La historia de nuestra muerte. Sheila Almontes

La historia de nuestra muerte - Sheila Almontes


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bien habías pensado en llegar con él cuando planeaste tu viaje, al saber que éramos tú y yo los viajeros decidiste que sería mejor encontrar otro lugar para hospedarnos.

      —Qué bueno que te consientas —dije—, a eso vinimos, a disfrutar la vida.

      —Así es. Y tú me puedes ayudar mucho con eso. Ya me haces muy feliz cada vez que platico contigo. ¿Qué crees que pase? ¿Qué te gustaría que pasara conmigo?

      Ante tal pregunta, no me quedaba más que contestar de la manera más franca posible, así que te dije que hacía algún tiempo que yo no tenía pareja, y que, la verdad, no tenía urgencia alguna por tenerla, pero que tú me interesabas demasiado. Te planteé la base de lo que yo buscaba para mi futura relación amorosa, dando a entender sutilmente que yo quería una relación formal y duradera:

      —Yo creo que lo importante es tener objetivos comunes. Te comparto los míos: quiero trabajar, poner un negocio propio; quiero hacer ejercicio y viajar; crecer en todos los sentidos.

      —Te comparto los míos: no quiero trabajar. —Bromeaste—. Quiero viajar, hacer ejercicio y estar contigo.

      —Muy buenos. —Me causó gracia tu respuesta.

      —¿Qué te parece si nos vemos después, con más tiempo, y lo platicamos bien?

      —Me parece bien.

      La cita era el martes siguiente. Nos despedimos, y me dejaste una tarea para poner en práctica todos los días hasta entonces:

      —No dejes de sonreír, que te ves hermosa cuando lo haces.

      Por lo pronto, acordamos mantenernos en contacto para saludarnos y definir la hora de nuestro próximo encuentro.

      Capítulo III

      Novios

      EL COMIENZO DE NUESTRA HISTORIA

      Se acercaba una de las fechas religiosas más importantes en México: 12 de diciembre, el día de la Virgen de Guadalupe. Acostumbrabas visitarla año con año, como buen devoto, pero ese año el trabajo no te lo permitió, por lo que sólo le mandaste flores al altar en casa de tu madre, a quien yo no tenía el gusto de conocer todavía.

      Por la misma razón, no pudimos vernos ese 12 de diciembre, y aunque ese mismo día acordamos que queríamos ser pareja, la proposición en persona se dio al siguiente día. A pesar de que el encuentro formal fue el 13, nosotros celebrábamos, mes con mes, los días 12, pues ese fue el día que decidimos estar juntos e intentar forjar la relación que siempre deseamos. Francamente fue algo raro: el número 12 estuvo presente y marcó esta historia en muchos aspectos.

      El 12 estuvimos todo el día escribiéndonos mientras tú estabas trabajando y yo en casa. Yo te había pasado algunas canciones y entonces me escribiste:

      —Estoy escuchando la música que me diste. Quiero conocer todo de ti.

      —En realidad me agrada toda la música. Y, ¿cómo va tu día? ¿Ya tuviste algún buen cliente?

      —No, aún nada. Espero pacientemente que llegue algo bueno. Quizá por la fecha no llegue. Todos están de fiesta, pero vino una cita y me define el miércoles.

      —Esperemos que te aparte. Oye, ¿cómo haces para vender bien?

      —Tienes que estar tranquila y contenta con lo que haces y, claro, si trabajas, se te dan las ventas. Toda acción tiene una reacción.—Cuando me dijiste eso, de inmediato vino mi papá a mi mente. Esa era una de las frases que siempre utilizaba, la tercera ley de Newton: "a cada acción corresponde una reacción con la misma intensidad, pero en sentido contrario". Dentro de mí, reí.

      —Oye, tienes canciones de videojuegos aquí. —Dijiste entre risas.— En el trabajo piensan que estoy jugando.

      —Sí, es que me gustan un poco. —respondí, riendo también.

