Conexiones de la salud global. Diana Benavides Arias
veterinaria, MSc. Investigadora del Grupo Medicina y Sanidad Animal, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
Laura Jaramillo Ortiz
Médica veterinaria. Investigadora del Semillero de Investigación Una Salud, Programa de Medicina Veterinaria, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle.
María Catalina Ospina Pinto
Médica veterinaria, MSc. Investigadora del Grupo Epidemiología y Salud Pública, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
Juliana Margarita Pérez Tobar
Médica veterinaria. Investigadora independiente
Jorge Ponce de León
Médico veterinário. Investigador independiente
Juan Manuel Piedrahíta
Médico veterinario, MSc. Investigador del Grupo Epidemiología y Salud Pública, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
Zulma Rojas-Sereno
Médica veterinaria, MSc. Investigadora del Departamento de Salud Animal, Facultad de Medicina Veterinaria y de Zootecnia, Universidad Nacional de Colombia, sede Bogotá. Profesional universitaria de la Dirección Técnica de Vigilancia Epidemiológica, Instituto Colombiano Agropecuario (ICA)
Andrés Felipe Santander
Médico veterinario, MSc. Investigador del Grupo Epidemiología y Salud Pública, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
Diego Soler-Tovar
Médico veterinario, MSc. Profesor asistente e investigador del Grupo Epidemiología y Salud Pública, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
[email protected]; [email protected]
Jorge Elías Tamayo Rozo
Médico veterinario, especialista, MSc. Profesional especializado del Laboratorio Nacional de Diagnóstico Veterinario, Instituto Colombiano Agropecuario (ICA)
Carlos Trujillo
Médico veterinario, MSc. Investigador del Grupo Medicina y Sanidad Animal, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle. Instituto de Fisiología, Facultad de Medicina, Universidad Austral de Chile
Carlos Alberto Venegas Cortés
Médico veterinario, especialista. Investigador del Grupo Medicina y Sanidad Animal, Facultad de Ciencias Agropecuarias, Universidad de La Salle
No cabe duda de que son pocos los lugares prístinos del planeta donde no hay presencia o intervención humana. De hecho, un estudio reciente demuestra que en las últimas dos décadas se ha perdido una décima parte de las áreas puramente silvestres del mundo, el 30 % de ellas en Amazonía (Watson et al., 2016). Al mismo tiempo, el cambio en el uso de la tierra ha sido identificado, junto con el crecimiento poblacional humano, como el factor más relevante en la emergencia de enfermedades infecciosas (Jones et al., 2008; Karesh et al., 2012; Gottdenker et al., 2014). Las transformaciones ambientales antropogénicas, que en muchos casos conllevan drásticas pérdidas de biodiversidad (por ejemplo, la deforestación para monocultivo), se asocian de manera explícita con nuevas oportunidades de contacto entre especies evolutivamente separadas por barreras geográficas, genéticas y climáticas, entre otras.
La consecuente aparición de problemas de salud de gran impacto en poblaciones humanas y animales no es sorprendente, aunque sí alarmante. Preocupa porque claramente los sistemas de salud (humana y animal) no están a la altura de las circunstancias, con fallas en predicción, prevención, mitigación y control. Esto lleva a enormes costos sociales, ambientales y económicos, entre otros, que, además, se trasladan en su mayoría a las poblaciones más vulnerables. Cada semana nos inundan los informes de enfermedades nuevas (zika), recurrentes (tuberculosis) o desatendidas (Chagas), todas surgidas de nuevas o preexistentes, pero más pronunciadas, interfaces de contacto entre animales, personas y ecosistemas. El contacto es ahora tan estrecho y los límites tan difusos, que la nueva área de interfaz es global. Este hecho se evidencia con la coincidente aparición de la cepa asiática del virus Zika en Brasil, con un incremento notable en pasajeros arribados desde áreas endémicas e islas del Pacífico con brotes de zika en 2013 (Rodrigues Faria, et al., 2016).
Las dificultades para producir alimentos, mejorar la calidad de vida de las personas y preservar el ambiente en el contexto actual de cambios en el planeta (por ejemplo, el cambio climático) no son menores. Pero contamos con la ventaja de saber que el statu quo no permitirá la sustentabilidad ambiental que se requiere para sobrevivir como especie en este planeta. Al menos desde los años noventa del siglo XX —y mucho antes, si se considera la alerta de La primavera silenciosa de Rachel Carson— han proliferado los llamados de atención sobre la situación actual, la cual se proyecta en los próximos 30 a 50 años (Daily y Ehrlich, 1992; Patz y Confalonieri, 2005; Whitmee et al., 2015). Sin embargo, es notable la reticencia mundial a actuar en consecuencia —o, peor aún, a reconocer que tenemos problemas—. ¿Será que nuestra natural resiliencia biológica no se acompaña de la debida resiliencia cultural, y por ello nos aferramos a usos y costumbres probadamente perjudiciales, obsoletas y egoístas?
Desde nuestro lugar como profesionales de la salud, con un rol protagónico en temas tan relevantes como la producción de alimentos, la salud pública y el cuidado del ambiente, debemos tener muy claras las reales implicaciones de la generación de nuevos espacios y oportunidades de contacto entre especies. No es casual que los conceptos actuales de Una Salud hayan surgido de epidemiólogos veterinarios. Es natural por nuestra formación mirar al “paciente”, sea este un individuo, una población o el planeta mismo, de una manera holística e integral. Somos uno de los pocos grupos que aún se mantiene conectado con los sistemas y procesos naturales. Entendemos de dónde vienen y cuánto cuesta producir los alimentos que consumimos, y lo que implica los desarreglos que atentan contra servicios ecosistémicos tan primarios como la polinización. Por eso no podemos permitirnos un mundo donde se tire del 30 al 50 % del alimento que se produce anualmente, porque significa que el 30 % de las tierras del planeta son intervenidas y transformadas para producir alimento que nunca es consumido (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura, 2013).
En este libro se presenta una compilación de trabajos de investigación, revisión y conceptos teóricos que ilustran las múltiples aristas de la interfaz