Enlazados. Rosanna Samarra Martí

Enlazados - Rosanna Samarra Martí


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tengo listo el equipaje. Ayer me despedí de mi madre y su compresión me dio fuerzas, me animó. No te preocupes, Clara; tan pronto como pueda, te llamaré. Aún no sé a dónde voy ni cuál es mi destino.

      Después de un largo abrazo cargado de emoción y con los ojos llenos de lágrimas, cogió la maleta y se fue camino al aeropuerto.

      La llegada de su marido no fue muy cálida. En casa no había nadie, llegó antes de lo previsto, y supuso que su mujer estaría trabajando. Aprovechó para darse una ducha y deshacer la bolsa. Las horas pasaban y ella no aparecía. Se extrañó y la llamó al móvil, pero salió el contestador. Optó por descansar un rato y tumbarse en el sofá. Al despertar, comprobó el reloj del salón; marcaba las dos del mediodía. Siempre venía a comer a casa, y todavía no había vuelto. Desesperado, la volvió a llamar, sin embargo, esta vez no estaba operativo. Decidió preparar algo de comida y volverlo a intentar más tarde. Al entrar a la cocina, le sorprendió lo que encontró. Una nota:

      Óscar, siento despedirme de esta forma, pero es la mejor. Sabes de sobra que nuestro matrimonio terminó hace tiempo. Ninguno de los dos ha sabido recuperarlo, aunque yo lo he intentado varias veces, pero era cosa de dos, sola no he podido.

      No te culpo a ti, pero sí a mí por llegar hasta este punto: insatisfecha con todo y en todo. Es el momento de dar un cambio a mi vida, de conocer cosas que aún no he descubierto, de encontrar lo que me haga feliz y poder llenar este vacío que hay en mí. Cuando llegue a mi destino, me pondré en contacto contigo.

      Lamento que sea así, pero es lo mejor para los dos. Cuídate.

      Con cariño,

      Ana.

      No reaccionó. Se quedó boquiabierto sosteniendo el papel en la mano y observando alrededor. Estaba perplejo. Nunca lo habría imaginado de ella, no lo esperaba, y menos de su propia mujer.

      —¿Tal mal estábamos? ¿Por qué no hablaste conmigo antes de dejarme?

      Lanzó las preguntas al aire apartando la silla para sentarse y reflexionar sobre el asunto, pero una llamada telefónica lo interrumpió y lo apartó de los pensamientos.

      En el aeropuerto

      2

      Bajó del taxi, pagó, se apeó y cogió la maleta. «Vale, ya está, el primer paso: he llegado al aeropuerto. Ahora qué, ¿a dónde voy?», razonó nerviosa y asustada al mismo tiempo. Observó como la puerta no dejaba de dar vueltas y se adentró con rapidez para que no la golpeara. Eran las dos de la tarde y estaba abarrotado de gente yendo de un lado a otro, maletas arriba, maletas abajo; los paneles indicaban las horas de salida y llegada de los aviones con el respectivo número de vuelo, así como los destinos, algunos más frecuentes y otros tentadores, pero ninguno le llamó la atención.

      En cuestión de poco tiempo se sentía agotada, necesitaba descansar un rato. Se distrajo observando a los pasajeros y elucubrar en los destinos. Algunos viajaban solos, y lo más probable es que aterrizaran de otros países, en los cuales residían, y en vacaciones regresaban para disfrutarlas con los parientes. Las parejas podrían ser recién casadas realizando el viaje de luna de miel o alguna escapada romántica. Los hombres, vestidos con trajes impolutos, arrastraban los maletines apresurándose para no perder el vuelo. Había muchas familias enteras que viajaban, probablemente pasaban juntos las vacaciones en algún lugar turístico para distraerse y desconectar de los trabajos y disfrutar más tiempo de los hijos, ya que durante el año el horario laboral les absorbía las horas que pudiesen dedicarles.

