La izquierda legal y reformista en Colombia después de la Constitución de 1991. Jorge Eliécer Guerra Vélez
de impedirlo habría entonces que hablar de autocracia, o de la dictadura de la oligarquía, espoleada por sus propias organizaciones partidistas.
Entrando en materia, a la primera parte de esta investigación se la ha denominado: “La Constitución de 1991, cigoñal de una fallida alternativa de izquierda”. Convéngase o no, la vida sociopolítica de Colombia experimentó un vuelco a raíz del proceso constitucional. Incluso organizaciones políticas que aún hoy desestiman el evento, incluyendo algunas de la izquierda, pueden sentirse transigidas toda vez que los constitucionalistas no proyectaron la participación en el régimen exclusivamente para aquellas fuerzas que suscribieron el pacto constitucional. Para nada se trata de hacer una tipología de las organizaciones armadas que, como el Movimiento 19 de Abril (m -19), el Ejército Popular de Liberación (epl) y la Corriente de Renovación Socialista (crs), abandonaron las armas, sino de describir los aspectos que pesaron en su decisión de entrar abiertamente en la escena política. Obviamente se propone una mirada respecto a la ocurrencia de un conflicto armado, que ni el enorme cambio legislativo contuvo, sobre los grupos mencionados, y claro está, se analizan los pormenores de la aparición, auge y ocaso de la Alianza Democrática m -19 (ad m -19).
La segunda parte lleva el título: “La búsqueda de la paz, factor de afinidad de las izquierdas”. Ante la casi consunción de la izquierda legal y reformista en la arena electoral, la paz emerge como el vector que posibilita su resiliencia. El cotejo de la incidencia de la Carta Constitucional a escasos años de ratificada no sería el más alentador; profundización de un modelo neoliberal contenido en esta, proliferación de microcarteles del narcotráfico (contra dos o tres una década atrás), ascenso del paramilitarismo, corrupción propagada, expansión guerrillera, violación exacerbada de los derechos humanos, y un alud de movilizaciones sociales que en suma revelaron las contrariedades y el vacío en relación con opciones de tipo político partidista que pudiesen redirigir el rumbo del país. La desilusión entre una parte de la opinión que atendía la consumación del bipartidismo histórico, el cual se regeneró una vez más, fue la consecuencia del naufragio de la ad m -19. No obstante, este experimento dio pie a la emergencia de una infinidad de grupúsculos en los que no puede ignorarse la resistencia a abandonar ciertos ideales de izquierda ni la expectación de persistir en la construcción de formas de organización superiores, como un partido, un gran movimiento social o una federación política. El crédito afable arrogado a la Constitución, la cual debía transformar las reglas del juego político en un país en el que ni esta pudo ser una garantía certificada, ya que finalmente la realidad se impuso, pero también las crisis de representatividad en que se hallaban los partidos políticos y buena parte de las instituciones del Estado, como la comúnmente llamada de paradigmas, dejaron a la izquierda legal y reformista desacoplada, sin invención. Dada la confianza que sus militantes y simpatizantes depositaran en el futuro inmediato, esta entró en un estado de latencia, pero meramente momentáneo, ya que su actividad se concentró en esa otra esfera en la que también se presenta el juego político, distinta a la de las corporaciones públicas (Congreso, Asambleas, Concejos municipales…) o a la de los partidos políticos, la de los movimientos sociales.
En efecto, al promediar los noventa algunos procesos zanganean entre la necesidad de convertirse en organizaciones con reconocimiento jurídico y el mantenimiento de la articulación a los movimientos sociales, y es esa concomitancia el cimiento de dos organizaciones que harán presencia en el ágora política entrando en el nuevo siglo. Pero la gestión en pro de la paz no las favorece únicamente, en un sentido inverso lo hace también para con una postura hostil a la manera como se realizó dicha faena; es en ese contexto que aparece un contrincante sin igual contra quien las organizaciones de izquierda estimaron urgente actuar en bloque, Álvaro Uribe Vélez. Dos fueron los desafíos que se les antepusieron: el uno, ofertarse a una opinión pública, que en cuestión de meses pasó del esmero por el entendimiento y la cordura a la exacción de una salida militar al conflicto, en tanto alternativas democráticas, sin relación, en la vanguardia o en tanto brazos políticos con estructura clandestina o armada alguna; el otro, convencerse de la urgencia de consolidar por fin el mayor proyecto partidista, orgánico y estable de su propio campo. Para mejor comprender estas dinámicas resulta indispensable hacer el análisis del movimiento social por la paz, en el marco de los diálogos entre el Gobierno Andrés Pastrana Arango y las farc. Se indaga por las incidencias de la Ley 130 de 1994, conocida también como Ley de Partidos Políticos, en el reencuentro de las fuerzas de izquierda, y se exponen aspectos que tocan a la transformación de los programas preciados del campo ideológico-político de la izquierda, y que en ocasiones son asumidos por líderes carismáticos que prosperarán como los outsiders, en oposición a los gamonales o notables regionales y locales. Se incluyen igualmente en esta segunda parte algunas reflexiones concernientes a Álvaro Uribe Vélez.
