Kundalini yoga para embarazadas. Gurmukh
niño, lejos de ser un demonio, era un santo. Con su compasión e inteligencia, una madre puede cambiar el destino de su hijo cuando este aún está en su vientre o, en el menor de los casos, puede elevar el alma que lleva en su interior. Así, las madres pueden contribuir a cambiar el mundo y aportar paz al planeta.
Siempre que una madre que ha asistido a mis clases de yoga prenatal viene después a verme con su hijo a las clases de postparto recuerdo este cuento. ¡Cómo me gusta ver las caras de los bebés! No me cabe duda de que en el cuerpo del bebé se encarnan almas muy viejas. Algunos de los niños parecen espíritus muy antiguos. Hace poco tuve en brazos a un niño al que solo le faltaba una larga barba blanca para que todos le saludásemos con un «¡Dios le bendiga, venerable sabio!». Otros parecen bebés de calendario. No hay dos bebés iguales, ni siquiera los gemelos son idénticos. Por eso, toda madre necesita dedicar tiempo durante su embarazo a potenciar su intuición para saber qué clase de hijo tendrá y qué necesitará este de ella.
El viaje hacia convertirte en esa clase de madre empieza ahora mismo, de hecho, lo hizo antes de que te quedases embarazada. Es una experiencia que trasciende el mero plano físico y médico del embarazo. Aprender a meditar hará que atraigas todas las respuestas que andas buscando. Te ayudará a crear un espacio en tu mente al margen de pruebas y análisis y de todas esas cosas que ahora te inquietan. Y ese nuevo espacio te permitirá entrar en contacto con un conocimiento que está en tu interior. Meditar significa aprender a observar los miles de pensamientos que crea la mente sin juzgarlos o apegarte a ellos. Será como ver un río fluir sin fijar tu atención en ninguna de las gotas que lo forman. Con la práctica, conseguirás abrir en ti un espacio de calma y claridad, y empezarás a conocer tu verdadera naturaleza.
Meditación sencilla
Para empezar a meditar, busca un lugar limpio, despejado y tranquilo. Necesitas estar cómoda y no tener frío ni calor (porque si tienes calor, te entrará sueño). Es preferible que no hayas comido desde dos horas antes. Ponte ropa amplia, de color claro y materiales naturales, ya que eso expandirá tu aura o campo de energía unos cuarenta y cinco centímetros. Este será tu espacio sagrado. Descálzate para que tus pies respiren. Los pies tienen setenta y dos terminaciones nerviosas que estimulan la energía y aportan salud a todo el cuerpo. Siéntate en una alfombra, una toalla o sobre un cojín. Cúbrete con una manta ligera o con un chal tanto el cuerpo como la cabeza. No uses ese chal para nada más, así adquirirá una vibración meditativa que te ayudará a relajarte con solo ponerlo.
Ahora estás preparada para realizar la más básica y sencilla de las posturas yóguicas: la postura fácil.
Siéntate sobre una esterilla, dobla la pierna derecha y colócala bajo tu rodilla izquierda; luego, repite la operación con la otra pierna y coloca la izquierda bajo la rodilla derecha.
Puedes poner una manta doblada o un cojín bajo el extremo de tus nalgas para ayudar a mantener la espalda recta. Si por algún motivo no puedes mantener esta postura en el suelo, siéntate en una silla para que tu espalda esté perfectamente erguida. O siéntate en el suelo con las piernas estiradas y la espalda recostada contra la pared. Esfuérzate por mantener tu espalda lo más recta que puedas.
Imagina que tienes una cuerda que tira de tu cabeza hacia el techo y baja un poco la mandíbula hacia el pecho para que el cuello quede perfectamente alineado con la espalda.
Relaja los hombros y déjalos caer alejándolos de las orejas al máximo.
Cierra los ojos y oriéntalos hacia arriba, como si mirases hacia el centro de tu frente. Ahí está el tercer ojo, la fuente de tu intuición. Si de entrada te resulta difícil, limítate a mirar hacia arriba con los ojos cerrados.
