Los miedos de Ethan. Darlis Stefany
tía Olivia.
—Soy el novio —asegura, besando su mejilla, la tía Olivia está hechizada inmediatamente.
—¡Lo has hecho bien, Grace!
Entramos y escucho la voz del tío Sean hablando con Tyler, el esposo de la tía Olivia. Cuando ellos me notan me saludan y estrechan sus manos con Ethan. Mamá está acostada en el sofá. Está dormida.
Luce pálida y tienes grandes ojeras. Frunzo el ceño.
—Le ha pegado más fuerte este marzo —dice la voz de la abuela sobresaltándome. Besa mi mejilla y me abraza—. Hola, mi vida.
—Hola, abuela. Te eché de menos.
—Bueno, no vivimos lejos. Sabes dónde encontrarme. Aquí con tu mamá.
Los pinchazos de culpa aparecen automáticamente. Me inclino y beso la frente de mamá, ella sigue durmiendo. Me alarmo.
—¿No está tomando medicamentos para dormir, verdad?
—No. Ella solo está agotada y está descansando —me responde sonriendo. Se gira hacia Ethan que parece curioso, viendo toda la casa—. No puedo creer que este sea el chico al que fuimos a ver al concierto.
—¿Fuimos? —pregunta Ethan, extiende su mano hacia ella—. Ethan Jones, un placer conocerla.
—El gusto es mío, Wanda Hamilton. Y sí, llevé a esta nieta mía a uno de tus conciertos. Eres un chico talentoso.
—Gracias, señora.
—Puedes llamarla abuela porque eres mi novio —bromeo, abrazando a la abuela. Para ella siempre fui muy chica para tener citas.
Ella intercambia unas palabras con nosotros y va a la cocina junto a la tía Olivia. Vuelvo la atención a mamá y me inclino tomando su mano.
—Mamá… Estoy aquí.
—¿Uhm? —Por más que quiere abrir sus ojos, estos se cierran.
—Tranquila, descansa. Espero y esto no esté resultando muy duro para ti. —Beso su mano y la libero—. Lo siento.
Vuelvo a estar de pie, volteo para ver a Ethan, pero él no está. Escucho al tío Sean hablar por lo que sigo el sonido. Me detengo abruptamente porque es la sala de juegos.
Esa sala de juegos.
Ethan está viendo el mural que el tío Sean le muestra. Pero solo puedo pensar el lugar en donde está de pie.
—Muévete de ahí, Ethan. —Casi grito, sobresaltándolo—. ¡Mierda! Muévete de ahí. Sal, sal.
Por un momento el tío Sean parece desconcertado, luego cae en la cuenta de su error. Este es uno de los lugares que más odio de esta casa.
—Grace… —dice mi tío. Lo ignoro y camino hasta Ethan que parece confundido.
Tomo su mano y tiro, pero él parece demasiado desorientado para entender.
—Por favor. —Ruego, no reacciona—. ¡Joder! Solo muévete del lugar en donde casi muero.
Eso lo hace reaccionar y me deja sacarlo del lugar. Tomo un profundo respiro. Se siente como si hubiese corrido un maratón.
Me giro hacia él y tomo su rostro en mis manos.
—No vengas a este lugar, no el baño del cuarto de mi madre. —Cierro mis ojos recordando el último lugar, el de Cheryl—. Y no el sótano.
Él libera mi agarre de su rostro solo para apretarme contra su pecho y abrazarme. Tomo un profundo respiro que solo huele a él.
A veces me pregunto cuál de los tres lugares puede afectarme más. Pero los tres resultan horribles. Recuerdo que al despertar en el hospital escuché a la tía Olivia y Tyler llorar sobre Cheryl.
La segunda vez que sentí que moría fue cuando supe que no la salvé después de todo. Cuando supe que la había atrapado y disparado múltiples veces en el sótano. Cheryl siempre le tuvo miedo al sótano y ese fue el primer lugar al que corrió a esconderse.
El mismo lugar donde Jorge, minutos después, se disparó.
—Está bien. Ninguno de esos lugares, lo prometo.
Paso mis brazos alrededor de su cintura y recargo mi frente de su pecho. Tomo varias respiraciones.
—Lo siento. No quise gritarte, solo… No es fácil estar aquí.
Ahora son sus manos las que sostienen mi rostro mientras me observa fijamente.
—No tienes por qué disculparte. Creo que eres muy fuerte al volver aquí.
—O masoquista.
—Yo creo que eres fuerte.
Me observa durante otros pocos segundos antes de bajar su rostro. Lo veo cerrar sus ojos justo cuando presiona sus labios de los míos.
—Grace, cariño, el tío Sean lo siente y… —La tía Olivia se calla y Ethan separa su boca de la mía. Apenas y fue un beso.
Y ese iba destinado a ser un primer beso real.
Me doy cuenta de que yo quería ese beso real.
Salgo del abrazo de Ethan y le doy una sonrisa no muy alentadora a mi tía, tomo una vez más la mano de Ethan. De tanto fingirlo, ya se siente natural.
—No te preocupes, sé que él no lo hizo adrede.
—¿Has pensado sobre la cirugía, Grace? —pregunta Annie, la esposa del tío Sean quien llegó hace poco.
Inmediatamente mi apetito se cierra.
Mierda, tenían que sacar el tema, encima delante de Ethan.
—No tengo nada que pensar.
—Pero… —Intenta tía Olivia.
—No voy a hacerlo. No quiero. Una cirugía no va a quitarle la culpa —miro al sofá donde mamá continúa durmiendo. La abuela jadea.
—¡Grace!
—Lo siento, abuela, pero es la verdad. No quiero otra jodida cirugía. No quiero ver médicos. No quiero ver cirujanos. ¡Solo quiero que me dejen sanar a mi manera! ¿Cómo sanas algo físico cuando lo que lastimas está dentro? ¡Dejen todos de presionarme sobre la maldita cirugía! Soy yo quien lleva la cicatriz. —No me doy cuenta de que grito hasta ahora. Todos me observa con sorpresa—. Odio venir aquí. Odio esta casa. Odio estar sentada en la mesa bajo la cual mi hermanita se escondió al llegar y la única razón por la que vengo es por ustedes.
»¿Pueden solo dejar de estar sobre mí acerca de eso? ¡¿Quieren, por favor, dejarlo ir?! No quiero ir a un quirófano. Solo quiero seguir.
Respiro de forma agitada y mis manos tiemblan. Todos están en silencio, viéndome con precaución. La abuela derrama un par de lágrimas. Los pinchazos de culpa reaparecen.
Difícilmente creo que alguna vez uno de ellos pueda entender cómo me siento. Lo sufren, pero no lo vivieron.
—Lo siento, creo que será mejor que vuelva luego. —Hago la silla hacia atrás y me pongo de pie. De inmediato, Ethan me imita.
Camino hasta el sofá, beso la frente de mamá y voy hacia la puerta. Soy consciente de que Ethan se despide de todos. Salgo de la casa y camino hasta mi auto. Cuando abro la puerta, Ethan la cierra.
—Ni lo sueñes. No vas a conducir. Dame las llaves ahora.
Me toma unos minutos ceder y otros minutos nos toma ponernos en marcha. Recuesto mi cabeza de la ventana y cierro mis ojos. Comienzo a derramar lágrimas.
—Grace, puedes hablarme. Sé que soy un idiota la mayor parte del tiempo, pero no me está gustando verte llorar.
—¿No la viste? —pregunto en un susurro.
—¿Qué? —pregunta con la vista en la carretera.
—Mi