La tercera parte se intitula: “El Polo Democrático Alternativo, convergencia de múltiples facciones. Un estudio de caso”. No es para menos la reflexión respecto al pda, toda vez que es la experiencia más completa y dinámica que ha tenido la izquierda legal y reformista en los últimos veinte años. Pese a sus sucesivas crisis, cada una de ellas pareciendo ser peor que la que le antecede, el pda ha logrado superar el primer lustro de su existencia. Al ofrecer los intríngulis de tal proceso, se busca aportar al mejor conocimiento de una organización que con sus querellas internas y la diversidad de perspectivas que la conforman tiene los atributos de un partido moderno. Como siempre, es ineludible abordar aspectos que pesarían en las decisiones y dinámicas internas como la reelección de Uribe Vélez, la Reforma Política del 2003 y el conflicto armado. Así, serán precisados los temas en torno a los cuales fuerzas diversas, conocidas como “tendencias”, logran entenderse, y se examinan los principales acuerdos y desacuerdos en el marco de sus dos primeros congresos nacionales. Se analiza el tema poco estudiado de los colectivos polistas en el exterior. Se aporta en la construcción de un perfil sociológico de sus dirigentes (lo que comprende sus proposiciones políticas) y de la que puede considerarse su base partidista. Además, se evalúan las dinámicas en que se inscribe su ascenso al poder local, preponderantemente en Bogotá, los bretes para posicionarse en el resto del país y su participación en el Congreso de la República; lo que va acompañado del escrutinio del comportamiento electoral desde su emergencia en el 2005, y claro está, se describen las golondrinadas que han realizado algunos miembros de su elite. De ahí que no sobren dos preguntas: ¿Hasta qué punto la base amorfa de la izquierda se organiza en razón de los intereses y lineamientos que esa elite adopta? ¿Ha alcanzado dicha base la madurez a partir de la cual pueda asumir una suerte de labor histórica?
Las recientes crisis económicas y el desorden ambiental han renovado el interés por leer algunos precursores de la izquierda. Incluso al espectro de Marx se le ve deambular en las librerías, las disertaciones, las propuestas de algunos dirigentes y organizaciones políticas. En Colombia, sin embargo, esa búsqueda de referentes ideológicos no es tan asidua, a veces disimulada en las lecturas íntimas o en discusiones privativas de pequeñas formaciones que prefieren no ser luego tildadas de revolucionarias u obsoletas. Lo que explica por qué los referentes neomarxistas o de otras corrientes son cada vez menos perceptibles en el depósito teórico de las organizaciones de la izquierda legal y reformista, aun si de esa orfandad son también damnificadas sus pares en el mundo. Lejos queda este trabajo de suplir un tal vacío, empero tiene como tributo develar algunas de las ideas que antiguas y novedosas se presentan al servicio del pensamiento de este campo político-ideológico en el país. A ciencia cierta el intitulado de este libro generará repulsión entre ciertos grupos sociales y políticos; por fortuna se tiene la esperanza de que habrá próximos o extraños al campo de la izquierda que se esforzarán en leerlo, para disponer de mayores elementos en el momento de argumentar sea en su favor o en su contra. A los que con cizaña soplan a quienes realizamos estudios en Francia que aquí las discusiones con connotaciones de izquierda, la movilización y las huelgas son un deporte nacional, no queda sino replicarles que esas prácticas evidencian tanto un grado de modernidad y de conciencia política como la mayoría de edad de un país que acepta las oposiciones contradictorias y les da tratamiento mediante el debate abierto y democrático. Y a propósito, ¿por qué no emular en nuestro propio país algunos de esos hábitos, adaptarlos o superarlos incluso? De seguro nuestra democracia imperfecta de inmediato se revitalizaría.