Días de Fuego. Eduardo Gallego
crío con el fuego; y eso que la madera estaba un poco húmeda –murmuró Ondina, y se puso a recoger hierbas aromáticas.
Poco después, regresaron con unos tallos de menta, ajedrea y otras plantas.
–Ahora deberéis acercaros al arroyo a por truchas. Mientras, calentaré agua para hacer un poco más de té –dijo el mago–. Por suerte, eché un puñado de hojas secas en el zurrón. A Ondina se le da muy bien pescar, y no tendrá inconveniente en instruirte, Vania. No os entretengáis demasiado, que el tiempo vuela y no quiero que nos pille la noche bajando al pueblo por un camino de cabras.
No tuvieron que andar mucho. Nada más entrar en la aliseda cercana, el arroyo se remansaba y formaba una balsa natural. En las aguas cristalinas podían verse los peces nadando por el fondo, a la caza de larvas de insectos y pequeños cangrejos. Ondina se detuvo y hurgó en el zurrón, bajo la atenta mirada de Vania.
–Siempre que salimos al campo llevo sedal, anzuelos y cebo, por si acaso –le explicó la niña–. Anda, haz algo útil y corta algunos carrizos gruesos, para que nos sirvan de cañas.
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