Virus-Cop: Muerte en el Nidda. Robert Maier

Virus-Cop: Muerte en el Nidda - Robert Maier


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grababa todas las conversaciones y las enviaba al servidor. Y había más incongruencias. El virus tenía que notificar la fuente de datos de todos sus mensajes, el lugar de donde procedía la información. La mayoría de las veces funcionaba eso muy bien, sin embargo había veces que junto a entradas como “SMS”, “e-mail” o “archivo propio”, aparecía el valor “desconocido” como fuente. Olaf no le encontraba explicación. Esta noche tendría que echarle un vistazo otra vez al código fuente. A lo mejor el problema tenía que ver con un error de programación.

      Pero de momento estaba encantado de haber conseguido los números de teléfono.

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      “Soy un tío de Benjamin”, con estas palabras se presentó Olaf al chico que le abrió la puerta. Se dieron la mano. Ümüt Öztürk tenía un nombre capaz de alcanzar el record en cantidad de diéresis, pero hablaba alemán con un acento cien por cien de Hesse.

      “No recuerdo haber oído a Ben hablar de un tío de Darmstadt.”

      “Hace muchos años era para él algo así como su tío preferido” añadió Olaf a sus fabulaciones “pero después me fui al extranjero y perdí el contacto.” Se esforzó en poner una cara de circunstancias “Ahora por desgracia ya es demasiado tarde para preocuparse por Benjamin.”

      Ümüt apartó la mirada y carraspeó cortado, como si le hubiera parecido penosa la repentina exteriorización de sentimientos del viejo tío.

      “¿Erais buenos amigos?”

      “A menudo jugábamos a la Play.” Ümüt parecía estar visiblemente aliviado con las preguntas que le planteaba el viejo, más cómodo que con la idea de que se echara a llorar.

      Le llevó hasta una de las puertas que estaban en el largo pasillo “Esta es la habitación de Ben.”

      Entre las videoconsolas con toda clase de cables y controles lo primero que le llamó la atención fue la enorme cama doble. En la estantería al lado del cabecero había una caja de condones y al lado un frasco de aceite de masaje. Parece ser que la enorme cama no la usaba principalmente para dormir.

      “¿Tenía Benjamin novia fija?”

      Ümüt vaciló un instante “Tabea.”

      “A lo mejor podrías darme su número de teléfono.”

      “No lo tengo. Yo solo tengo su perfil de Facebook. Pero eso no le va a servir para nada” dijo Ümüt mirando de soslayo a ese anciano de la época de los teléfonos de disco.

      “¿Y podrías darle mi número de teléfono a través de ese face..no sé qué“ Olaf seguía con su papel “y pedirle por favor que se ponga en contacto conmigo?” Le dio su número de teléfono a Ümüt, que lo anotó directamente en su móvil. Después, con la excusa de “buscar algún recuerdo” se puso a examinar más minuciosamente la habitación. Oía como Ümüt carraspeaba repetidas veces en otra parte de la casa, mientras él abría cajones, las puertas del armario y registraba las estanterías. Olaf no tenía muy claro qué es lo que estaba buscando. Cuando abrió por tercera vez el cajón de los calcetines, empezó a dudar de sus capacidades detectivescas. ¿Pero qué estaba haciendo allí? Quería aclarar un caso de asesinato pero ¿cómo se supone que se hace eso? La habitación no arrojaba ninguna clave que llevara a pensar en algo que no fuera habitual.

      De nuevo volvió a examinar la estantería de los libros: libros de Física – era fácil de adivinar lo que estudiaba Benjamin- novelas fantásticas, novelas policíacas, Harry Potter.

      “Esto es de Ben.” Olaf se asustó. Ümüt estaba de pie en la puerta y le enseñó una mochila.

      “Estaba en la cocina. Probablemente por eso no se la ha llevado la Policía.” Dejó la mochila encima de la cama. “Seguro que les habría resultado muy interesante, porque ahí tiene su portátil.”

