Vozdevieja. Elisa Victoria
tumulto que se forma a la salida. Me da un codazo indicando la dirección en que viene su madre. Cuesta reconocerla. Llevaba horas pensando que vendría con un traje rojo, como en las películas, pero lleva unos vaqueros y una camiseta blanca. Sencilla y fresca. También es la primera vez que la veo con el pelo suelto. Lo tiene rizado hasta los hombros. Se acerca a nosotras envuelta en un cálido sosiego. Ojalá mi madre viniese así un día, con aspecto de haberse curado. Aparece al final de la calle, apresurada y seria hasta que nos ve, como siempre.
Caminamos un trecho juntas rozando una especie de gloria primaveral. Ir en pandilla me hace sentir próspera. Sopla una brisa de playa que te permite ir en manga corta sin pasar calor. Cuando llegamos hasta su bloque, mi madre saca la cámara del bolso y nos hace una foto al lado de un árbol. Por fortuna, ellas charlan y nos dejan unos minutos de intimidad al aire libre. Estoy deseando prolongar el regocijo y, presa de la emoción, emprendo el complicado plan de quedar con ella esa misma tarde antes de que nos separemos.
—Esta tarde no puedo, tengo que ir a Alcampo.
—¿Al campo? ¿A qué campo?
—No, al campo no, a Alcampo.
—¿Qué?
—El Alcampo.
—No sabía que tu familia tuviera un campo.
—¡Que no, que no es mi campo, que es Alcampo, el Alcampo!
—¿Pero qué me estás diciendo? ¿Te estás riendo de mí?
—Buf, ¡no! ¿No sabes lo que es Alcampo?
La miro con el corazón roto como se mira un muro de ladrillo.
—¿Qué pasa, en qué idioma me estás hablando?
Natalia se desespera y tiende los brazos al cielo en busca de consuelo.
—¡Pero explícamelo!
—Mira, el Alcampo es un sitio como el Hipercor.
—Ah.
—Sabes lo que es el Hipercor, ¿no?
—Sí, sí.
—Pues igual pero llamándose Alcampo.
—¿Se llama Alcampo?
Nuestras madres se están despidiendo.
—Sí, y vamos a ir a comprar ropa.
—Ah, vale. ¿Y mañana?
Ya nos estamos alejando.
—¡Tengo catequesis! —grita desde el portal, y nos dice adiós. Puta catequesis, no quiero decir nunca que no puedo quedar porque tengo catequesis. Ella sigue contenta pero yo ya no tanto. ¿Por qué será tan difícil ver a la gente del colegio fuera del colegio?
Los mayores que conozco recuerdan su comunión con más o menos detalle, pero nadie conserva datos concretos sobre su bautizo. Es muy embarazoso, no quiero ser consciente de esa ceremonia para bebés. No paran de repetirme que no hay nada vergonzoso en lo que voy a hacer y que en el fondo no significa nada, es solo una estrategia de supervivencia. Mi madre me ha comprado una falda pantalón azul marino y una blusa blanca con un cuello repipi. Ojalá no llegue nunca el día. Ante mis compañeros de clase lo mantengo en secreto. A ellos qué más les da. Lo que sí les cuento es que al día siguiente nos vamos a Marbella. A primera hora no me suelo acordar, pero después del recreo me empieza a embargar la angustia y necesito pensar en algo bueno.
—¡Qué ganas tengo de estar en Marbella! —suspiro una vez más. Natalia no me hace sentir pesada y se interesa.
—¿Qué día te ibas?
—El quince.
Fuerza una expresión pensativa mirando al techo y levanta súbitamente la mano. El profesor la ve.
—¿Qué pasa?
—Maestro, ¿qué día acaba el colegio?
—El veintidós.
Natalia me mira con un gesto sobrio lleno de reproches.
—Vas a faltar la última semana entera.
—Yo qué sé.
—Te vas a perder la fiesta de fin de curso.
No me había dado cuenta de eso. Me perdí también la de Navidad sabiéndome de memoria el villancico que había que cantar. Me da rabia pero no quiero que se note.
—Bueno, da igual. Voy a estar en Marbella.
—A lo mejor te suspenden por faltar la última semana.
—¿A mí? ¿Por qué?
—Por no venir a recoger las notas.
No sé si eso tiene sentido pero prefiero hacerme la digna y descartar la idea. Cómo iban a dejarme suspender así.
Hemos comido lentejas. Con las lentejas me pasa como con la bañera, que nunca me apetecen pero luego me alegro de haberlas comido. Domingo está en el trabajo. Mi madre se ha empezado a quedar dormida sentada a la mesa con el último trozo de melón a medio comer. La sacudo suavemente con la mano.
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