Los miedos de Ethan. Darlis Stefany

Los miedos de Ethan - Darlis Stefany


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hasta la cocina de Ethan. Una maravilla de cocina que él usa.

      Está dejando una cantidad de suministros de lo que necesita para hacer una pizza. Han de ser casi las cinco de la mañana, venimos de la discoteca y mi mente, algo achispada, sugirió que venir a verlo cocinar sería algo genial porque tengo hambre y nunca he probado su comida.

      Camino hasta el fregador y lavo mis manos. Él está tarareando una canción de lo que suena como Green Day. Es gracioso porque hace los coros y sonidos de los instrumentos.

      —Amo esa canción —digo, llegando a su lado.

      —¿Ves cómo soy tan genial que termino cantando una canción que amas sin saberlo?

      —Muy genial. ¿En qué te ayudo?

      —Corta estos vegetales y luego viértelos aquí. —Señala la licuadora—. Ya agregué jugo de tomate.

      —Puedo con eso.

      —Yo me encargaré de hacer el resto. ¿Quieres una cerveza?

      —Sí… ¿Por qué no?

      Va a la nevera y vuelve con una para él y me extiende la otra. Doy un sorbo y comienzo con mi gran hazaña mientras él sigue cantando ahora alguna canción de Bruno Mars, aunque río cuando pasa a una canción de las Spice Girl.

      —¿Acaso estás inventando un nuevo remix?

      —Eso parece. —Sonríe antes de concentrarse en la masa—. ¿Sabes? Esto podría servir como ir al gimnasio, lleva fuerza dejarla perfecta.

      —¿Así que tu método es no ir al gimnasio y hacer muchas pizzas?

      —Sí que tienes una lengua muy larga para ser una chica listilla, ¿no?

      No respondo, continúo cortando y, cuando termino tal como me dijo, lo vierto en la licuadora, la tapo y la enciendo.

      Siempre he odiado el molesto ruido que hace y por la forma en la que Bucker ladra desde la sala parece que él también lo odia. La apago y vierto el resultado en una taza.

      —Listo por aquí.

      —¿Puedes ir encendiendo el horno? —Endereza su espalda y se gira para sonreírme—. ¿Eso sonó un poco sucio, verdad?

      —Aparentemente.

      Camino hasta el horno y es con su ayuda que logro encenderlo. Me recuesto del amplio mesón y lo veo trabajar en la masa. Cuando es lo que quiere la sostiene en su mano, pasándola de una a otra.

      —Esta es la parte divertida. Cuando la masa está lista.

      La arroja al aire y la atrapa sin causar ningún desastre. Esta ha sido la noche en la que más he visto a Ethan sonreír ampliamente. Arroja la masa una y otra vez antes de expandirla.

      —Se ve divertido, quiero hacerlo.

      Camino hasta él y me entrega la poca masa que sobró. Se siente un poco rara en mis manos, como si fuera a caerse, pero no lo hace. La arrojo solo un poco en el aire y logro atraparla. La arrojo al menos tres veces mientras Ethan se concentra en comenzar a llenar nuestra pizza. Ni siquiera noto cuando la lleva al horno.

      Es la cuarta vez en la que la arrojo un poco alto cuando la masa no vuelve a bajar.

      —Mierda —susurro, viendo al techo.

      Sí, ahí en su perfecto techo ya no tan perfecto, está la masa sin intenciones de bajar.

      —¿Qué sucede? —pregunta, secando sus manos. Lleva algo de harina en las mejillas.

      —Nada.

      —Luces sospechosa. —Se acerca, doy una mirada disimulada al techo.

      —No, solo soy yo.

      Observa mis manos vacías y entrecierra sus ojos acercándose mucho más hasta que me presiona contra el mesón.

      —¿En dónde está la masa?

      —La boté.

      —¿Ah, sí? Siento que no te creo.

      Miro al techo y él sigue mi mirada, sus ojos se abren con sorpresa al igual que su boca.

      —¿Qué carajos?

      —Momento de distracción.

      —¿Ah? —pregunta bajando la vista a mí.

      Tomo su rostro en mis manos y lo beso. Sí, como que nos he sorprendido.

      Comienzo a besarlo con mis manos en su cabello y mi lengua no pierde tiempo en extraviarse dentro de su boca. Cierro mis ojos.

      Así como tengo el control del beso, así también lo deshago.

      Son sus labios los que ahora tienen el control de un beso rápido y ansioso, así como muy húmedo. Se agacha un poco a la vez que sus manos suben y acarician mis muslos. Cuando llega al dobladillo de mi falda me alza y deja sobre el mesón.

      Tengo que decir que a partir de ahí, todo se vuelve un desastre.

      Huevos caen al suelo mientras con su brazo barre todo al suelo, parte de la harina cae al mesón y la otra al suelo al igual que muchas otras cosas más. Incluso, la cerveza se bota en parte del mesón empapando mi falda.

      Aun así, no dejamos de besarnos.

      Se ubica entre mis piernas y sus manos arrancan mi camisa. Literalmente. Él hace que los botones se desprendan antes de enredar sus dedos en mi cabello y morder mi labio inferior.

      Me inclina tanto contra el mesón que una de mis manos deja su cabello para sostenerme. Mi camisa sin botones es lanzada a algún lugar y sus labios se trasladan a mi mejilla hasta mi cuello en donde lame haciéndome estremecer.

      Si esto es un sueño caliente, yo no quiero despertar.

      Esto tiene que ser lo más excitada que he estado alguna vez en mi vida.

      Enredo mis piernas alrededor de sus caderas y saco su camisa. Su boca vuelve a mi piel deteniéndose entre mis pechos para dar un suave mordisco. Y sí, yo gimo mientras mis manos aprietan con fuerza su espalda.

      Mis manos llenas de harina vuelven a su cabello para atraer su boca a la mía por otro beso. Siento una de sus manos viajar por el centro de mi espalda hasta el broche de mi sujetador y su otra mano termina de arrojar todo lo que queda en el mesón.

      Entonces se escucha el sonido de vidrio quebrarse y me paralizo.

      No me gusta ese sonido.

      Odio ese sonido.

      Me trae malos recuerdos.

      Me hago hacia atrás alejando mi boca de la suya. Solo logro deshacer un gancho del sujetador. Me abrazo a mí misma.

      —¿Grace? —pregunta con precaución.

      —¿Qué se partió? —Mi voz es un susurro.

      —El aceite de oliva. Solo eso… ¿Estás bien?

      —Sí… Solo, no me gusta ese sonido. No es un buen recuerdo.

      —Lo entiendo.

      Toma respiraciones profundas mientras cierra sus ojos y pasa las manos por su cabello lleno de algo de harina. Yo soy un desastre de harina con olor a cerveza.

      Abre los ojos de nuevo, mira a su alrededor y luego a mí. Siento que me sonrojo.

      —Muy bien, hemos hecho un épico desastre. Pensé que mi peor ayudante era Dexter, pero parece que tú eres la que me hace realizar verdaderos desastres. No te muevas, no quiero que te cortes.

      —¿Vas a limpiar esto?

      —No, voy a recoger los vidrios para que ninguno de nosotros se corte. Llamaré a alguien para que venga a limpiar mañana.

      Lo observo en silencio recoger cada pieza de vidrio con cuidado. Cuando encuentra mi camisa inservible la arroja a la basura y me entrega la suya.

      —Te


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