La historia de nuestra muerte. Sheila Almontes

La historia de nuestra muerte - Sheila Almontes


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      —Muchas gracias por la oportunidad. Eres una mujer muy linda y no te voy a fallar.

      —No tienes que agradecer. También eres un hombre muy lindo y la verdad es que algo raro me pasó contigo.

      Te confesé mi sentir con respecto a ti. Ese que era tan diferente a todo lo que mi corazón había sentido antes, algo raro me pasó contigo. Te inquietó un poco mi forma de decirlo, quizá pensaste en algo raro-feo o algo raro-incómodo, pero en realidad fue un algo "raro-conocido". Ese beso y el abrazo que me diste fue como si tuviéramos años conociéndonos y aun así fue muy intenso. Al confesártelo, caímos en la cuenta de que ese sentimiento de no-sé-qué "raro-conocido" también tú lo sentiste.

      Vuelven las mariposas a tu estómago y al mío. Me platicaste lo nervioso que estuviste todo el día, el cuidado que tuviste de no hacer algo que me desagradara, como un niño de secundaria que se le declarará a su primer amor. Me hiciste saber que en mí viste a la persona con la que ibas a conocer el amor verdadero –o más sano, como yo lo llamo–, a lo que yo asentí con toda seguridad. Nada podía ser mejor. Nos despedimos como cualquier pareja: otro beso, un fuerte abrazo y un "hasta mañana".

      Esa noche entré a mi casa muy feliz, a pesar de que unos meses atrás no quería ni pensar en tener novio. Estaba tan a gusto soltera haciendo de mi vida lo que se me antojaba, que no quería para nada una pareja; pero cuando llegaste, cambiaste mi idea y generaste en mí ese interés que nadie más había podido. Rompiste esa barrera y me sentí contenta. Estaba dispuesta a hacer todo por mantener la paz y el amor en esta relación. Me sentía como quinceañera fascinantemente nerviosa y ansiosa. Antes de dormir, me llegó un mensaje:

      —Ya llegué, preciosa.

      —Qué bueno que ya estás en casa.

      —Muchas gracias. Me gustó mucho esta tarde. También tus besos, pero lo que más me gustó fue tu abrazo en el centro comercial. Tan espontáneo. Sentí cariño.

      —Los abrazos reflejan lo que hay dentro.

      —¿En serio? Wow. ¡Qué hermosa! Muchas gracias. Me sentí muy nervioso.

      —No pasa nada, yo también.

      —Sí, y me encanta, nos divertimos.

      —Sí, mucho. Me haces reír todo el tiempo.

      —Es la idea: pasarla bien, sonreír y darnos mucho, mucho amor y cariño.

      —Así es, estoy de acuerdo.

      —Bueno. Besos, hermosa. Descansaré y soñaré contigo esta noche.

      —¡Besos! Descansa, yo también lo haré.

      Esa noche dormí pensando en ti, en nosotros, en cómo sería nuestra vida y esperando que todo saliera muy bien. Entre tantas pláticas, me hiciste saber que tu intención era ayudarme a superar algunos miedos. No sólo esperabas recibir, como muchos otros hombres, también estabas dispuesto a dar, a apoyar y a hacer todo lo que estaba en tus manos por hacerme feliz.

      ENAMORÁNDONOS

      Pasaron los primeros días de noviazgo y la convivencia era mayor. Empezaste a decirme "mi Cheila" de cariño. Cada mañana recibía una llamada o mensaje deseándome un excelente día y me llenabas de besos, abrazos y sonrisas. Me decías lo feliz que estabas conmigo. Nos veíamos todos los días. Tanto la relación como el cariño fueron creciendo. Estaba descubriendo tu lado más tierno y me encantaba; tanto que no puedo creer como tú amor me convirtió en lo que jamás pensé: siempre fui muy amorosa y muy entregada, pero no cursi. Contigo era inevitable "derramar miel" con tan sólo pensar en ti, y lo mejor es que tu correspondías de la misma manera. Recibía hermosos mensajes de tu parte diciendo cosas como: "Desperté y recordé que eres parte de mi vida, y me sentí feliz. Lindo día, hermosa" o "Quiero que te enamores de mí, bonita".