      A Olaf le costó bastante no lanzarse con avidez sobre el ordenador. Le dio las gracias con tanta indiferencia como pudo. Solo cuando Ümüt salió de la habitación se atrevió a poner el ordenador encima del escritorio. Se puso a escuchar los sonidos de la casa. De donde antes venía el carraspeo de Ümüt, ahora se oía el traqueteo de un teclado.

      Ahora o nunca.

      Cuando Olaf apretó el botón de encendido se sintió como si se hubiera colado en el metro. El ordenador empezó a funcionar con una pequeña vibración. Empezaron a aparecer en la pantalla los avisos habituales hasta que abrió la pantalla de inicio. Contuvo el aliento de la emoción, cuando sacó el pincho y lo metió en el puerto USB. Se aseguró por un momento de que la lucecita del disco duro parpadeara antes de apagar la pantalla con el teclado. Calculaba que la instalación duraría unos quince minutos.

       Ojalá no entre ahora Ümüt por la puerta

      ¿Y qué podría hacer en estos quince minutos? Como no se le ocurrió nada mejor, se puso a cuatro patas para mirar debajo de la cama. Un alargador, lleno de polvo, serpenteaba desde el enchufe de la pared al enchufe de una lamparita de noche. Un paquete de pañuelos de papel, que seguro que se había caído hacía meses y ahora estaba cubierto de polvo. De esta investigación solo se podía concluir que había necesidad de hacer una limpieza a fondo.

      Olaf se puso a escuchar el casi imperceptible ruido del disco duro.

      Estaba trabajando.

      “¿Ha encontrado lo que estaba buscando?”

      ¡Mierda! Ümüt había vuelto. Justo cuando se estaba poniendo de pie, Ümüt estaba entrando. Al levantarse tan repentinamente se le nubló la vista por un momento.

      “¿Se encuentra bien?” Estaba conmovedoramente preocupado por el viejo que estaba sentado en la cama tambaleándose.

      Hizo un gesto de rechazo. “Ya estoy bien.”

      “Le voy a traer un vaso de agua” decidió Ümüt, que probablemente pensó que lo que había ocurrido tenía que ver con su senilidad. Olaf le siguió a la cocina, alejándole del portátil y de la lucecita que parpadeaba sospechosamente. Se dejó caer pesadamente en una silla, como si no pudiera levantarse nunca más.

      9

      Olaf se puso cómodo delante de su portátil con una taza de café en la mano. Se puso a revisar los ficheros que su programa de hackeo le había transferido. Parecía que le había copiado en el servidor una gran parte del disco duro del portátil de Benjamin. Ahora Olaf podía acceder a un montón de ficheros y claves. Además también tenía fragmentos de archivos borrados que después de borrados, habían seguido almacenados en el disco duro. Con las herramientas adecuadas y un poco de suerte podría recuperar algunos ficheros.

      ¡Lo que se puede hacer con un pincho USB y una conexión a Internet!

      El programa estuvo más de dos horas transfiriendo datos, hasta que se paró, seguramente porque se quedó sin batería el portátil. A veces hasta a él mismo le resultaba inquietante su “taller de alquimista”, nombre que le gustaba dar a su colección de herramientas de espionaje.

      Después se puso manos a la obra con el virus. Si cambiaba constantemente la configuración, eso es que había algún error. Se puso a trabajar minuciosamente en el código fuente y a testear diferentes casos de prueba en el portátil, pero no encontró ni la más mínima incongruencia. Cuando le empezaron a picar los ojos lo dejó. Ya seguiría más tarde. Ahora tenía que hacer la cena.

      Antes, cuando cocinaba, siempre era para cuatro personas. En la mesa había cuatro platos, cuatro vasos y cubiertos para cuatro. La mayoría de las veces era Carola la encargada de hacer la comida, pero Olaf se había labrado una reputación a los ojos de sus hijos como chef gourmet gracias a sus comidas de los domingos: pollo con bola de patatas, tortitas de patata con puré de manzana, estofado de ternera con esa pasta de huevo típica de Suabia y del sur de Alemania – el plato preferido de los niños- Olaf se sabía todas las


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