Mirando al cielo. Juan de Mora

Mirando al cielo - Juan de Mora


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tú consideraste mejor en ese momento y era por ella. No te castigues más, Martín. La adorabas y ella lo sabe y te adora a ti. Nunca morimos, solo cambiamos de forma, y algún día os encontraréis de nuevo. La muerte es solamente una transformación.

      —Manuela… muchas gracias por este regalo. Quiero pedirte perdón por haber dudado tanto de ti.

      —No te preocupes, que te entiendo. La duda está bien de vez en cuando, nos ayuda a buscar más allá. Por cierto, ¿quién es Cuqui?

      —Bueno, ella quería tener un conejito en casa, pero vivíamos en un piso pequeño y su madre no consintió con ello. Raquel se puso muy triste y, para contentarla, dibujé un conejito en un papel y le dije que le pusiera nombre. Ella le puso Cuqui. Lo escribimos en el papel y fue nuestro pequeño, gran secreto. Cada noche, cogíamos el papel y ella le daba un beso al papel y otro a mí, y nos deseábamos buenas noches.

      —Gracias por confiármelo, Martín. —Se pasó la mano por los labios como quien cierra una cremallera— Seguiré guardando vuestro secreto.

      —Gracias, Manuela.

      Se hizo un zumo de naranja y comió una manzana, era todo lo que le entraba. Tenía el estómago cerrado. Se fue a su cuarto y se tumbó boca arriba con los ojos cerrados. En cierta medida, aún podía sentir la presencia allí de Raquel, era como si hubiese conectado con su energía. Echaba de menos a Marta y se lamentaba de que justo hoy no estuviera allí para poder apoyarse en ella, pero se dio cuenta de que hay cosas que es mejor integrarlas en la más absoluta soledad. Ya habría tiempo de contárselo.

      Llegó la tarde y se fue al jardín, hoy más que nunca necesitaba del consejo del sabio abuelo.

      —Buenas tardes, Salvador.

      —¿Seguro que son buenas, Martín?

      —En realidad no lo sé, he tenido hoy una experiencia muy fuerte y aún no sé cómo digerirla. De hecho, creo que es lo que estoy digiriendo porque apenas he comido.

      —Es normal somatizar las emociones en el estómago. A mucha gente le ocurre eso.

      —Sí, me pasa mucho. Cuando algo me remueve emocionalmente se me remueven las tripas también.

      —Cuéntame, Martín, ve al grano.

      —Hoy… no sé cómo expresar lo de hoy.

      —Exprésalo con naturalidad, como lo sientas dentro de ti.

      —Hoy he hablado con mi hija. Se llama Raquel y falleció el año pasado de un tumor cerebral. Solo tenía tres añitos. —Martín volvió a entristecerse.

      —Lo siento mucho. Sé que es una experiencia muy dura de vida, quizás la que más.

      —¿Sabrías darme consuelo, Salvador? Tú eres un hombre sabio, ayúdame a calmar este dolor.

      —No hay palabras para eso, Martín. Solo puedo comprender tu dolor. Duele. Y dolerá por un tiempo. Aunque quisiera no puedo ayudarte con eso. Solo puedo decirte que cuando pase ese tiempo, el dolor irá menguando y tu amor por ella aumentará. Será un amor muy puro. El tipo de amor que nace cuando han caído todas las capas que ponemos sobre nuestro corazón.

      —Ya sabes que no creo en estas cosas, pero mi hija me ha demostrado que era ella. Ha contado algo que solo sabíamos ella y yo.

      —Ha tenido la necesidad de ello, si no, no hubiese habido sanación para ti. La experiencia habría quedado en lo superficial y tu mente estaría cuestionándose si era real o era un invento de Manuela. Con ese gesto tu hija te ha llenado de Fe.

      —¿Y cómo ocurre eso? Quiero decir, ¿cómo podemos comunicarnos con seres fallecidos o ellos con nosotros? ¿Yo podría comunicarme con ella?

