Mirando al cielo. Juan de Mora

Mirando al cielo - Juan de Mora


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      —Suponiendo que esto sea cierto, y discúlpeme por mi escepticismo, ¿cómo debo proceder para obtener esa supuesta guía divina?

      —No te preocupes, ¡me encantan los escépticos! Las mejores experiencias que he tenido han sido con gente que no creía. Pero contestando a tu pregunta, la mejor manera de proceder es dándole su sitio, hablándole como si estuviera aquí contigo, que de hecho lo está.

      —Pero él sabrá que no creo, es como un teatro.

      —Si no tienes Fe, imita la Fe.

      —A mí me gustaría antes de tener que imitar nada que me diera una prueba de su existencia, que me dejara oírle o verle…

      —Sí, o que se presentara en casa y te invitara a tomar unas cañas, ¿no? Siento decirte que no funciona así. Primero es la Fe. Cuando esa Fe sea fuerte, honesta, y real, tendrás tu prueba de Fe.

      —¿Y por qué es así?

      —Bueno, yo no hago las normas, Martín… pero aplicando un poco de lógica, si no tienes Fe… ¿tu mente sería capaz de admitir una experiencia de ese calibre? ¿No te daría un susto de muerte o pensarías que te has vuelto loco?

      —Muero infartado seguro.

      —Pues ya te estás contestando. Cuando tu Fe sea una certeza para el mundo espiritual, obtendrás la prueba de que estás siendo guiado y protegido en tu periplo terrenal.

      —Ahora me quedo un poco asustado, a ver si esta noche se me aparece un fantasma o lo que sea.

      —Si aparece es porque estás preparado para verlo. No se presentará nunca nada que no estés en condiciones de asimilar.

      5

      Despertó pronto en la mañana. Tenía muchas ganas de ver a Marta y contarle lo que estaba viviendo. Se dirigió al comedor y allí estaba ella preparando comidas y ordenando cosas.

      —Buenos días.

      —Buenos días, Martín, ¿qué tal ayer?

      —Uf, me gustaría contarte tranquilamente.

      —Venga, demos un paseo.

      Salieron al sendero que conducía a la cueva. Marta llevaba una manta que extendió sobre la hierba y se sentaron muy cerca de la casa.

      —Usted dirá, caballero.

      —Pues fue un día muy intenso, primero tu abuela me hizo una meditación guiada y me llevó a contactar con mi guía espiritual. Una vez que esto se produjo, me pidió que escribiera lo primero que me viniera a la cabeza y escribí sobre lobos. Imagino que fue porque antes contigo habíamos hablado sobre eso, supongo que se quedaría grabado en mi mente y se dio así. Después fui donde tu abuelo y… muy profundo, hablamos sobre guías espirituales y sobre Fe.

      —Una casualidad lo de los lobos… entiendo. Escribirías entonces sobre los lobos salvajes que pueden entrar en las cuevas, ¿no? Porque si es algo que quedó en tu mente… supongo fue algo así.

      —Nada que ver, era un escrito sobre el lobo interior y te aseguro que lo que escribí ahí… es como si no lo hubiese escrito yo. No es mío eso.

      —Pues claro que no, seguro que el abuelo ya te habló de ello así que no me repetiré. Ya llevas unos días aquí, Martín, me gustaría saber cómo estás.

      —Es que es muy raro. Me siento raro.

      —¿Raro?

      —Sí, es como si hubiese dos Martín dentro de mí. Siento que hay un Martín que tiene miedo, tristeza, apatía… y siento que a la vez está naciendo un Martín nuevo.

      —Eso es maravilloso.

      —Yo no lo definiría así…

      —Todo proceso de transformación personal implica el soltar la vieja piel para dar paso a la nueva, así como hacen las serpientes. Y por regla general, esto le hace sentir a uno raro. Así que todo está bien.