      —Bueno, tengo que irme a comer. Espero que tengas linda tarde.

      —Okey, pues. Seguimos en contacto. Linda tarde.

      Pocas horas después de habernos despedido, volviste a escribir. Me comentabas que el día anterior habían celebrado el aniversario de bodas de tus papás –los llamaste "mis suegros", pues ya éramos pareja–. Me platicaste que pensabas cocinar la cena para ese día especial, pero tus citas de trabajo no te lo permitieron y fue tu hermana quien ejecutó la receta prometida, la cual tenías en tu plato en ese momento, según me presumiste.

      —¿Tienes muchos hermanos, Gerardo?

      —Tengo tres hermanos, somos dos hombres y dos mujeres.

      —Qué bien.

      —Sí, yo soy el más pequeño. Casi todos nos llevamos un año de diferencia, pero nos llevamos muy bien. Oye, estuve escuchando la música que me diste. Hay canciones muy románticas. Eres igual que yo, por eso me gustas.

      —¡Muchas gracias!

      —Tengo una pregunta.

      —Dime.

      —¿Por qué no me insinuaste que te gustaba?

      —Porque primero estudio el terreno. —dije como explicación.

      —Pero al menos una señal…

      —Un día que platicamos me comentaste que eras casado y de inmediato decidí no meterme. Ya después fue cuando me entere de que te habías separado, pero en general no me nace ser coqueta. Soy un poco extraña en esas situaciones.

      —Me emocioné cuando platicamos en el Instituto Cumbres. Compartíamos muchos gustos y te plantaste en mi cabeza, que por cierto me está doliendo un poco.

      —Toma algo. Una pastilla… o algo.

      —Sí, ahorita traigo unas muy buenas. Como te decía, me gustaste mucho desde ese día, y tu corte nuevo y color de cabello me encantaron.

      —Muchas gracias. Sí, en esa guardia en el Cumbres también me gustaste más. Eres un hombre muy interesante.

      —No te decepcionaré. Lo prometo.

      —Espero tampoco hacerlo yo.

      Esto comenzaba a ponerse cada vez mejor. Las charlas eran más frecuentes y más profundas. Comenzábamos a compartir más que palabras, gustos y sentimientos: compartíamos nuestra vida diaria.

      Viste fotos en mis redes sociales, entre ellas aquella de ambos en el Instituto. "Un gran día", me dijiste. A propósito de fotos, me hiciste llegar una de Morgan –pequeño por su edad, grande por su raza–, un dogo de burdeos color canela que adquiriste como mascota para tu hijo, el pequeño Nino. Yo tengo dos chihuahuas, de los que parecen llavero, como me dijiste haciendo alusión a su tamaño. Una cosa más en común: nuestro gusto por los perros.

      Quizá un hijo no estaba pensado para nosotros, que recién empezábamos la aventura; además de que francamente no tengo planeado tener uno en mi vida; pero tú propuesta de cuidar juntos a Morgan me pareció aceptable. Entre nuestras pláticas, abordamos algunos temas, como tu poca tolerancia a la sensación de soledad. Añadí:

      —¿Tú tienes algún anhelo en tu corazón? ¿Algo que desees mucho?

      –—¡Conocer Acapulco! —Como siempre, haciendo bromas; tú ya lo conocías.— Ja, ja, ja, ja. Pues sí, en realidad muchos. Creo que ya te había comentado: tener un negocio, viajar mucho, y tener una mujer con quien compartir todo, que me acompañe en este mundo y me entierre. Ser feliz.

      —Muy buenos deseos.

      —Espera. Olvidé decir que me gustaría que esa mujer seas tú. —Agregaste con el emoji sonrojado.

      —Me halagas mucho. Pues veamos si existe esa compatibilidad. Yo también quiero compartir mi vida y muchos momentos con alguien.

      —Sí. Estoy dispuesto a dar lo mejor de mí. De verdad, mientras más te conozco, más cualidades te encuentro. Pero bueno, ya es noche tenemos


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