Los últimos hijos de Constantinopla. Vivian Idreos Ellul

Los últimos hijos de Constantinopla - Vivian Idreos Ellul


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un poco conmigo.

      —Pero… —interpuso Antonio.

      —Ya sé que tienes una cita, por eso no te entretendré mucho.

      Antonio asintió y, sabiendo lo que le esperaba, sintió un gran alivio.

      —Últimamente, parece que estás muy ocupado y tienes a tu pobre madre desesperada. Has conocido a una joven que no parecer ser el modelo de futura esposa, y eso es lo que nos preocupa a los dos. Sabes que nuestros negocios y nuestro oficio son difíciles y no exentos de cierto peligro. Escoger una buena esposa es indispensable, una mujer dispuesta a afrontar dificultades, vivir en un país que no es el nuestro y criar a sus hijos para un futuro que probablemente sea más difícil de lo que hemos conocido hasta ahora. Preveo que no siempre habrá tantas oportunidades de ganar dinero y seguramente tendremos que acostumbrarnos a una vida más modesta. Puede incluso que tengamos que volver a Malta. Por un lado, las autoridades otomanas nos acogen porque carecen de especialistas con la experiencia necesaria, pero por otro, sigue habiendo restricciones y discriminaciones contra los extranjeros y los no musulmanes—. Se paró un instante.

      — Este fenómeno —añadió—, no tiene nada de sorprendente. El país está dividido en grupos que quieren promover el cambio, la modernización y la centralización, y en otros que luchan por lo contrario. Y todo esto en un momento en que el Imperio Otomano está sufriendo cada vez más pérdidas, mientras que las potencias extranjeras vigilan cada uno de sus movimientos, ávidas de nuevas conquistas y de la extensión de sus zonas de influencia político-económica. Por eso repito, Antonio, reflexiona a fondo antes de cometer un grave error.

      Mientras su padre hablaba, Antonio había mantenido un respetuoso silencio, sopesando las posibilidades de convencerle. Para tratarse de un joven de 25 años, Antonio era notablemente maduro y comedido. Pese a ello, también tenía cierta inclinación hacia lo original, lo picante, lo novedoso, adjetivos que resumían suficientemente bien el carácter tan atractivo de Argentine Crivillier. Él había decidido dar un toque italiano al nombre de su amada, llamándola Argento, algo que encantó a la joven. Así empezó Antonio la introducción y defensa de su musa:

      —Argento Crivillier es una mujer de mundo, ha recibido una educación impecable en la escuela francesa de Nôtre Dame de Sion, de la que tú siempre has dicho que era la mejor escuela para niñas. Habla inglés e italiano, toca el piano y sabe cantar, frecuenta la mejor sociedad, se interesa por la política y la lectura, llena sus tardes con tertulias literarias…

      —¡Magnífico! —le interrumpió su padre—. Pero, precisamente, una persona con tantos dones e intereses, ¿cómo va a formar parte de una familia como la nuestra y contentarse con ser solo la esposa de un rescatador de barcos que, además, por su trabajo, a veces tiene que ausentarse del hogar durante largos periodos con el peligro siempre presente de, algún día, morir en el mar durante una de sus expediciones?

      Antonio, alegrándose de este nuevo derrotero que le ofrecía su padre, continuó su explicación con un entusiasmo in crescendo.

      —Argento y yo hemos hablado de todos estos temas. A primera vista ella da la impresión de ser frívola y superficial, pero eso se debe a que su actual estilo de vida la llena de aburrimiento. Está harta de todos los jóvenes admiradores que la rodean, de tantas recepciones y obligaciones sociales como le impone su familia. Por eso hemos congeniado. Las escasas veces que he podido acercarme a ella hemos terminado criticando la vida superficial. Ella se ha enamorado de mí precisamente porque ve que pertenezco a otro mundo, el de la lucha de todos los días. Además, le encantan las familias numerosas y poder llevar una vida normal.

      Su padre permaneció callado mucho tiempo, tanto que Antonio comenzó a pensar que no le había escuchado. Con mucha calma y acentuando cada palabra, Paolo Ellul contestó a su hijo:

      —El tiempo lo dirá. Propongo que se haga la petición de mano, pero que la boda no tenga lugar hasta dentro de dos años.

      Antonio pensó que su padre quería dejarles más tiempo para meditar mejor las cosas y, pese a todo, incluso a él mismo también le pareció bastante juicioso.

