Pedagogía de la desmemoria. Marcelo Valko
por un lado se respeta al indio y por otro se engrandece la Corona: “el español, en su obra de conquista y colonización, debía reducir a los indígenas pero respetando sus derechos, es decir, debía al propio tiempo respetar al indio y conquistarlo para extender sus propiedades” (Cárcamo 1925: 8). Se trata de leyes contradictorias que afirman y niegan a la vez, se trata de leyes esquizofrenógenas, que guardan las formas en el papel y olvidan la situación real del indio.
Extinción, despoblamiento, pobreza, usurpación de tierras. Pensemos cuáles son las respuestas posibles frente a una frustración o agresión de proporciones. Una primera respuesta es atacar al foco que origina la frustración; en otros casos, cuando no se puede eliminar al agresor ya que detenta un poder imposible de neutralizar, la agresión se internaliza y se transfiere a otro grupo. Se encuentra un chivo emisario, un otro peor que uno mismo al que despreciar. Sin embargo, existe una tercera posibilidad. Cuando la agresión es tan pavorosa, cuando de lo que se trata es de un verdadero Fin del Mundo, el grupo cae preso de la indefensión, de una anomia defensiva que le impide reaccionar. No existen ni siquiera normas de autodefensa. La situación se torna imposible de elaborar y ya “no hay remedio” como dice Guamán Poma o “cesa la generación” como plantea Las Casas. No hay motivos por qué vivir.
En América se viene produciendo un genocidio permanente. Es completamente distinto del holocausto de la II Guerra Mundial. En nuestro suelo la matanza no comenzó con el advenimiento de Hitler para terminar cuando las tropas soviéticas liberaron a los prisioneros sobrevivientes de los campos de concentración. En el territorio Americano estamos hace 5 siglos con un genocidio que no cesa, un genocidio insomne que prosigue de día y de noche. Por eso, en lugar del desacierto de Ruffié o la más prolija definición de Billig, proponemos la definición del brasileño Orlando Villas Bôas, quien en 1971 señaló: “Genocidio no es solamente la matanza de indios con armas de fuego. Genocidio es también injusticia, colaborando con el objetivo de que los indios y sus culturas desaparezcan. No podemos en nombre del desarrollo menospreciar al indio, robar su tierra y masacrarlo de ninguna manera”.
Justamente, para nuestro caso, el genocidio tiene que ver con lo que plantea Villas Bôas. El caso americano no solamente se remite a la eliminación a tiros de un grupo étnico, sino a toda la inmensa y compleja estructura de exclusión y desarraigo que termina aniquilando individuos y culturas en aras de homogeneizar la nación. Otro pensador brasileño nos suministra datos significativos. Según Rodrigues Brandâo, en 1900 había en Brasil 230 grupos étnicos. En 1986 se reducen a 143, “ello significa que en ese lapso, desaparecieron 87 grupos tribales, es decir desaparecieron personas, tribus, aldeas, modos de vida, lenguas, dialectos y culturas” (Rodrigues Brandâo 1986: 22). Desaparecieron esperanzas y modos de soñarlas. Un genocidio que abarca una multiplicidad de aspectos y rostros. Algunos parecen no estar relacionados con el asesinato masivo, por ejemplo cuando se atenta contra el hábitat de una cultura. Es lo que ocurre con el desmonte de la yunga salteña en Argentina: cuando la lluvia cae sobre suelos sin la suficiente cobertura vegetal, éstos son arrasados provocando aludes, como ocurrió en febrero de 2009 en Tartagal.
Ahora bien, genocidio también es mantener a los indígenas en la invisibilidad desde los mismos basamentos jurídico-políticos del Estado, construyendo un statu quo de racismo que es más explícito de lo que muchos suponen.
3
Feos, sucios y malos.
El pecado de nacer a destiempo
Los atributos en las dinastías indígenas son
la fuerza, la criminalidad y la borrachera.