      —Hay personas que tienen una especial sensibilidad para ello y lo hacen con naturalidad. Es un don que traen aquí. La gente que llamamos «corriente», suele comunicar con otros planos en sueños, que es cuando su mente «pensante» duerme y sus capacidades subconscientes se abren. En tu caso personal tienes un gran poder sensorial, lo que pasa es que aún no lo sabes. Poco a poco irás desarrollando capacidades que duermen en ti.

      —¿Yo también tengo un don?

      —Todos tenemos un don. Todos somos parte de esta gran obra que Dios creó y todos somos importantes en su desarrollo. Evidentemente no todos tenemos los mismos dones, cada uno marca su diferencia en el mundo desarrollando los suyos, y no tienen por qué estar vinculados a la sanación. Alguien puede traer un maravilloso don de gentes, para hacer conectar a las personas en la sala de fiestas de un hotel, por ejemplo. Otro, puede tener un inmenso don creativo para hacer películas que nos entretengan a todos. Otros son malabaristas con un balón… y otros, que es donde nos encontramos nosotros, tenemos el don de la sanación a través de distintas vías.

      —¿Se supone que tengo un don para la sanación?

      —Yo no lo supongo, lo sé. Te será mostrado cuando sea el momento divino perfecto para ello. Pero que esto no te sirva para agrandar tu ego, no eres más importante que el pescadero del barrio, que el bombero que acude a apagar fuegos o que el mendigo que pide en la puerta de la iglesia. Todos cumplen una importante función.

      —Mi hija me dijo que yo era alguien importante en el cielo y que tenía un propósito grande aquí en la tierra.

      —No midas las palabras desde el ego, que ese «alguien importante» no te haga enaltecerte, porque si no la vida te enseñará humildad y eso siempre duele. Es cierto, que algunas almas escogen propósitos más elevados por amor a los demás y así es en tu caso. También es cierto que son más difíciles de llevar a cabo. Digamos que tienes que «aliviar» muchas almas, Martín, y te hablo de un nivel global. Lo harás en distintas partes del mundo.

      —Yo ante un propósito tan grande me siento muy pequeñito, muy poca cosa.

      —Todos venimos con las herramientas que necesitamos para afrontar los desafíos propuestos. Estás totalmente capacitado y se te ha dado mucho. También te digo que a quién más se le da, más se le pide.

      —¿Y qué tengo que hacer?

      —De momento, sanarte a ti mismo. Es lo que estás haciendo aquí con nosotros. Más adelante todo se te irá revelando.

      Se despidió de Salvador con un abrazo. Lentamente, recorrió el jardín de vuelta a la casa. Se detuvo a contemplar un blanco jazmín, podía ver en la flor una extraordinaria belleza y vio en ella, por primera vez un reflejo de su corazón. Él era también un hombre extraordinario, pero aún no lo sabía. Su hija le había devuelto la Fe. Recordó cómo cada noche iba a la capilla del hospital a suplicar que su hija conservara la vida, clavaba las rodillas en las bancas donde la gente se sentaba, y colocaba su mirada perdida en un Cristo que le devolvía un gesto de dolor. Cuando su hija murió, dejó de creer en nada. Si hubiese un Dios no podía ser tan cruel. Hoy sentía que el cielo era real, que un día se encontraría con Raquel y con todos aquellos que habían partido. Y que ese cielo le acompañaba y guiaba hacia su propia misión.

      Había sido un día muy intenso y se fue pronto a la habitación. No vio a Marta en todo el día y supo que la chica le había dado todo el espacio que necesitaba para asimilar la experiencia vivida. Miró el cuadro. Ese mago que contemplaba el mundo desde afuera, y se preguntó si algún día tendría esa posibilidad. La de salir de su dolor interior y poder ver el mundo con una mirada limpia. En el silencio de la habitación volvió a escuchar los latidos de su corazón.

      8

      Se cruzó con Marta camino de la cocina para desayunar.

      —Buenos días, perdida.

      —Buenos días, Martín, ¿qué tal estás?

      —He dormido a pierna suelta, ni siquiera recuerdo si he soñado. Ayer como predijiste fue un día muy difícil.

      —Sí, mi abuela me avisó de lo que tocaba en vuestro encuentro y supe que no sería algo fácil de asumir.

      —Lloré muchísimo, pero mi hija me ha devuelto


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