Enlazados. Rosanna Samarra Martí
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© Rosanna Samarra Martí
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ISBN: 978-84-18362-63-7
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Prólogo
Un accidente en las inmediaciones del aeropuerto de Barcelona dejó inhabilitado el acceso a la terminal. Las carreteras más próximas se vieron cortadas al tránsito, lo que ocasionó un caos entre la multitud. La gente se alteró más de lo normal y, con los nervios a flor de piel por miedo a perder sus vuelos, restaron importancia a las imágenes aterradoras que se emitían.
Los vehículos de emergencia circulaban a máxima velocidad. Por todos lados se oía un ruido cruzado de ambulancias, policías, bomberos y el rotor de un helicóptero que sobrevolaba la zona. Las luces centelleaban agitadas y las alarmas de las sirenas resonaban histéricas alertando a los conductores para que cedieran el paso.
Se confirmó que había habido un accidente: un autobús se había saltado el semáforo en rojo llevándose por delante un taxi que circulaba como debía. Un grupo reducido de viandantes, que se encontraban en el mismo punto, no tuvo tiempo de reaccionar, y todos y cada uno de los presentes se vieron implicados en el desastre; atropellados y tirados por el suelo como colillas.
Los bomberos, con ayuda de herramientas, se apresuraron a desmantelar las puertas del taxi y a sacar a los dos ocupantes de su interior. El lateral derecho del coche había quedado aplastado y dificultaba la apertura. De inmediato, los trasladaron al hospital, junto a otro pasajero del autocar, también en estado grave, mientras el resto de afectados estaban siendo atendidos y eran dados de alta al instante. Algunos presentaban golpes, otros pequeños cortes y rasguños y, sobre todo, angustia por las circunstancias, pero nada que exigiera hospitalización.
Por muy rápido que hubieran sido los auxilios, aún faltaba la presencia de los atestados, por lo que prohibió retirar los dos transportes colisionados. Esto ocupó más horas de lo previsto, y no fue hasta las dos de la tarde cuando volvió todo a la normalidad.
EL VIAJE
13 de agosto del 2015
La decisión
1
—Clara, necesito hablar contigo.
—¿Qué pasa, te encuentras bien? Me estás asustando.
—Sí, no, no sé…, tengo que confesarte algo.
Veinte minutos después llamaron a la puerta y Ana se precipitó a abrir. Sus ojos estaban vidriosos, y eso atormentó a la recién llegada.
—Gracias por venir tan rápido. ¿Te apetece un té, un café?
—Oye, no he venido a tomarme un té. Quiero saber qué está pasando, ¿a qué viene tanta prisa? ¿Qué diablos pasa?
—Siéntate, anda. —Le señaló el sofá—. No estoy bien; hace tiempo que no lo estoy. Tengo que disimular, pero estoy mal, ¡asquerosamente mal!, agotada de todo: de mi trabajo, de mi marido…, de aparentar lo que no es. ¡No soy feliz! —Le brotaron dos lagrimeos como gotas de lluvia.
—Pero… ¡qué me estás contando! —exclamó Clara sin comprender—. ¡Si lo tienes todo! Diriges la empresa de tu padre, tu marido te quiere, tu casa es preciosa, tu familia, tus amigos… ¡Me tienes a mí, que soy tu mejor amiga!
—¡Eso es lo que pasa: lo tengo todo, y… no tengo nada!
—A ver. Tranquilízate y explícame. No entiendo a dónde quieres ir a parar.
—Estoy exaltada y lo pago contigo, perdona. —Le hizo un gesto cariñoso y se sentó a su lado—. No he conseguido nada de ninguno de mis propósitos. ¿Te acuerdas de la libreta, en la que anotábamos todos nuestros sueños para cuando fuéramos mayores? Todavía la conservo.
Sonrió.
—¿En serio? Hubiera jurado que la habías tirado hace tiempo. ¡Eh! No me dirás que te basas en lo que hay escrito en ese bloc… Éramos unas crías...
—No lo digo de pe a pa. Escribí tantas cosas… Nada se ha cumplido.
—Tienes la casa que deseabas —esbozó una risa que contagió a Ana.
—Sabes cómo hacerme reír en los peores momentos. La verdad, no sé qué haré sin ti —suspiró—. Te echaré de menos.
Desvió la mirada hacia el suelo y sopló como si hubiera tenido delante algún fuego que apagar.
—No me voy a ninguna parte, mujer. —Subió y bajó los hombros a la vez que cruzaba una pierna sobre la otra—. ¿O acaso eres tú la que te marchas? —Abrió los ojos de par en par al ver que Ana los cerraba y se mordía los labios—. Estarás de broma, ¿no?
—Dirigir la empresa de mi padre no era mi sueño ni mucho menos. Pero ¿alguien me preguntó lo que quería? Pues no. Mi mismísimo padre no me dio opción, no tenía a nadie preparado para el puesto, así que decidió él por mí.
—¿Por qué no lo hablaste antes, no le dijiste que tenías otros sueños? Y, ¿puedes responder a mi pregunta, justo la primera?
—Lo acabo de hacer. Le he dicho que dimitía y le he dado mis motivos. Se ha conformado, dice que necesito tomarme un descanso y tiempo para pensar; me ve agotada. ¡Encima cachondeo! Sé cómo es: su carácter, sus ideas… Siempre ha dedicado más tiempo a la empresa que a la familia; su negocio es más importante que todo lo demás, pero… En fin, es su vida. Y la mía la decido yo.
—¿Vas a marcharte, así, sin más? —Volvió a preguntar impaciente, levantándose del sofá.
—Sí, Clara, me marcho. Me hace falta. Siento que debo dar este paso y cambiar mi vida, distinta a la que tengo. Necesito encontrar mi sitio; saber lo que quiero, cuáles son mis propósitos, conocer la felicidad y descubrir mundo, porque nunca he salido de esta maldita ciudad —anunció convencida.
—¿Y has pensado en Óscar?
—Todos los días pienso en él, y ¿sabes qué conclusión saco? Nada. Apenas estamos juntos. Siempre está viajando y, si no, prefiere quedar con los amigos antes que conmigo.
—Es su trabajo. Lo conociste así. Sabías que ser comercial conllevaba viajar, ¿no te acuerdas? —Le acarició la mano.
—Lo sé, pero nuestra relación no sigue en su cauce, ha desbordado y no es de ahora. —Bajó la mirada—. Me cansé de poner siempre de mi parte y no recibir de la suya. Desde el sí quiero, todo cambió; antes era mejor, sin duda. No puedo más. Llevo mucho tiempo aguantando y ha llegado su fin.
—Ana… —pronunció con nostalgia, y se tiró en sus brazos—. Me duele lo que estás diciendo y más verte tan convencida… Si es lo que deseas, no me interpondré en tu camino. —Se apartó apoyando las manos sobre sus hombros y mirándola fijamente—. Eres mi amiga y quiero lo mejor para ti, aunque conlleve estar separadas. No dudes que iré a visitarte, y nunca olvides que me tienes aquí para lo que necesites. ¿Has pensado cómo decírselo a tu marido?
—No se lo diré. Salió de