Memorias de viaje (1929). Raúl Vélez González
cerrado. Pero no me di por engañado, porque el jardín es hermoso: es un bosque de árboles y flores lleno de fuentes y de estatuas. En un extremo hay un recinto circular como de una cuadra, con una gran pila en el centro y un estanque que la rodea. Limitando el recinto están las estatuas de más de veinte reinas de Francia, muchas de ellas de quince siglos hace. Me llamó especialmente la atención la de María Estuardo, la infortunada nuera de Catalina de Medici. No pude ver todo el jardín.
Por la tarde fui a conocer el Cementerio de Montmartre,8 uno de los más viejos y tan hermoso como el del Padre Lachais. Algo interesante vi como la tumba de Heine y la de Creuze. Y como cuando uno menos piensa le resultan los recuerdos, en presencia de algo, me pasó que encontré un sencillo monumento que tiene una vieja historia. No sé quién me la contó y por cierto me la contó mal.
El monumento a que me refiero está constituido por dos lápidas de piedra de granito enterradas y que salen como un metro afuera. De cada una de las piedras sale una mano de hierro y en la mitad se encuentran entrelazadas. Las piedras señalan las tumbas del Caballero Renard y de su esposa. Él murió primero y la inscripción de su piedra es todo lo más amante; termina con estas sencillas pero profundas palabras: “Aquí terminan tus dolores y principian los míos”. En la lápida de ella hay una larga inscripción en que sus amigos cuentan las dotes de la dama (llamada Juana) como esposa, amante y fidelísima.
Todos los domingos y días festivos oigo misa en la Magdalena, iglesia que en un principio me dejó algo desilusionado por su tamaño y por su altura que no son admirables; pero luego, viéndola detenidamente se encanta uno con su estilo puramente romano, rodeado de columnas de orden corintio. Tiene en el exterior veinte nichos con estatuas de santos (al frente San Luis, rey de Francia, y San Felipe, y atrás los cuatro evangelistas). Las puertas son de bronce y tienen en bajorrelieves los diez mandamientos. Uno de ellos (el sexto) representa la predicación del profeta Natán a David y a Betsabé. Es divina la expresión de pesar del santo rey y la tribulación de la adúltera; al pie se ve un niño tendido (Salomón) como testimonio del pecado. Haré una visita detenida al interior que por ahora no lo he visto sino a la ligera. He dicho que es pequeña la iglesia, y estoy por arrepentirme, porque tiene ciento ocho metros de largo, cuarenta y tres de ancho y treinta de alto.
[19 de mayo]
En el día de hoy he visto un espectáculo grandioso: las maniobras más atrevidas de centenares de aeroplanos en el campo de Vincennes. Hicieron esos aparatos cosas increíbles; una golondrina jugueteando en una tarde de verano, no es tan ágil. Pero lo lindo fue la llegada al campo de ciento veintinueve naves aéreas, todas iguales y formadas en líneas y en escuadras como un ejército en marcha. También tuve ocasión de conocer el aeroplano de la Cierva y de ver sus maniobras. Se levantó en un pequeño espacio, después de dar lentamente la vuelta al campo; voló largo rato y luego descendió en línea perfectamente vertical. La hélice del aparato está encima de la proa de la nave y gira en sentido horizontal; en cuanto al resto de su contextura es en todo semejante a las demás. Desde luego, esta apreciación es hecha desde una barrera y no puede ser segura, pero la simple vista del exterior da la idea de que el aparato es igual a los demás en su forma.
[23 de mayo]
Cuatro días sin escribir por haber estado en afanes para internar a O. Manuel en la clínica, donde fue operado ayer con éxito.
En los ratos desocupados apenas he hecho dos visitas interesantes: el Panteón y el museo del Luxemburgo. El Panteón, francamente, no me ha parecido lo que yo esperaba. Es un antiguo templo para predicar glorias de Francia. En las paredes hay frescos interesantes, casi todos relativos a las historias de Carlomagno y de Santa Genoveva (dicen que allí en ese punto estuvo la primera tumba de la Santa), y a predicaciones de San Dionisio. Se baja a la cripta y ante la puerta está, en una ánfora colosal de mármol rojo, el corazón de Gambetta. Entrando se pueden ver a lado y lado en los nichos, sepulcros de muchos hombres ilustres pero cuyos nombres me son, en general, desconocidos. Puedo citar como más interesantes los sepulcros de Voltaire, de Carnot, de Rousseau y del mariscal Lames. Aunque no me pareció maravilloso el panteón, valga decir que el edificio es uno de los más hermosos con que cuenta París y está parado sobre soberbias columnas estriadas y rodeado de estatuas en bronce de grandes hombres.
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