La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
el caso de Firmes (luego Frente Democrático), Uníos, la Unión Nacional de Oposición (uno) y el Frente por la Unidad del Pueblo (fup). Y promediando los años ochenta, el movimiento Colombia Unida y el trabajo coordinado de la up, el Frente Popular y ¡A Luchar! (cada una de por sí era una alianza) con miras a las primeras elecciones populares de alcaldes, en 1988, y que además sentó varios de los presupuestos de la Constitución de 1991.
En cuanto a la composición de dichas coaliciones, puede aseverarse que la heterogeneidad es la regla; no se encuentra una que haya sido netamente obrera, ni agraria, ni identificable a una única clase social, y cada vez que surgió una nueva, el abanico de fuerzas que la integraba se iba ampliando, soliviantado por las transformaciones nacionales o el contexto mundial. Sin embargo, multiplicidad no equivale a simetría de objetivos o posiciones, pues en la mayoría de ellas pesaron una tradición ideológica, la proyección de un partido o movimiento político, la voz de un tribuno o de puñado de líderes; es solo en las coaliciones más recientes donde no asoma un paradigma o enfoque que determine la orientación política de estas, ni una fuerza u organización que impere sobre las demás, ni un dirigente o camarilla de jefes que resulten imprescindibles para su preexistencia. El que una vez en marcha las diferentes fuerzas y carismas entren en pugilato por obtener el mando, adoctrinar las bases, ganar reputación, es algo que les es ingénito.
Precisamente con respecto a los procesos surgidos estos últimos veinte años, puede decirse que el tema de la paz fue la bisagra que unificó a la izquierda legal y reformista. Es apenas en fechas actuales que tanto por madurez como por estrategia esta ha ajustado su discurso. Enterada de que la decisión de pactar la paz pasa por el acuerdo Gobierno-grupos armados, sin por ello dejar de presionar para que se logren avances al respecto, pero además dada su presencia en el Parlamento y en las Administraciones locales, su ocupación primera viene siendo tanto la de dar respuestas como la de ser propositiva frente a temas de la agenda social, económica y política que no van a atender la entrega del último fusil. Aunque tampoco debe relegarse el hecho de que sus organizaciones, casi con acoso, han sido inducidas por fuerzas del régimen y ciertos generadores de opinión a asentar su rechazo a todo intento de la toma del poder por vías violentas, a impugnar la combinación de todas las formas de lucha y a certificar que no son un tapujo de la empresa de las guerrillas. Consintiendo las reglas del pacto democrático, la izquierda legal y reformista está lejos de pretenderse la vanguardia de una revolución que sus detractores creen tiene maquilada. Que organice y prepare a sus bases, militantes y cuadros para proponer una alternativa a las crisis que del orden nacional y mundial se presenten nada tiene de anormal. Que existan tendencias que proyecten al largo plazo un proyecto radical y convulsionado es algo independiente de los acuerdos que han dado sustento a las coaliciones del presente, cuya sola decisión es actuar por la vía legal, y por lo que se desprende de sus documentos y propuestas, la maniobra es el reformismo.
Por todas partes se ve que las jefaturas de los partidos y movimientos políticos de izquierda que han asumido la legalidad y la vía parlamentaria han debido postergar algunos axiomas o abandonarlos definitivamente; luego, son sus propias bases las que suelen evocarlos o algunos movimientos sociales los que los coligen. Está pendiente el balance de las izquierdas de gobierno en Colombia, al contrario, mucho puede proferirse de lo que estas han hecho por lo menos en los países de peso del mundo occidental. Ante el marasmo programático en que muchos procesos han entrado, varios son los grupos de intelectuales y consejeros (think tankers) que intentan recrear sus doctrinas. No es para menos, pues se les ve corresponsables de la profundización del capitalismo; sin escrúpulos para con la mano invisible del mercado, han favorecido el desmonte del Estado de bienestar, afianzado el sistema bancario en manos de particulares en quebranto de la banca estatal, privatizado empresas estratégicas. En primera línea aparecen los gobiernos “laborista” y de la tercera vía de los Anthony Blair y Giddens en el Reino Unido, de Mitterrand en Francia, de Schröder en Alemania, de González en España. Pero antes que aquellos llegaran a dirigir un Estado, sus formaciones habían prescindido de la instrucción kautskiana: el socialismo vendrá cuando el capitalismo se haya desarrollado completamente. Es inexcusable no destacar el advenimiento de líderes y partidos estimados de izquierda en los centros del poder, en las regiones o importantes ciudades en América Latina. Ello se ha traducido en acceso y gratuidad en la educación pública, erradicación de focos de miseria, progresión en la nutrición, incorporación de numerosas personas al sistema de salud, mejoría en infraestructuras, etc. El por cuánto tiempo sostendrán tales gobiernos sus políticas sociales estará sujeto a su permanencia en el poder, al incremento del producto interno bruto, a una política de distribución de ingresos, a que el motor de los países que compran sus materias primas no se estropee. Como siempre la dificultad mayor vendrá de la definición de lo prioritario y los métodos por utilizar; ambas cosas que van a sopesarse por las correlaciones y contradicciones que deban resolver.