Estanislao Zeballos
El imaginario social, entre otras cosas, consiste en un sistema de significación heredado que, a su vez, una nueva generación reelabora, internaliza e institucionaliza sobre la realidad. Esa imago mundi es asumida como propia y se trasmite a la generación siguiente. Estas representaciones mentales de la sociedad constituyen el paradigma de un período histórico que le permite al grupo social pensar lo pensable al mismo tiempo que le impide incursionar en lo impensable, en aquello que la generalidad de la sociedad no puede sondear. Por supuesto, el paradigma o la temperatura social no es un corpus absolutamente compacto o uniforme, y por eso hablamos de generalidad. Por ejemplo, aun en lo más profundo de la trata de africanos, existen voces y sectores que claman contra la esclavitud. Sectores que presionan y que en un principio permiten al paradigma dominante adecuarse y corregir las fisuras hasta que llega un momento donde los ajustes son tantos que el paradigma hace agua, se derrumba y cambia.
Cuando se produce el Descubrimiento de América, irrumpe un extraño universo que es necesario ubicar, reducir y transformar en algo conocido, es decir, se familiariza lo exótico, tal como plantea Gruzinski. Por supuesto, dicha familiarización no siempre es fiel o acertada ni remite necesariamente a lo novedoso. En la mayoría de los casos deja de percibirse lo real y se suplanta la verdad por una construcción, por una imagen de ficción. Justamente de eso se trata lo que analizaremos a continuación: la ficción sustituyendo a lo real.
Nuestras primeras obras literarias o históricas tendrán un innegable trasfondo político y por ello son un verdadero muestrario de calificativos que fueron construyendo a lo largo de todo el siglo XIX la imagen del indio ladrón, sanguinario y homicida. En principio debemos mencionar a Juan Cruz Varela con El regreso de la expedición contra los indios bárbaros, mandada por el Coronel D. Federico Rauch (1827) y a Esteban Echeverría con La cautiva (1837). Más tarde, Domingo Sarmiento prosigue la elaboración de la imagen de los bárbaros y los civilizados que comienza con el Facundo (1845) y culmina con el menos citado, por las obvias razones que ya se desprenden de su título, Conflicto y armonías de las razas en América (1882). En la elaboración del imaginario del indio saqueador y asesino, no podemos olvidar las dos partes del poema Martín Fierro (1872-1879) de José Hernández donde manifiesta su racismo contra el indio: “ha nacido indio ladrón / y como ladrón se muere”. Hernández construye al indígena como un salvaje consumado, ontológico ya que “hasta los nombres que tienen son de animales y fieras” (Hernández 1994: 69). Sin dudas Bartolomé Mitre, el mago Merlín que escribió nuestra historia de acuerdo con los intereses de sus amigos, no puede estar ausente, como veremos en el capítulo siguiente.
Sin intención de agotar un tema tan extenso, y que abordamos al único efecto de mostrar su extensa hilación, digamos que el precursor será el unitario Juan Cruz Varela con su elegía dedicada al prusiano Rauch. En aquellos versos, el indígena aparece calificado de la siguiente manera:
(...) espanto del desierto, bárbaro indomable, estrago espantable, rencor antiguo inaplacable, horroroso torrente, bramido horrendo, huracán, salvaje feroz, sed de rapiña y matanza, caterva fiera, bárbaro atroz, feroz salvaje, salvajes inhumanos, raza carnicera, tigres feroces del desierto.
Se trata de una sucesión de calificativos que no dejan lugar a dudas sobre la malignidad animal del indígena. No muy distinta es la situación, una década más tarde, en La cautiva, donde Esteban Echeverría establece un patrón asociativo que se nutre de ideas similares y presenta la imagen del indio y sus actitudes como “tribu errante, torbellino, brutos, formas desnudas de aspecto extraño y cruel, insensata turba, alarido, salvajes, bárbaro, inhumanos cuchillos, sedientos vampiros, abominables fieras, infernal alarido, parecen del infierno inmunda ralea, turba inhumana y fatal”. Por supuesto, el caso de Echeverría es más grave que el de Varela, porque La cautiva continúa siendo obligatoria para los estudiantes secundarios. Alguna vez, algún ministro de educación deberá tener el valor de sacarlo de la currícula académica. No sólo por el racismo que destila, sino por la mediocridad del texto en sí. El tratamiento deso pilante que le otorga al tema de la cautiva en sí, lo dejamos para el capítulo “Helena del Desierto: rapto, cautiverio y rescate”.
En el Facundo que se publica por primera vez en Santiago de Chile Sarmiento no se queda atrás. El desprecio que experimenta por lo indígena y que traslada gustosamente al gaucho y a la montonera es visceral. Para quien fuera presidente casi durante la mitad de la guerra de exterminio llevada a cabo contra el Paraguay, los indios no tienen remedio: