Los miedos de Ethan. Darlis Stefany

Los miedos de Ethan - Darlis Stefany


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esa mirada.

      —Mamá —la llamo, ella me observa inmediatamente—. ¿Qué tal todo?

      Es una pregunta patética y tan poco cálida, pero es mi intento y la abuela sonríe. Mamá me mira con sorpresa antes de comenzar a responder lentamente, siempre ha sido una mujer con una voz rebozada de calma y lentitud, como si el tiempo no corriera o no tuviera prisa en la vida.

      Solía calmarme su voz, en el pasado yo haría cualquier cosa para que ella me hablara con ese tono de voz dulce, en el presente da la impresión de que la evito.

      Continuamos comiendo y forzando la conversación, me relajo un poco hablando. La tía Olivia es la más entusiasta en hablar y pronto me tiene con una sonrisa. La tensión de la mesa no desaparece, pero se hace menos pesada.

      Venir acá me llena de tanta tristeza. Absorbe felicidad.

      Observo la foto enmarcada en la pared, tengo mis brazos cruzados pero parece más como que me abrazo a mí misma. El nudo se instala en mi garganta y mis ojos pican. Estoy lista para irme, pero como siempre esa fotografía me llama.

      La niña rubia tiene un abrazo asfixiante en el niño igual de rubio con mejillas regordetas y sonrojadas que sonríe. Lucen tan felices, eran tan felices. Éramos tan felices.

      —Tienes que perdonarla, Grace.

      La voz de la abuela no me sobresalta, ella me abraza desde atrás y presiona su barbilla de mi hombro. Me siento cálida rodeada de esta fuerte mujer de 69 años.

      —Lo dices como si fuera mi deber, abuela —me escucho decir—, yo la perdoné.

      —Dijiste que la perdonaste, pero no lo sientes. Aquí —presiona su mano sobre donde descansa mi corazón—, aún permanece el sentimiento de no hacerlo.

      »No está mal sentirse así, Grace, pero eso solo te llena de más tristeza. Debes buscar el camino para dejar ir lo que te lastima. Seguir adelante.

      —Sigo adelante, desde el día en el que salí de esa clínica y decidí vivir. He seguido adelante.

      La abuela me abraza más fuerte, mis palabras no siendo suficientes. No miento. He hecho cada cosa para seguir adelante, incluso puedo decir que soy 75% feliz con la vida que llevo. Tengo buenas amigas, un buen trabajo y conozco a los cinco hombres que alguna vez sin darse cuenta contribuyeron a sacarme de la oscuridad, a darme fuerzas.

      —Tienes que buscar el ciento por ciento de la felicidad, cariño. —Deja de abrazarme y sonríe a la fotografía—. Debes saber, Grace, que tu mamá te ama.

      —Yo la amo a ella, lo hago.

      —Tal vez deberías intentar decírselo. Cuando ella te ve, solo puede ver lo mismo que yo veo.

      —¿Qué cosa?

      —Reproches. No la miras con amor. Tienes que perdonarla de corazón. Ella se arrepiente de sus errores.

      —Tiene que hacerlo. Sus errores son los que hace que eso —señalo la fotografía—, que eso ya no pueda suceder.

      La abuela suspira y parece cansada. La enfrento y le doy una sonrisa antes de besar su frente.

      »Ya debo irme, cuídate. Pronto iré a visitarte… Cuida de mamá —pido—, realmente la amo, abuela. Yo no la odio.

      —Cuídate tú también, mi vida.

      Me alejo y me detengo en la sala donde la tía Olivia y mamá parecen conversar. Abrazo brevemente a la tía Olivia y un abrazo más corto con mamá.

      —Voy a estar llamándote y pronto vendré de nuevo a visitarte.

      —Vivimos en la misma ciudad y se siente como que un océano nos separa —susurra, pero me da una sonrisa temblorosa.

      Rápidamente la culpa se instala en mi sistema. Sacudo mi cabeza.

      —Cuida de la abuela, ella cuidará de ti.

      —¿Y quién cuida de mi Grace? —susurra. Sonrío un poco.

      —Yo cuido de mí, mamá.

      Apenas cierro la puerta del apartamento me encuentro con la épica imagen de Lola con los pechos al aire en el sofá mientras gime. Nada como estar en casa… ¿Eh?

      —Los fornicadores irán al infierno —digo con las manos en mis caderas. Lola, mi compañera de apartamento, da un grito agudo de sorpresa mientras su acompañante deja de manosearla bajo el short.

      Ambas se sonrojan. Sí, ambas son mujeres.

      Lola es la magnífica persona con la que comparto el alquiler del apartamento, una orgullosa homosexual con una novia muy divertida que al parecer tiene grandes fetiches con manosearla en el sofá. No es la primera vez.

      La primera vez que las conseguí de ese modo mi grito pudo seguramente escucharse en Irlanda, pero llevando dos años viviendo juntas, ya nada me sorprende. Además, Gina, la novia de Lola, pasa la mayor parte de su tiempo aquí.

      Me divierto viendo cómo Lola rápidamente se pone su camisa. Cuando veo al suelo, me encuentro con su sujetador púrpura, lo tomo y se lo arrojo mientras río y camino a la cocina.

      —Qué bueno que no tienes polla, Gina, o me temo que me encontraría con muchos envoltorios de condones por el lugar —digo y tomo una de las famosas galletas de canela hechas por Lola.

      Gina ríe y con su cabello negro con grandes mechones de color verde aparece en la cocina.

      —Ese sería tu deber, Grace. Traer a hombres que dejen condones usados por todas partes.

      —Oh, he fallado en mi deber de traer a tantos hombres como pueda. Trabajaré mejor en ello.

      Lola entra en la cocina y se sirve un poco de jugo de naranja antes de sentarse sobre el mesón, grandes chupetones descansan en su cuello.

      —Estoy tan acostumbrada a verte los pechos que casi parece extraño verte con camisa —me burlo.

      —Oh, cállate —ríe.

      Lola es latina, específicamente nacida en Venezuela con parte de familia colombiana. Por lo que es latina totalmente. Su piel es como caramelo, morena y brillante de una manera que realmente resulta envidiable y aunque quizás sus ojos son muy pequeños para su rostro, resulta atractiva, además de contar con su acento y personalidad.

      —¿Qué tal el almuerzo con la familia? —cuestiona Gina—. Hago una mueca.

      —Tan tenso como siempre. Apenas pongo un pie en esa casa se siente como que la Grace alegre desaparece.

      —Eso es triste, es el lugar donde creciste.

      —Es la manera en la que me siento, Lola.

      Guardo las galletas y me estiro. La observo a ambas mientras se abrazan y me observan de regreso. Lola y Gina tienen que ser la prueba de que, si se ama, simplemente se ama y nada importa.

      —Tengo que terminar de hacer un boceto. —Sacudo mi cabeza—. Es tan estresante intentar hacerle una portada a un libro que no te gustó.

      —Oh, pobre Grace —se burla Lola.

      —Es muy triste ser yo —es todo lo que digo.

      Ellas ríen y yo camino hasta mi habitación, pero me regreso rápidamente con una sonrisa.

      —Por cierto, desinfecten el sofá, por favor. Ya sé que las calienta hacerlo en él, pero es el sofá en donde también dejo descansar mi culo y no quiero… Ensuciarme.

      —¡Grace! —se queja Lola y si su piel fuera más clara, estoy segura de que estaría muy sonrojada. Sonrío satisfecha cerrando la puerta de mi habitación.

      10 DE MARZO, 2014


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