      Cada día era mejor para nosotros. Más divertido y más romántico. Pronto comenzaron los "te quiero" y tus frases "sonríe, te ves más hermosa", "no olvides que me encantas" y "yo te mando un beso más que tu" Me sentía feliz y completa, eras exactamente la mitad que me hacía falta. Cierta mañana me desperté con ganas de enviarte algo que te hiciera vibrar. Quería llegar a tu corazón como nadie lo había hecho, así que comencé a escribir desde muy dentro del alma las siguientes palabras:

      Hola, cielo hermoso. Espero que hayas dormido bien. ¿Soñaste conmigo? Porque yo sí; pero, ¿qué crees? Soñé contigo desde mucho antes de conocerte, antes de este trabajo y antes de esta nueva vida. ¿A qué me refiero? Pues es simple: nunca tuve la idea de un príncipe azul, como toda mujer. Nunca pedí siquiera un galán guapo, o con dinero, caballeroso o… ¡yo qué sé! De hecho, creo que nunca pedí nada, pero con cada experiencia me daba cuenta de lo que ya no quería.

      Es algo muy curioso. Después de todo esto estuve poco más de un año sola. Durante ese tiempo pude pensar qué era en lo que fallaba y me di cuenta de que justamente se trataba de eso: no pensaba en lo que en verdad quería. Comencé a escribir en mi mente revuelta y desordenada qué deseaba yo de un hombre. Sería la primera vez que contemplaría características y objetivos en este tipo de decisiones; y no me refiero a blanco o moreno, gordo o flaco, me refiero a qué vería yo en su personalidad que me gustara; qué vería yo en su esencia que me enamorara; y qué podía yo ver en sus defectos que me permitieran amarlo. Muchos piensan que soy muy exigente. No es así. Simplemente nadie me interesaba lo suficiente. Fue hasta que me sentí lista que decidí comenzar de nuevo y la única persona que me llenó fuiste tú.

      Es muy cierto lo que comentaste: primero es el enamoramiento y luego viene la realidad. Mi realidad es esta: Sheila, 32 años. Mi vida es un caos, si quieres llamarlo así. Soy un poco difícil de sobrellevar. A todo esto, ¿por qué digo que soñaba contigo antes de conocerte? Porque dentro de mi análisis y la realidad que quería para mi vida, soñaba con encontrar a alguien sincero como tú; alguien que me hiciera admirarlo por su franqueza; alguien que me ganara con sinceridad; alguien que fuera tan crudo al contarme su realidad, que me hiciera enamorarme de sus virtudes al grado de querer amar sus defectos; alguien que me gustara tanto como tú y que me llenara de ganas de despertar entre sus brazos.

      Ese era mi sueño, y al conocerte lo hiciste realidad. Tú eres ese hombre al que admiro por admitir sus defectos; a quien deseo conocer en lo más íntimo –desde la forma más sencilla hasta la más bonita–; eres el hombre que tiene la mitad de mi alma; eres quien me enamora poco a poco. Estoy en verdad feliz de que aparecieras en mi vida. Estoy deseosa de conocerte enojado, celoso, molesto, triste, feliz. Quiero compartir y complementar cada emoción de tu vida y llenarte de paz, amor y cosas buenas. Cada palabra de este texto está escrita pensando en ti y viene desde lo más profundo de mi alma.

      No te idealizo. Estoy consciente de que eres un hombre con una vida muy diferente a la mía; de que tienes un carácter muy fuerte; y de que estás luchando contra demonios que no te han dejado cosas positivas, y eso precisamente me hace quererte más y querer estar a tu lado en tu lucha.

      A veces soy un poco callada. En general, para mí es más fácil expresarme de manera escrita, pero te ofrezco cariño, lealtad, fidelidad, respeto, mucho amor y mucha comprensión. Todo se irá dando con el paso del tiempo. Agradezco profundamente tu sinceridad, me has contado parte de tu historia con una confianza plena y yo he tratado de hacer lo mismo. Agradezco también que te hayas acercado a mí, que hayas elegido estar conmigo y permitirme entrar en tu vida.

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