Vozdevieja. Elisa Victoria

Vozdevieja - Elisa Victoria


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una fresita y que nos quiera vender la que cuelga cubierta de pegamento y polvo. La ventana está cerrada. Llamo con la mano y una mujer que no es la vieja viene a abrirme. Lleva una camiseta amarilla, el pelo teñido de rubio, gafas y cara de mala hostia.

      —Un paquete de Fortuna.

      —¿Para quién es?

      —Para mi madre.

      —Bueno.

      Resulta muy fácil echar la cuenta de cuántos años tiene mi abuela porque nació en 1920, fecha que me sugiere tirabuzones, jarrones de porcelana llenos de flores, caligrafías refinadas y tonos sepia. Va a soplar setenta y tres velas sobre una tarta atestada. Apenas caben. Encenderlas ha sido un calvario. Las primeras llevan ya un rato derritiéndose mientras prendemos las últimas y corremos hacia la mesa. Solo estamos nosotras para entonar la canción de rigor. Ella pone boquita de piñón y necesita varias bocanadas de aire para apagarlas. La yema tostada ha quedado cubierta de lamparones de cera. Repartimos tres trozos de pastel. La tele sigue encendida mostrando los primeros sondeos, que estiman una victoria de los buenos, los héroes. Se llevan las manos al pecho y sacan una botella de Marie Brizard. Todavía no está el pescado vendido, no hay que confiarse y hace falta fuerza. Yo repito tarta dos veces. Total, quién se la va a comer si no.

      Lo de las elecciones es parecido a los partidos de fútbol en los bares. Esos días se despierta una especie de conciencia colectiva tan cálida como agotadora. Supongo que los forofos son adictos a esta sensación de compañía y el deporte es una excusa de poca monta para aliarse y no sentirse tan solos una vez a la semana. La soledad y el aburrimiento te pueden llevar a los lugares más insospechados. A partir de las ocho la cosa se pone seria. Me mandan a callar cada vez que abro la boca. Tenía el equipaje hecho para volver a mi casa pero he vuelto a sacar las muñecas y me dedico a adorarlas en el sofá. Son dos chicas y un chico. Cada vez que toco sus cuerpos pubescentes me quemo las palmas de codicia y anticipación. Ya queda menos. Ya queda menos para refregarme con otros seres humanos como hacen ellos entre mis manos. Cambio de ropa a una de las muñecas, la visto de fiesta. A él le pongo una chaqueta elegante. Susurro pretextos baratos para que se morreen cuanto antes.

      —Oh, Peter, te he echado tanto de menos.

      —Yo también estaba deseando verte.

      —¿Y esto, también tenías ganas de verlo?

      Bajo los tirantes del vestido de princesa y le enseño las tetas al muñeco. Él las chupa unos segundos y añade:

      —Pero lo que más tenía ganas de ver es esto.

      Acerco su mano hacia el coño plano y duro por encima de la ropa y en un gesto de diminuta destreza consigo que ella misma se levante la falda y le enseñe que va sin bragas. Él empieza a magrearla sin piedad y mi voz gime en un hilo inaudible. Giro las cabezas para emular apasionados besos de tornillo mientras se tocan. La tercera muñeca estaba espiando desde detrás del brazo del sillón con una pierna escayolada. Cuando la descubren, resulta que Peter y la chica con vestido de princesa son médicos y proporcionan a la espía todo tipo de cuidados.

      La enfermedad es un miembro más de mi familia, uno con capacidad para decidir lo que será de mí después de este verano. El contrato de alquiler termina con el mes de agosto. Mi madre ha ido empeorando en el último año a un ritmo precipitado. Cuando nací ya le habían previsto dos muertes inminentes. Sin embargo, estoy tranquila porque van a ganar las elecciones los que ellas han votado. El presidente va a ser Felipe González. Será el regalo de cumpleaños de mi abuela. Hoy dormirá tranquila y contenta. Nadie le va a quitar la pensión. Los malos tiempos quedaron atrás. La orfandad, el hambre, los hermanos muertos, las hermanas fugadas a América, los maridos perdidos, el caos. Lo sé porque desde que vine al mundo nada puede ir a peor. Yo doy sentido a las vidas de mi madre y mi abuela, soy su luz, y sé cómo irradiar. No habrá más guerras ni dictaduras ni mi madre va a volver a limpiar casas a trescientas pesetas por hora ni se va a morir.