Relájate en la postura y deja que tu respiración fluya tranquilamente por todo tu cuerpo. Respira desde tu vientre, desde el lugar en el que está tu hijo. Deja las manos descansando sobre las rodillas, con las palmas mirando hacia arriba. Junta el pulgar y el índice para formar el llamado gyan mudra, que es el mudra de la sabiduría.
Inhala por la nariz y exhala por la boca. Al inhalar, escucha mentalmente el sonido «Sat» y al exhalar, «Nam». Sat Nam significa «mi verdadera identidad». Siempre aconsejo a las madres que utilicen este mantra para que conozcan las bondades de la ciencia yóguica del Naad o corriente de sonido que se basa en la repetición de determinadas sílabas para abrir y estimular los centros nerviosos sutiles del cuerpo y mejorar la salud.
Comprueba que el tiempo de inhalación y exhalación es similar. Sigue respirando y repitiendo el mantra durante once minutos. Aunque meditar es beneficioso a cualquier hora del día, es especialmente recomendable hacerlo a primera hora de la mañana, porque te ayuda a empezar centrada el día, y a última hora de la noche, para dormir más relajadamente.
El embarazo como oración
2 + 2 = 5
Yogui Bhajan
Cuando veo a personas sin hogar siempre pienso «¿Dónde están sus madres?». Si una madre reza por sus hijos, éstos siempre recibirán guía y estarán cuidados y protegidos. Lo peor que puede ocurrir es que una madre abandone y diga: «Este niño no tiene remedio» o «Es mejor dejarlo» o simplemente alza las manos en señal de desaprobación. Eso es lo que permite que veamos a tantos sin techo en la calle. Por otro lado, si una madre teme por el bienestar de su hijo, desde el útero hasta que es adulto, el miedo afectará al hijo y este será, a su vez, una persona temerosa. Sin embargo, cuando la madre es una mujer dichosa, fuerte, disciplinada en sus oraciones y en su amor por la salud, transmitirá a su hijo esos mismos valores.
Dios es quien se encarga de generar, organizar y dar. Todo pasa a través de él. Cuando comprendes esta verdad, la sientes y la vives, tu existencia se vuelve una oración. Y cuando un corazón ora, cada latido crea un milagro. La plegaria es el verdadero poder de la humanidad. Las oraciones aportan auténtica paz y provocan cambios verdaderos. El poeta irlandés John O’Donohue, un hombre brillante, nos recuerda que el tiempo de oración nunca es tiempo perdido: «Siempre aporta transformación… La plegaria purifica para que seas digno de tus posibilidades y de tu destino».
¿Qué debemos hacer para orar? Concentrarnos y proyectarnos hacia el exterior. Mi maestro me dijo en una ocasión que la plegaria es como una llamada telefónica que hacemos al Universo: «Si hay suficiente corriente, no importa que la distancia sea larga, la llamada llegará adonde queremos. Y recibiremos la ayuda que pedimos».
La plegaria de una madre crea un espacio sagrado para su hijo, sostiene el mundo. Nada es más profundo ni más poderoso que el rezo de una madre. En una ocasión, una de mis alumnas me contó una historia que me hizo llorar de emoción. Después de un incendio en el parque de Yellowstone, uno de los guardabosques encontró un pájaro calcinado, posado en el suelo, al pie de un árbol. Sobrecogido por lo espeluznante de la escena, agarró un palo y separó al pájaro. De debajo de las alas de la madre muerta surgieron tres pequeños polluelos. La madre, consciente de la inminencia del desastre, había llevado a sus hijos junto al árbol y los había resguardado bajo sus alas para evitar que se intoxicaran con el humo. Podía haber volado y haberse salvado, pero eligió quedarse. Cuando llegaron las llamas y el fuego destrozó su cuerpo, permaneció impasible. Sus polluelos vivieron gracias a que ella aceptó morir por ellos. Esta historia nos recuerda la fuerza del vínculo y la fe que las madres podemos depositar en nuestros hijos.
Las almas eligen a la madre en cuyo vientre habrán de surgir y crecer. Yogui Bhajan decía que «desde el principio de la vida hasta el final, la única que puede vibrar y cambiar el destino de su hijo es la madre. Solo su vibración y sus plegarias pueden actuar como un arco de luz y borrar y reescribir el destino