      —Así —concluyó Antonio riéndose para sus adentros—, mamá tendrá tiempo de acostumbrarse a Argento.

      Y así fue. La petición de mano se hizo de una manera formal, sin grandes ceremonias, según el estilo escueto y sobrio de los malteses. Al principio, la familia de Argento quiso organizar una gran fiesta para anunciar el noviazgo, idea a la que se opusiero los Ellul y la propia Argento. Ella era la hija más revoltosa. Su familia hubiera preferido encontrarle un partido mejor, pero por otro lado, los Ellul ya habían ganado fama de seriedad y de fortuna. Los dos jóvenes parecían estar hechos el uno para el otro, y los Crivillier, pese a sus aires de superioridad y sus ambiciones, terminaron cediendo la mano de Argento.

      Siguió un periodo de dos años que les pareció interminable, durante el cual la pareja tenía que verse siempre en presencia de algún miembro de la familia. Pero el tiempo no pasaba en vano. Su amor se fortalecía día a día. Al conocer a Antonio, Argento había cambiado y madurado. Su novio la había sacado de las nubes y ofrecido nuevas metas, mucho más concretas, que le proporcionaban seguridad y comprensión. Conservó su ávido interés en todos los asuntos y acontecimientos, ya fueran literarios o intelectuales. Antonio también salió beneficiado, al ampliar sus conocimientos y campos de interés. Ahora acompañaba a Argento a sus tertulias, teatros y conciertos y así rompía la monotonía y tensión de su trabajo. Había encontrado en Argento no solo el amor, sino el alimento espiritual del que había carecido hasta entonces.

      Lo más sorprendente fue que Argento utilizó su encanto e inteligencia para acercar a ambas familias, en esencia tan diferentes la una de la otra. Ella misma sentía que había sido criada en un entorno algo frívolo y superficial, mientras que la familia de Antonio era, por el contrario, demasiado sabia, seria, formal, convencional y, por lo tanto, algo monótona y aburrida. Organizó de forma paulatina nuevos encuentros entre su madre y María, su futura suegra. Empezó por unas invitaciones para tomar el té y terminó con una serie de almuerzos y cenas con todos los miembros de las dos familias.

      María Ellul no se sentía, en absoluto, acomplejada por el brillo y el estilo de vida de los Crivillier. Ella misma iba siempre de etiqueta, y la madre de Argento pronto llegó a apreciar la sencilla elegancia de esta dama, vestida sobriamente con las mejores telas y encajes. Lo que más les sorprendía era su sentido práctico y comercial. Conocía las mejores y más baratas modistas, el momento adecuado para comprar las telas, los hilos y todo lo que precisa una casa bien llevada. Poco a poco y sin darse cuenta iban aceptando las opiniones y recomendaciones de esta mujer tan pequeña pero tan fuerte de carácter.

      A medida que iba conociendo a Argento, María, a su vez, cayó víctima de su encanto irresistible. Su futura nuera era todo dulzura y atenciones. Por sorprendente que parezca, María y Argento se llevaban cada vez mejor. Por primera vez en su vida, María se dio cuenta de lo que había perdido al no tener una hija. ¡Y de cómo podía haber vivido sin una hija como Argento! Pero un nuevo temor empezó a atenazarla: ¿qué pasaría si Antonio y Argento no se casaban y ella, María, perdía a esta nueva hija milagrosamente encontrada? Al observar este gran cambio en su madre, Antonio se sentía muy satisfecho y feliz. ¡Su pequeña Argento era una verdadera hechicera!

      Una vez vencido su miedo, María no vivía más que para el futuro tan prometedor que parecía sonreír a todos. Argento tenía un hermano mayor, François, y dos hermanas más pequeñas que ella, Catherine y Esther. Los cuatro hermanos habían crecido sin apenas cariño o afecto paterno y les encantaba ser invitados a casa de María, donde había un auténtico sentimiento de hogar. Esta les preparaba siempre toda clase de platos y pasteles típicos de Malta. Para ella también era como encontrar de pronto a la familia numerosa que nunca había tenido.

      Mientras tanto, 1a fama de serios y profesionales de Paolo y Antonio Ellul estaba en su punto más alto. Hicieron grandes inversiones en material de buceo, comprando los mejores equipos de la conocida casa Siebe y Gorman, especializada en artículos para operaciones submarinas. En aquella época el traje de buzo (scaphandrier, el término francés en uso en aquel entonces) era muy pesado, muy aparatoso y primitivo, algo en


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