Una vida. Simone Veil

Una vida - Simone Veil


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un destino imaginario. Las familias esperaban no ser separadas, y eso era todo.

      Después de la guerra se habló mucho sobre el conocimiento que los judíos podían haber tenido de la situación. En realidad, la información era mucho más escasa de lo que se cree. Los judíos extranjeros, los primeros en ser perseguidos, supieron antes que el resto qué era lo que se avecinaba. Había más información en la zona ocupada que en la zona libre. Es difícil, sin embargo, creer que François Mitterrand, que tras su evasión se recuperaba en la Costa Azul en casa de unos judíos de origen tunecino, haya podido ignorar las medidas que fueron tomadas contra ellos. Todas las familias de la colectividad eran perseguidas. El número de las que lograron llegar sin problemas hasta las puertas de la Liberación no debe haber sido muy alto.

      La tediosa negrura de Drancy era atravesada a veces por un rayo de sol. Recuerdo haberme reencontrado con los Reinach, madre y padre, nuestros amigos de la villa Kerylos. La señora Reinach, siempre enérgica, supervisaba los servicios de cocina del campo. Fui a verla y tuve la alegría de poder decirle: “La semana pasada recibí una carta de su hija Violaine. Toda su familia está muy bien y fuera de peligro.” Por supuesto, una noticia como ésta era un regalo para el señor y la señora Reinach, que habían sido arrestados poco tiempo antes e ignoraban completamente lo que les había ocurrido a sus cinco hijos. En cuanto a los padres, habían sido deportados muy tarde y directamente a Bergen-Belsen, como otras personas conocidas, quizá porque la señora Reinach era de origen italiano.

      Durante toda esa semana en Drancy, no supimos absolutamente nada sobre lo que había pasado con nuestro padre. Cuando volvimos, pudimos reconstituir los diferentes episodios. Él fue arrestado unos días después que nosotros y llegó al campo poco después de nuestra partida. Ahí se reencontró con Jean, que todavía estaba esperando el trabajo que le habían prometido. Por supuesto, todo eso no era más que una farsa: los responsables nunca habían pensado seriamente en emplear judíos en la Organización Todt. El tren en el que fueron embarcados, unos días más tarde junto con otro centenar de personas, partió en realidad hacia Kaunas, uno de los puertos más importantes de Lituania, entonces ocupada por los alemanes. ¿Por qué ese destino? Nunca nadie ha podido explicarlo. Quizá los nazis temían que hubiese motines fomentados por estos jóvenes en los trenes de deportados, o incluso fugas. Al eliminar a los hombres en la flor de la vida, minimizaban los riesgos. Otra hipótesis –y esto es lo que piensa el padre Desbois, quien en la actualidad lleva a cabo investigaciones en Bielorrusia y Ucrania sobre las fosas comunes– es que estos hombres fueron enviados a los países bálticos para desenterrar cadáveres y que nadie pudiese encontrarlos ni reconstituir los diferentes episodios. Hoy, de hecho, está comprobado que a los pocos supervivientes de ese convoy se les asignó esa tarea siniestra. En lugar de utilizar gente de los países bálticos, que hubiese podido divulgar las matanzas en masa, los nazis habían preferido hacer venir franceses, que luego también serían eliminados.

      Lo que sí se sabe con certeza es que mi padre y mi hermano fueron enviados juntos hacia Kaunas, porque sus nombres figuran en las listas. Se sabe también que algunos de estos hombres fueron enviados a Tallin, la capital de Estonia, para hacer tareas de reparación en el aeropuerto que había sido bombardeado. Se cree que todos fueron asesinados al llegar, o al menos fue así según los testimonios de la quincena de supervivientes que volvieron de ese infierno. ¿Cuál fue el destino de mi padre y de mi hermano? Nunca lo supimos. Ninguno de los supervivientes conocía a papá o a Jean. Una investigación posterior, llevada a cabo por una asociación de ex deportados, no dio resultados. De manera que nunca pudimos saber que ocurrió con nuestro padre y con nuestro hermano. Hoy conservo intacto el recuerdo de las últimas miradas y las últimas palabras que intercambiamos con Jean. Recuerdo los esfuerzos que hicimos las tres para convencerlo de que no nos siguiese, y una tristeza terrible me oprime al pensar que nuestros argumentos, lejos de salvarlo, quizá lo mandaron a la muerte. Jean tenía entonces dieciocho años.

      En cuanto a mi segunda hermana, Denise, cuando nosotros llegamos a Drancy ya hacía varios meses que se había unido a la resistencia. Fue arrestada a su vez en junio de 1944 y luego deportada a Ravensbrück, aunque logró disimular que era judía, lo que probablemente le salvó la vida. Milou y yo no supimos nada antes de nuestra vuelta a París. Durante todo el tiempo que duró la deportación, vivimos con la idea de que por lo menos ella había logrado escapar a la persecución. En un centro de repatriación en la frontera entre Alemania y Holanda, nos enteramos de lo que le había ocurrido; alguien allí nos


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