      —Bueno. Y tú, ¿cómo estás? Ayer me dijiste que tú también lo habías pasado muy mal y que ibas a la cueva en busca de paz. Me gustaría que me contaras tú también a mí. No tengo la sabiduría que hay por aquí… pero sé escuchar.

      —Tienes el corazón grande y eso es más que suficiente. Pronto tienes que irte a la meditación y esto me gustaría contártelo tranquila. Mañana nos tomaremos el día libre y te llevaré a otro lugar, allí hablaremos sobre mí. ¿Te parece?

      —Me parece muy bien.

      Se le hizo un poco tarde y a Martín no le dio tiempo de desayunar, tomó un zumo corriendo y fue a la sala de meditación. Manuela le estaba esperando.

      —Vengo casi en ayunas… buenos días.

      —Buenos días, vamos a alimentar el cuerpo espiritual que quizás no te quite el hambre, pero algo te dará.

      Sin más preámbulos Manuela comenzó a guiar la meditación de la misma manera que hizo ayer y que haría en días posteriores. Martín tenía ese don para la escritura automática y ella quería mostrarle que allí tenía una herramienta poderosa para aquello que venía a hacer, y para su propia sanación personal.

      Llegó el momento y Martín escribió:

      «CERRAR CICLOS

      Cerrar un ciclo es dejar ir lo que ya no es.

      Tenemos vivencias en nuestras vidas que son necesarias para nuestro aprendizaje o el de otros, pero una vez que pasan, debemos volver a colocarnos en el momento presente soltando los apegos (ya sean negativos o positivos) a esas circunstancias pasadas.

      Confiemos en lo que ha de llegar. Tenemos los recursos necesarios para afrontar todo lo que nos sea dado.

      Perdemos nuestra paz cuando intentamos controlar lo que viene, también lo hacemos cuando no estamos en el momento presente, y así mismo cuando nos vamos al pasado y las connotaciones particulares que tiene para nosotros.

      Cuando algo ya ha terminado lo hace porque así debe ser en nuestra vida, cuanto antes tomemos conciencia de esto, antes nos colocaremos en el aquí y ahora haciendo espacio a lo que debe llegar que, por propia ley de evolución, supondrá un avance en cualquier sentido para nosotros.

      Aprendamos de las experiencias que hemos tenido, perdonemos los errores de otros que nos lastimaron, perdonémonos nuestros propios errores. Tengamos la certeza de que el cambio de ciclo nos traerá todo aquello que sea necesario para avanzar.

      Cerrar un ciclo es permitir que la vieja energía no se quede estancada en nosotros, permitiéndonos crecer y dar paso a todo aquello que la vida nos quiere traer, que siempre que nos quitó algo es porque nos tiene preparado algo mejor».

      Como estaba tomando ya por costumbre, al llegar la tarde Martín se fue al jardín trasero en busca del abuelo. Ese hombre le transmitía una enorme paz y en cierta medida eso lo hacía adictivo. Martín sentía que tenía que acudir a por la dosis diaria de sabiduría que le ofrecía Salvador, aparte, empezaba a sentir cierto aprecio por aquel viejo hombre.

      —Bueno, bueno, a ver qué sorpresas me trae hoy el amigo Martín.

      —Hola, Salvador, hoy vengo a hablarte sobre cerrar ciclos… ¿Qué te parece?

      —Me parece un tema fantástico porque todos deberíamos cerrar esos ciclos o esas historias que ya no nos conducen a ningún lado.

      —¿Y por qué habría que hacerlo? Esas historias son parte de nuestra vida, yo no creo que haya que renegar de ellas.

      —Como diría mi querida nieta… sí y no. Sí que conforman nuestra historia y evidentemente han sido experiencias que de seguro nos han enriquecido de alguna manera. Y no, porque hay que aprender a soltar aquello que pasó y ya no está presente en nuestra vida. Nos quedamos el aprendizaje y soltamos la experiencia. Atento a esto que voy a decirte porque es muy importante: allí donde esté nuestra energía estamos nosotros. Cuando nos «recreamos» demasiado


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