¿Qué grado de izquierda tienen las organizaciones que así se reclaman? Quizás la respuesta radica en cómo se asumen contra el capitalismo y los valores de unas derechas que han aprisionado a su favor la política, la economía, el discurso y parte de la cultura. Es factible que un contexto las aposte frente a un mal o asunto mayor; como fuera con el nazismo en Europa, lo que ha sido con el Diktat de Estados Unidos en los países latinoamericanos, el apoyo sin ambages a la búsqueda de la paz en Colombia: ¿Posicionar de nuevo al Estado frente al mercado y mantener su énfasis en lo social deben seguir siendo dos de sus postulados principales? Sea cual fuere la réplica, lo que les compete a dichas organizaciones con relación a Colombia es adentrarla en esa modernidad postergada que menciona el filósofo Rubén Jaramillo Vélez y que se hizo aún más válida con esa reminiscencia del mudo de la hacienda y la costumbre no secular que imprimió la era Uribe Vélez. Reclámense socialistas, comunistas, revolucionarias, reformistas, de gestión, libertarias, etc., el consenso que distingue a la mayoría de estas organizaciones va desde la sumisión al escrutinio democrático y la salvaguarda de los derechos humanos en sus cinco generaciones, pasando por la instrucción y la consolidación de la masa crítica, el respeto a las diferencias, la exigencia de la honestidad, hasta la obstrucción a las dictaduras y a toda imposición por la fuerza o la violencia. Aparte de esto, es posible que sus objetivos se dilaten tal como sucede con las figuras de un caleidoscopio; pero volviendo a la cáustica pregunta de si existe en Colombia una izquierda o partidos que la personifiquen, debe responderse con un rotundo sí.
Esta investigación parte de la premisa de que hasta hace muy poco el acceso para las fuerzas de izquierda a la competición democrática por los cargos de control y los beneficios que otorga el poder político estuvo restringido, además de que no fue lo que en principio la mayoría de estas codiciaron. Desde su inicio el sistema de partidos colombiano fue concebido por dos formaciones que, si bien se han afrontado rudamente, fabricaron y rehicieron cada vez que pudieron el régimen, buscando evitar que otras colectividades ideológico-políticas les disputasen sus privilegios. Es la acción de las organizaciones sociales y políticas de la izquierda la que ha alterado lo que se valoraba perenne, por ejemplo, estimulando el paso de un sistema bipartidista a uno pluripartidista. Sin que los partidos Liberal y Conservador se hayan extinto, y pese a que de sus entresijos prorrumpiesen formaciones bajo otras etiquetas que no solo reforzaron los caciquismos regionales y locales, sino que facilitaron el enraizamiento, de un lado, del uribismo y, del otro, de la parapolítica, las organizaciones de la izquierda legal y reformista son parte visible del paisaje político nacional. Quiérase o no, la opinión tiene conocimiento de ellas y de sus dirigentes; además, con certeza, siendo poco probable que se las equipare con las que representan al poder en plaza. De seguro aparecen, y asimismo se reclaman, como la única oposición; en términos precisos, son las que vienen contribuyendo poco a poco a una menor usanza de dicotomías como azules versus rojos, o bipartidismo versus terceras fuerzas, por aquella tan conveniente como izquierda versus derecha. Por otra parte, y por contados que sean sus triunfos electorales, la izquierda legal y reformista ha puesto en evidencia que la lucha armada que mantienen otras organizaciones inscritas en su propio campo difícilmente triunfará. No se enjuicia aquí si la reyerta de unas farc o un Ejército de Liberación Nacional (eln) contra el Estado colombiano es inerme o injustificada; algunas causas que aducen originar su accionar no han perdido validez, además en las zonas en que su presencia es fuerte siguen atendiéndose la presencia e inversión de los gobiernos, es como si el tiempo se hubiese detenido desde hace casi cincuenta