Virus-Cop: Muerte en el Nidda. Robert Maier
le cogió la llamada al primer tono.
“El virus ha enviado más información. La Policía está interrogando a gente del mundillo de gestión de cobros.
“Cómo me sorprende lo ingenua que puede ser la policía.” Gottfried bebió de su Coca Cola.
“A lo mejor tiene algo que ver con la teoría de una deuda.”
“Tú mismo lo has dicho. A este estudiante le hicieron una encerrona. Un cobrador de deudas jamás actuaría así.”
“Podría ser que la Policía tuviese información de la que nosotros carecemos y que apunte hacia algún usurero.”
“¿Eso qué significa? ¿Qué a lo mejor al lado del cadáver se encontraron la tarjeta de visita del asesino? Esas tarjetas pueden desaparecer rápidamente si se le da un golpe a alguien en la cabeza.”
Gottfried oyó como Olaf se reía en bajito. “No tenemos ninguna información policial sobre la escena del crimen. A lo mejor hay un montón de información que nos falta.”
“¿Y cómo es posible que tu fantástico virus no haya enviado ese documento?”
“No puede transferir más información que la que tenga Tobías en su móvil. Es probable que no haya descargado el informe del servidor.”
Gottfried se quedó pensando en lo que le acababa de decir.
“Es raro que se haya bajado las fotos de la escena del crimen a su móvil. ¿Qué querrá encontrar? ¿Qué se supone que hace con semejantes fotos en el teléfono?”
“No tengo ni idea. Tú también te llevas trabajo a casa.”
“¿Crees que quería analizar las fotos de la escena del crimen más tranquilamente? ¿Quizás para dar con algo sorprendente?”
“Esa podría ser una razón.” Olaf no sonaba realmente convencido
“Tobías tiene problemas en el trabajo. Sus compañeros de trabajo no le aceptan. A lo mejor quiere lucirse delante de ellos con un descubrimiento espectacular.”
A Gottfried no se le ocurrió nada para rebatir esa teoría. Echó un vistazo a su reloj de pulsera. Todavía tenía un ratillo. “Tenemos que hablar con la gente que conocía a la víctima: familiares, vecinos, compañeros de estudios, el profesor que le estaba dirigiendo el doctorado.”
“La Policía ya ha hablado con algunos de ellos.” Gottfried oyó el clic de un ratón “A saber: los padres, la novia y los compañeros de piso. La víctima vivía en un piso compartido.”
“¿Tienes los atestados policiales de las entrevistas?”
“Sí. La Policía solo ha podido hablar con los padres por teléfono.
Viven en Sudamérica y como es más que comprensible están en estado de shock con la muerte de su hijo, pero no pueden aportar nada para esclarecer los hechos.”
“¿Y qué pasa con la novia?”
“Contó algo sobre un hombre que amenazaba a Benjamin, nuestro funesto cobrador del frac. El resto de lo que dijo no arrojó ninguna luz sobre los motivos del asesinato.”
“Al menos sabemos algo más del muerto, a través de estas pesquisas “¿Qué les parecía a los que le rodeaban? ¿A qué se dedicaba en su tiempo libre?”
“De eso no he podido leer nada. Me volveré a leer los documentos.” Olaf hizo una breve pausa “Tendremos que hablar nosotros mismos con esa gente.”
“Como ya te he comentado, será mejor que dejemos a la Policía que siga trabajando en la teoría de los cobros y pongamos el asunto en manos más competentes, las nuestras.”
La carcajada de Olaf fue tan sonora que le provocó un desagradable tirón en el tímpano.
“Hoy voy a dejarme caer por la casa del difunto y me haré pasar por su tío.”
“Muy buena idea. Intenta sacar toda la información que sea posible sobre Benjamin Hoffmann: el nombre de sus amigos, aficiones, vicios, dónde trabajaba en la universidad.”
“Te mantendré al día.”
“Pero acuérdate de la diferencia horaria entre San Francisco y Bornheim.”
“No te preocupes. Ya la sé conozco hace tiempo. No te voy a sacar de la cama con mis llamadas.”
Cuando Gottfried colgó, oyó un mensaje por megafonía de su vuelo: todos los pasajeros tenían que ir inmediatamente a la puerta de embarque. Terminó de beber. Al irse se despidió de Judith, la empleada que hoy, como casi todos los domingos, estaba trabajando en la recepción. Era lo suficientemente educada como para no quedarse clavada mirándole por el aspecto que tenía.
“¿Para qué tendrá las fotos en el móvil?” iba pensando mientras se dirigía a la puerta de embarque.
8
Que no iba a encontrar un número en la guía de teléfonos a nombre de Benjamin Hoffmann era algo que a Olaf ya se le había ocurrido a él solo. Hoy en día prácticamente todo el mundo tiene un móvil. Por eso no hay ningún motivo para tener una línea fija de teléfono en una casa compartida. No iba a resultar sencillo encontrar un número de teléfono.
Consultó varias veces Google, pero enseguida averiguó que no había ninguna información sobre Benjamin Hoffmann y la calle Kaufunger. Tras ello se puso a consultar el perfil de Facebook del universitario, para ver si así llegaba hasta sus compañeros de piso. Tardó unos minutos hasta que, de una lista de Benjamines Hoffmann, dio con el Benjamin Hoffmann correcto. En la foto del perfil se le veía a él con una gorra de beisbol posando en una playa, una foto típica de vacaciones. La lista de amigos contaba con más de quinientos miembros. Olaf no iba a poder consultarlos todos.
A lo mejor podía averiguar quiénes eran los compañeros de piso de Benjamin Hoffmann a través de las historias en su Facebook. Le recorrió una sensación desagradable cuando se puso a ver las fotos: Benjamin Hoffmann con un grupo de amigos divirtiéndose, montando en bici por el campo, Benjamin Hoffmann riéndose, al lado de una chica, a lo mejor su novia: fotos salpicadas de la alegría de vivir de un chaval joven, a quien, en un momento dado, le encontrarían muerto a golpes en el Nidda.
Olaf siguió “hojeando”. Había viñetas de páginas de chistes con comentarios graciosos añadidos, también artículos compartidos sobre temas del espacio con fotos de Marte y Júpiter y de un autor de ciencia ficción. El estudiante compartía también webs de noticias. Parece que era de izquierdas y estaba en contra de la globalización. ¿Sería típico de un doctorando de Físicas?
Los stories en su Facebook arrojaban mucha información sobre la vida de Benjamin, pero ningún dato sobre sus compañeros de piso. Después de que Olaf intentara varias búsquedas en Twitter, se percató de que a través de internet no iba a conseguir averiguar el número de teléfono de la casa. En este mundo tan digitalizado, en el que todos están conectados con todos, tendría que hacer lo que se hacía antes de que se inventara el teléfono: tendría que ir a su casa y tocar el timbre sin cita previa. Conocía la calle Kaufunger, en el barrio de Bockenheim. Uwe, un amigo de su época de estudiante, vivía cerca de allí. Hacía años que no lo veía. Si no encontraba a nadie en la casa, podría intentar quedar con él
Olaf estaba a pocas paradas de metro de la calle Leipzig, cuando empezaron a sonar las ya familiares campanas de Navidad. El Virus mandó un nuevo mensaje. ¿Pero por qué precisamente ése? ¿Y por qué precisamente ahora?
Irritado miró a través de la ventana, clavando sus ojos en su reflejo opaco frente a la borrosa pared del túnel que pasaba por delante. Acababa de intentar encontrar en internet el nombre y número de teléfono de los compañeros de piso de Benjamin Hoffmann, sin ningún resultado y justo ahora le envía el Virus esos datos.