Mirando al cielo. Juan de Mora

Mirando al cielo - Juan de Mora


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no debes vivirlo aquí. Prométeme que cumplirás con las instrucciones que van en el sobre. Es mi última voluntad.

      —Lo prometo.

      —Un día nos volveremos a encontrar. Mientras, vendré a visitarte en sueños cuando estés listo para ello. Te quiero, Martín.

      —Te quiero, Lucas.

      Se abrazaron. Martín pudo sentir el gran amor que desprendía el cuerpo enjuto y demacrado de su amigo. Pudo comprender lo que Lucas siempre le decía: «para abrazar, suaves los brazos y fuerte el alma».

      Un timbre desagradable rompió el silencio de la noche. Era el teléfono. Le comunicaron lo que ya esperaba, su amigo acababa de fallecer. Nervioso, abrió el cajón de la mesita de noche y sacó el sobre que le había entregado Lucas. Miró el reloj, las 3 y 33. Últimamente, el número 33 aparecía una y otra vez por todos lados. Casualmente descubrió que Lucas tenía en su número de teléfono el 33, y coincidía que en su número también aparecía el 33. A partir de ahí comenzó a verlo por todos lados, en matrículas, camisetas, anuncios… Allá donde él estuviera, acudía un número 33. Lucas siempre le decía que los números son uno de los lenguajes que utiliza el cielo para comunicarse con sus elegidos. Lucas y sus cosas. Su Lucas. Cuánto lo echaba ya de menos.

      Abrió el sobre:

      «Querido Martín, sé que en este momento estarás muy apenado por mi partida. Podría escribirte mucho aquí sobre la muerte, contarte que, donde voy a estar ahora, estaré mejor. Pero sé que esas palabras ahora te sonarían vacías y con falta de sentido, como lo fueron cuando perdiste a Raquel.

      La persona con la que te vas a encontrar te va a ayudar a entender la muerte, pero más importante aún, te va a ayudar a entender la vida.

      Sé que no comprendes lo que has vivido, el sufrimiento padecido, esa sensación de que “te ha tocado todo lo malo”. Yo humildemente he querido sembrar semillas de conciencia en ti aun sabiendo que en ese momento no iban a germinar. Lo harán pronto, pues todo tiene su momento divino perfecto para ser.

      Cuando el alumno está preparado, aparece el maestro. En tu caso maestra. Se llama Marta. He incluido un billete de avión con destino a Andorra, es allí donde te espera.

      Las instrucciones (que te recuerdo prometiste cumplir) son las siguientes:

      —Toma el vuelo a Andorra el día y hora señalados en el billete.

      —Antes de aterrizar recibirás un mensaje en tu móvil con la ubicación a la que debes dirigirte.

      —Allí te esperará Marta, en el momento que la encuentres estarás a su disposición durante tres meses.

      —Transcurridos los tres meses eres libre de hacer lo que quieras.

      Todo esto te resultará extraño, pero responde a un plan perfecto. No creías en lo que decía, pero siempre me decías que creías en mí. Hazlo. Ha llegado la hora de saber quién eres.

      Con amor, tu amigo siempre.

      Lucas».

      Estaba temblando. Andorra. Maestra. Avión. Las palabras se mezclaban en su mente a gran velocidad. Volvió a la cama. No se pudo dormir.

      2

      Llegó el taxi a la hora convenida para llevarle al aeropuerto, cuando el taxista cargaba las maletas pudo ver en la matrícula el número 33. No sabía por qué, pero ese número cuando aparecía le hacía sentirse seguro y lo hacía con mucha frecuencia últimamente. Era como si tuviera una certeza interior de que algo estaba dirigiendo sus pasos hacia algún lado.

      Siempre le habían gustado los aeropuertos a pesar de su miedo a volar. Le hacían sentir que más allá de su rutina diaria, de su vida aburrida, había un amplio mundo por descubrir. Millones de vidas distintas con sus alegrías y sus penas, con sus luchas, con sus suertes, con sus amores… El amor, eso era punto y aparte. Había tenido varias parejas, pero sentía en su interior que el verdadero amor no lo había conocido nunca. Una mujer mayor se sentó a su lado y lo sacó de sus pensamientos.