      No voy a ir interna con las monjas. Me voy a bautizar por si acaso. Solo por si acaso.

       4

      Es lunes y el colegio entero está de subidón porque vivimos en un barrio obrero y se supone que han ganado los nuestros. Hay gente del Betis y del Sevilla, de Izquierda Unida y del PSOE, pero del PP ni uno. Nunca he escuchado a nadie decir que fuese del PP. Tienen que ser un montón. ¿Dónde estarán? De todas formas no se puede decir que mi estudio sea muy profundo. Cambiar tanto de colegio está empezando a crearme cada vez más dudas respecto a la actitud que tomar. Nunca sé si debería darme prisa en conocer a los demás para aprovechar el tiempo que estemos juntos o si sería mejor no encariñarme demasiado por si en cualquier momento desaparezco. Cuando te mudas hay muchas promesas que nunca se cumplen y los niños nos separamos para siempre. Esta vez no he podido evitar encariñarme, han sido casi dos cursos enteros de relativa prosperidad. No quiero hacerlo otra vez. Aquí me va bien, aunque este momento sea uno de los que más odio. Estamos formando fila en la cancha de fútbol esperando para recorrer un circuito de obstáculos. De uno en uno y botando una pelota a la vez que corremos. Nuestro maestro es un hombre joven que muestra verdadero interés por la enseñanza. Confío en él hasta el último instante porque tengo la corazonada de que me va a ir peor que de costumbre en esta actividad. Le pongo ojos de cordero sin éxito. Se limita a colocarme una pelota contra el pecho y darme una palmadita en la espalda a modo de señal de salida.

      Empiezo sobre la cancha y durante unos segundos me defiendo. La tensión es demasiado fuerte y esquivo la primera tanda de pivotes a duras penas. Por un momento creo que tal vez salga airosa de este ejercicio y el sentimiento es lo bastante dulce como para despistarme. Cuando piso la zona de gravilla no solo pierdo el balón sino que le doy una patada tratando de recuperarlo y se va botando hasta la otra punta del patio. Voy a buscarlo saboreando el consuelo de que al menos me he librado de medio circuito. Al volver junto al grupo el maestro me indica que lo repita desde el principio. Ojalá solo se interesara por nosotros en las áreas que se nos dan bien y dejara de abrasarnos en todo lo demás.

      Espero que Natalia y Juan Carlos, mis estimados compañeros de mesa, no me guarden rencor por restarles puntos de popularidad. Por si acaso, a última hora, decido aprovechar el alboroto que se monta con la plastilina. Ella está inmersa en esculpir un vestido con mucho vuelo. Me vuelvo hacia Juan Carlos, que tiene montada una próspera churrería.

      —Oye, mañana me voy a traer una cosa de mi casa.

      —¿El qué?

      —Un libro mío donde salen tetas.

      —¿Qué dices?

      —Que salen tetas.

      —Pero cómo va a ser tuyo.

      —Que sí, que hay unas sirenas con las tetas fuera.

      —¿Sin conchas ni nada?

      Niego con la cabeza lentamente. Juan Carlos se tapa la boca con las dos manos aceitosas. Su piel pálida contrasta vivamente con los ojos oscuros y el pelo negro. Es esbelto y le queda muy bien el rojo, aunque hoy viene de azul. Me gustaría poder brindarle a mis compañeros pornografía de la buena, un Penthouse de los que alguna vez han caído en mis manos, algo de Milo Manara, que siempre sienta bien, pero creo que si me pillaran con eso en la mochila me castigarían severamente. Sería demasiado.

      —¿Y lo vas a sacar de la mochila?

      —Sí, pero solo te lo enseño a ti. Y a Natalia si quiere.

      Ella arrima la oreja sin apartar los ojos del modelaje. Pone la boca de pollito cuando está con la plastilina, un gesto de concentración cursi que a veces imito a conciencia. Ella es chata y melosa, válida en todos los ámbitos.

      —¿El qué me vas a enseñar?

      —Una foto de una sirena con las tetas al aire.

      No dice nada y continúa inmersa en su labor, complacida. Tengo que reconocer que me quito el sombrero ante Natalia. Es divertida, discreta, hábil, modesta, coqueta, sencilla. Ojalá la tuviera a mi lado toda


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