       Después de sacar sus propias conclusiones de los viajeros, recapituló su vida en un instante. «Tuve una infancia feliz y unos padres maravillosos, para mí los mejores del mundo, aunque mi padre no pasaba mucho tiempo con nosotras. Cuando me gradué en marketing y publicidad, soñé en trabajar en una revista de moda, pero no fue así. Conocí a Óscar y, al cabo de unos años, nos casamos, pero por motivos de trabajo no pudimos viajar como lo hacían la mayoría; daba igual, nos queríamos y éramos felices. Nos gustaba estar en casa y acurrucarnos juntos cada noche, sin olvidar el momento del sofá viendo la película de las diez. Pero ahora me doy cuenta de que nunca llegamos a viajar ni una sola vez como hacen todas esas parejas. Todo llegó a ser muy monótono: los viernes por la noche cenábamos con los amigos y los fines de semana planeábamos excursiones por el campo o a la playa, dependiendo de la temporada. Algún sábado por la tarde nos íbamos de compras, bien porque necesitábamos renovar el armario o porque él quería comprarse una nueva pala de pádel para jugar con los amigos. ¡Claro! Esto eran los fines de semana, sin tener en cuenta que de lunes a viernes trabajábamos todo el día y llegar a casa suponía descansar; cada uno necesitaba su propio espacio. Sin tener en cuenta los días que él salía de viaje que, naturalmente, eran muchos al mes. ¿Cómo iba a ser feliz? Todos necesitamos más: algún aliciente, una ilusión, alguna fantasía, pero siempre era lo mismo. ¿De qué servía ahorrar si no los disfrutábamos? Nos compramos una casa pagándola a tocateja y nada más. Así fue como la chispa del amor se apagó, y sin darnos cuenta nos convertimos en compañeros de piso, dejando de sentir el uno al otro. Supongo que nos acomodamos, aunque yo hacía lo posible para no ser así, pero llegué a la desesperación. No podía aguantar más esta situación, me recreaba en mi malhumor y ansiedad. Al final, tuve que dar el paso de marcharme. No me arrepiento de la decisión, apenas sin saber a dónde voy, pero me tranquiliza saber que dispongo de mis ahorros para esta nueva etapa que, sea cual sea, me ayudará. Ser feliz es lo que deseo más en este mundo, porque no sé si lo fui alguna vez».

      Sin darse cuenta, habían transcurrido tres horas desde que tomó asiento y ya estaba hambrienta. Enseguida se levantó para dirigirse a la cafetería más cercana. Pidió una botella pequeña de agua fresca, un café con leche y un bocadillo de jamón serrano. En un santiamén se lo zampó, apenas respiró entre bocado y bocado.

      Por los altavoces anunciaron el aviso de la venta de los últimos asientos para el vuelo con destino a Milán, el cual iba a despegar en una hora. Sin dudarlo y sin pensarlo dos veces, aceleró el paso y tiró de la maleta para llegar lo antes posible al mostrador.

      —Buenas tardes, quiero un billete para Milán.

      —Buenas tardes, señora, ¿desea ida y vuelta? Serán setenta y cuatro euros.

      —No, solo ida —lo confirmó convencida.

      En su cara se dibujó una sonrisa, sus ojos almendrados se iluminaron después de un largo tiempo de tristeza. Por fin, se sentía contenta y con ganas de vivir. Su instinto le confirmaba que había sido una buena elección. Milán sería el lugar perfecto. Nunca tuvo ocasión de viajar a Italia, y ahora lo haría.

       Ana, una mujer muy sencilla, apenas se maquillaba y no estaba muy puesta al día de la moda. Cualquier pieza de ropa un poco decente le servía. Lo importante para ella era cumplir con los clientes y que ahora dejaría de hacerlo. A pesar de que su trabajo no la entusiasmaba, sabía que para vender tenía que ofrecer los mejores servicios, y esto lo tenía. Lo mismo ocurría con el buen trato hacia los compradores y empleados; era encantadora con ellos, por eso su padre la quería en la empresa, porque sabía hacerla funcionar mejor que nadie.

      Se dirigió al paso de control, y mientras que la maleta y los objetos personales ya circulaban por la cinta transportadora, ella imaginó un seguido de escenas y pensó en cómo se organizaría para esta nueva etapa, ya que un mundo nuevo la estaba esperando. Sin darse cuenta, topó con el cartel que indicaba la puerta de su vuelo. Tuvo que caminar unos minutos por aquel enorme pasillo repleto de gente, tiendas y cafeterías ocupadas por los viajeros que aprovechaban el tiempo de espera para tomarse un café.

      «¡Por fin, mi puerta!», pensó alegremente. «¡Y cuánta gente, madre mía, a ver si por ser la última no me dejan pasar! Todavía falta una hora para la salida, tendré que esperar». Se agobió al ver tanta muchedumbre. Consiguió un asiento y se relajó.

      —¿De vacaciones? —preguntó la mujer que estaba sentada a su lado.

      —Bueno, no exactamente —dudó al contestar—; es decir… Voy a pasar unos días a casa de un familiar.

      Rectificó


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