      —Qué larga se hace la espera cuando uno sabe adónde quiere ir, ¿verdad? —Martín se sorprendió de la pregunta de la mujer. Tendría unos setenta y ocho años, el pelo cano, pero se conservaba bien para su edad. Resaltaba el brillo de sus ojos.

      —Eh… sí, así es.

      —Yo es lo que peor llevo aquí. Me gustaría llegar y que estuviera el avión listo para partir. Subir y ya.

      —Sí, a mí también se me hace larga la espera y si encima le añado el miedo a volar…

      —Chico, pero cómo que miedo a volar…

      —Sí, no lo paso bien en los aviones, la verdad, siento que estoy a merced del piloto que también es humano y puede tener un mal día, y bueno… me da muchísima angustia.

      —Quizás ese miedo a volar realmente es un miedo a vivir.

      —¿…?

      —Sí. No estás a merced de un piloto, estás a merced de la vida. El piloto, el avión, las torres de control, solo son los medios con los que la vida se te presenta.

      —No entiendo bien lo que me dice, señora.

      —Cuando uno tiene Fe en su propio propósito vital, tiene Fe en la vida. Cuando esa Fe es fuerte y real no hay espacio para el miedo.

      —Perdone que sea brusco, pero cuéntele eso a las familias de las personas fallecidas en un avión.

      —No existen los accidentes.

      —No, por ahí sí que no voy a pasar. No me niegue lo evidente.

      —Algún día lo comprenderás. Suerte en Andorra, será un viaje maravilloso.

      Y la mujer se marchó.

      ¿Cómo sabe esta mujer lo de Andorra? ¿Estaría esto preparado por Lucas? No quiso darle más vueltas al asunto, pero sí que le resultó muy extraña esa conversación. Que no existen los accidentes, dice… esa mujer no debe de estar muy centrada para negar algo tan evidente.

      Sin embargo, sentía que algo se le había removido adentro. Miedo a la vida. No lo había pensado nunca. Sabía de su miedo a volar, de su miedo a la muerte, a algunas personas, a volverse loco, a no tener dinero… pero ¿miedo a la vida?

      ¿Sería que todos sus miedos estaban resumidos en ese? Comprendió que sí.

      Realmente nunca había disfrutado plenamente de nada en su vida. Siempre aparecía el miedo a perder, el miedo a fallar, el miedo a no ser suficiente… Nada lo hacía completamente feliz porque todo lo vivía con miedo. Y ahora una extraña en un aeropuerto le había derribado por completo todas sus estructuras.

      También le había hablado de Fe. Él siempre fue muy creyente, desde pequeño le habían enseñado a rezar, a pedir a Dios por todo aquello que deseara o necesitara, y lo hizo por mucho tiempo. Hasta que ese Dios se llevó a Raquel. Ahí se acabó la Fe. Dios no podía hacerle eso, no el Dios en que él creía. Se humedecieron sus ojos.

      Aterrizó en el aeropuerto Seo de Urgel. Había sido un vuelo extrañamente tranquilo. Siempre que subía a un avión se le descomponía el estómago, le entraba una incómoda ansiedad. Miedo. Pero este vuelo fue diferente, quizás las palabras de aquella extraña le habían movido algo en su interior. Miedo a la vida. Sí, era eso.

      Encendió el móvil y se encontró con el mensaje prometido, era un número desconocido acabado, cómo no, en 33.

      «¡Hola, Martín! Tienes que reservar un coche para dirigirte a la dirección que te adjunto. Los gastos corren de mi cuenta. Un beso. Marta».

      Reservó un utilitario, él era un hombre humilde y miraba por el dinero, aunque no fuera el suyo. Quedaban aún bastantes kilómetros hasta el punto indicado, pero no pudo evitar sentir un pinchazo en la barriga. Intuía que algo importante en su vida estaba a punto de pasar.

      Entró en una zona montañosa y se detuvo


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