usted, como su abogada representante, refute la presunción en la audiencia de detención.

      —¿Y cómo hago eso?

      —Debe presentar alguna prueba en la audiencia de detención que contradiga la aseveración del gobierno de que los acusados presentan riesgo de fuga o peligro para la comunidad. No tiene que probar la inocencia de los acusados con respecto a los cargos; solo tiene que presentar pruebas de que no existe riesgo de fuga o peligro para la comunidad. Puede interrogar a los testigos del gobierno y puede presentar sus propias pruebas y testigos. Y, ya que el gobierno ha invocado la presunción, puede citar testigos cuyo testimonio esté vinculado de forma directa con la contindencia de las pruebas contra los acusados, uno de los factores que el tribunal debe considerar en la audiencia.

      Levantó las manos en el aire.

      —¿Como quién?

      —No lo sé.

      —¿Y cuándo es la audiencia de detención?

      —Señoría —dijo el señor Donahue—, el gobierno solicita que la audiencia de detención se celebre ahora.

      —¿Ahora? —replicó la señorita Meyers.

      —Señorita Meyers —dijo Scott—, si necesita tiempo para prepararse para la audiencia de detención, puede solicitar una prolongación.

      —La solicito.

      —¿Cuánto tiempo necesita?

      —Un año.

      —¿Y qué tal cinco días? Es todo el tiempo que puedo darle de acuerdo con el acta.

      —Lo acepto.

      —Eso pensaba. Se programa la audiencia de detención para…

      —El viernes a las nueve —dijo Karen.

      —El viernes a las nueve.

      —Señoría —dijo el señor Donahue—, el gobierno solicita que sea usted quien presida la audiencia de detención en lugar del juez magistrado.

      —Pensaba hacerlo, pero ¿por qué?

      —Cuestión de tiempo. Solo quedan veinte días para la Super Bowl. Si el juez magistrado dicta una detención, la parte vencida solicitará que el juez del distrito, es decir usted, celebre una audiencia de novo, y volveremos a empezar desde el principio. No tenemos tiempo para eso.

      —Bien pensado. Debido al número de acusados, creo que el juez Herrin y yo trabajaremos en este caso juntos.

      —Buena decisión, señoría.

      —Gracias. —Se dirigió a los acusados—: Caballeros, un oficial de servicios previos al juicio hablará con cada uno de ustedes antes de la audiencia de detención para preparar una declaración de puesta en libertad. Este o, mejor dicho, esta oficial trabaja para el tribunal… la señorita O’Brien. Su trabajo no es obtener una confesión, pruebas ni información relacionada con su culpabilidad o inocencia de los crímenes de los cuales se les acusa. Su único trabajo es obtener información sobre ustedes para determinar si presentan riesgo de fuga, es decir, si huirán de la jurisdicción para evitar el juicio, o si presentan un peligro para la comunidad. Les solicitará información sobre su familia, antecedentes penales, empleo y demás historial. Por favor, permítanle a la oficial ayudarles. Una vez más, la audiencia de detención es su única oportunidad de evitar la cárcel antes del juicio.

      Scott se reclinó en el asiento y observó la sala. Como dijo el rey, en El señor de los anillos, «comienza la batalla». Las chicas adoraban esas películas, así que habían visto la trilogía más de una vez. El bien vencía sobre el mal en el campo de batalla de Mordor. ¿Vencería el bien en un juzgado de los Estados Unidos de Estados Unidos?

      —Los acusados permanecerán bajo custodia antes de la audiencia de detención. El juez magistrado se encargará del asunto de la defensa conjunta con los acusados. Veré a los abogados en el despacho. Se levanta la sesión.

      —Eres juez federal. Eso significa que siempre habrá alguien enfadado contigo. Se te juntan todos los temas del día (el aborto, los derechos de los homosexuales, el control de armas, el Obamacare, la inmigración) y tú tienes que decidir quién gana y quién pierde. No quieres, pero tienes que hacerlo. Es tu trabajo.

      El hombre que hablaba tenía aspecto distinguido con pelo canoso y ondulado era un demócrata, pero parecía un republicano. Estaba sentado frente al escritorio de Scott, como si hubiera organizado él la reunión. Era comprensible, J. Hamilton McReynolds III era uno de los hombres más poderosos del mundo. Presidía el Departamento de Justicia, la Oficina Federal de Investigación, la Oficina de Alcohol, Tabaco, Armas de Fuego y Explosivos, la Agencia Antidrogas de Estados Unidos y la Agencia Federal de Prisiones. Era el fiscal general de los Estados Unidos, el agente jefe del orden público en Estados Unidos; solo rendía cuentas al presidente, el hombre más poderoso del mundo. A su lado estaba sentado un asistente del fiscal general del Estado y, al otro lado, el fiscal federal; ambos sabían que tenían que mantener la boca cerrada delante del jefe. Beckeman, el agente del FBI que había visto Scott en las noticias, estaba de pie, firme, junto a las ventanas; no parecía el tipo de hombre que mantenía la boca cerrada. La abogada de oficio estaba sentada en el sofá como una niña en una reunión de adultos. Scott cogió el cuenco.

      —¿Caramelos de mantequilla?

      —Se lo agradezco.

      Scott le lanzó un caramelo al fiscal general. Los otros rehusaron, pero el agente del FBI tendió la mano abierta. Scott completó un strike.

      —Es increíble lo que espera la gente de los jueces federales, ¿verdad? —comentó el fiscal general—. Dios no eligió hacer que la vida fuera justa, pero de algún modo, nosotros tenemos esa obligación. Si pudiéramos. Yo no podría. —Soltó un gruñido—. Están buenos.

      Scott movió el cuenco hacia el lado del escritorio donde estaba sentado el fiscal general.

      —Coja más. —Le obedeció—. ¿Fue juez federal?

      Asintió.

      —En Filadelfia. Me designaron de por vida a pasarme la vida decepcionando a la gente. Así que salté como un resorte cuando el presidente me ofreció este puesto. Fiscal general. Ni siquiera tengo que pensar en lo que es justo.

      —¿En qué piensa?

      —En terrorismo.

      El fiscal general había volado hasta Dallas para la lectura de cargos de Omar al Mustafá – y una oportunidad fotográfica para asegurar a otros posibles yihadistas en Estados Unidos que el Grupo de Lucha Contra el Terrorismo les daría caza y los llevaría ante la justicia. Suspiró como si el peso del mundo —o al menos la seguridad de Estados Unidos— descansase sobre sus hombros. Así era.

      —Bueno, juez, ¿puedo contar con usted?

      —¿Para qué?

      —Para que haga lo correcto.

      —¿Que es…?

      —Detener a Mustafá y al resto de los acusados antes de la Super Bowl.

      —¿Se refiere a antes del juicio?

      —No, me refiero a la Super Bowl. Ese juego supone el mayor riesgo a la seguridad del país al que nos enfrentamos cada año. Es el evento deportivo más grande del mundo. Les encantaría atacarnos ahí justo en ese momento, durante la celebración del estilo de vida estadounidense.

      —Es un partido de fútbol.

      —Es Estados Unidos. Es una expresión de nuestra libertad y patriotismo. Nuestra prosperidad. Nuestro lugar en el mundo.

      Tal vez tenía razón. A menudo la Super Bowl parecía tratar de todo menos del juego. Cien mil espectadores en el estadio, mil millones más desde sus televisores por todo el mundo, anuncios que generan 150


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