Enlazados. Rosanna Samarra Martí

Enlazados - Rosanna Samarra Martí


Скачать книгу
duele pensar que no te veré más, Celeste. Eres una mujer maravillosa, y en tan solo unas horas se ha creado un gran lazo de amistad entre las dos, más bien de amigas. Te echaré de menos. —La abrazó con fuerza, conmocionada. Tenía la sensación de conocerla de mucho antes, pero ignoró esta impresión—. Cuídate mucho y ojalá encuentres a tu hijo.

      Ana se quedó inmóvil, observando cómo esta señora se perdía al final de la calle. Probablemente no la volvería a ver, aunque no lo entendió. Estaban en la misma ciudad y debían tomar caminos diferentes, sin apenas verse para tomar un café. No le quedó claro este concepto, pero era lo que ella había decidido y lo respetaría.

      Retomó su ruta, anduvo unos veinte minutos cuando pasó por delante de un hotel. Entró, pero no tuvo suerte, estaba completo, así que, sin agobios, siguió buscando. Pensó que sería complicado encontrar alguna habitación en los hoteles céntricos y decidió adentrarse por la primera calle que vio. No tardó en ver otro hotel; tenía una placa de dos estrellas, pero la categoría era lo que menos importaba. El alojamiento era sencillo y la habitación estaba decorada con muebles antiguos de color marrón oscuro, pero tenían buen aspecto. Cerca de la ventana estaba la cama, con su mesilla de noche y un armario bastante grande para ser ocupado por un solo huésped. Disponía de un cuarto de baño pequeño, suficiente para lo que necesitaba.

      Después de haber inspeccionado su estancia, reparó en la hora, las doce la noche. El día había sido extenso y necesitaba descansar. Optó por una ducha de agua templada para relajarse y meterse en la cama. El colchón era un poco blando, sin embargo, no tuvo tiempo de entrar en detalles porque el sueño le ganó la batalla.

      Primer día en Milán

      4

      Un nuevo día amaneció. Los primeros rayos de sol traspasaban la persiana y alcanzaban el pie de la cama. Ella seguía dormida, apenas había cambiado de postura desde que se acostó. Estaba en un sueño profundo, habían pasado muchas cosas el día anterior y tenía que recuperarse.

      El reloj marcaba las diez y media de la mañana, y el calor estaba apretando más de lo normal; amenazaba un día caluroso. No tardó en despertarse. La habitación estaba en la primera planta y desde allí se escuchaba toda clase de ruidos. Se oía el murmullo de la gente paseando por las calles; el subir de persianas de las tiendas para invitar a los clientes, algunas de ellas, que eran viejas, chirriaban un poco, y las otras más modernas ascendían motorizadas sin estallar ningún ruido; los niños jugaban y correteaban mientras los padres desayunaban tranquilamente en las terrazas de las cafeterías y los milaneses, que no estaban de vacaciones, seguían con las rutinas diarias.

      Se levantó satisfecha y de buen humor. Tras haber dormido más de diez horas no recordaba si había tenido algún tipo de sueño, pensó que el subconsciente pulsó el reset. «Borrón y cuenta nueva», dedujo eufórica.

      Se puso en pie y fue directa a la ducha. Se recogió el pelo mojado con un moño bien alto y rebuscó en la maleta hasta que encontró un vestido de color gris claro con tirantes anchos; la tela era una mezcla de algodón y lino, tenía un buen escote redondo, era holgado y le llegaba a la altura de las rodillas. Le pareció que sería la pieza ideal para patear un poco la ciudad, fresco y cómodo; veraniego. Lo conjuntó con unas sandalias planas de un tono más oscuro que el vestido. Estaba perfecta. Le apeteció maquillarse un poco, como siempre: rímel, colorete y un tono rosado de labios que apenas se notaba.

      Tenía que salir a desayunar, pero pensó que primero debería colgar la ropa en el armario para que no se arrugase. No se trajo mucha cosa, aun así, era mejor guardarla porque regresaría tarde y la intención era quedarse unas cuantas noches en este hotel; se sentía cómoda y estaba cerca del centro. Y, más adelante, con tranquilidad, buscaría otro alojamiento de mejor precio para una larga temporada; una residencia o un apartamento sería lo ideal.

      Una vez lista, bajó a recepción y reservó para unos días más. Entregó las llaves y cogió un mapa turístico. Nada más pisar la calle, en su cara se trazó una gran sonrisa.

      Comprobó en el mapa la distancia que tenía hasta el centro y siguió paseando hasta adentrase en el bello barrio de Brera. Las calles conservaban un pavimento del siglo XVIII en muy buen estado. La mayoría eran peatonales, entre las cuales se encontraban innumerables terrazas de bares y restaurantes. Era una zona con clase.

      Había tantas cafeterías que no sabía en cuál desayunar y se animó en probar una cada día. La primera que decidió se situaba en la calle Monte Bello. Tenía pocas mesas y ya estaban llenas, así que creyó conveniente entrar. Nunca antes había visto una decoración con tanta vegetación; era como estar en plena naturaleza: plantas, flores, jarrones… era muy peculiar y le hizo soltar una carcajada.

      Encontró una mesa de dos sillas pegada a una de las ventanas, la única que quedaba vacía, y se sentó. Tenía claro lo que iba a pedir, y mientras esperaba que viniesen a tomarle nota, examinó el local y escuchó conversar a los clientes; la mayoría en italiano, aunque también habitaban algunos ingleses.

      —¡Buongiorno, signora! —Alegremente se le acercó el camarero. —¿Ha deciso quello che vuole? —Preparado para tomar nota, comprendió que Ana no hablaba italiano—. ¡Oh, perdone! ¿Español, inglés? —preguntó con una risita.

      —Tranquilo, no pasa nada. Español mejor. —Esbozó una sonrisa y se alivió al comprobar que el chico hablaba la misma lengua, porque no entendía el italiano—. Tomaré un capuchino y un brioche, gracias. —Sonrió—. Este sitio es muy bonito.

      —Gracias, señora. A mi madre le gustan mucho las plantas, ya ve, dice que así se siente más cerca del campo. Yo lo encuentro un poco cutre, pero… ¡qué le vamos a hacer! Ella es la que manda —explicó divertido.

      El desayuno estaba delicioso y pidió que le trajeran otro brioche. Entre bocado y sorbo de capuchino, desplegó el mapa para señalar lo que tenía previsto visitar durante el día, claro, lo haría sin prisas y disfrutando a cada paso lo que le ofreciera esta maravillosa ciudad. Con el estómago lleno y preparado para recorrer quilómetros, se acercó a la barra y pagó. El camarero le deseó un buen día con una enorme sonrisa y ella, feliz, se despidió.

      Anduvo por las calles de Brera fijándose en las indicaciones de muchas cosas por visitar, pero lo dejaría para otro día porque lo tenía cerca. Así que siguió andando hasta llegar a la calle Montenapoleone, el barrio de la moda, el corazón del Milán elegante, que también lo formaban la calle Manzoni, la calle Sant’Andrea y la Della Spiga. Las cuatro eran ocupadas por las tiendas de los diseñadores de moda más famosos del mundo: Dolce & Gabanna, Giorgio Armani… «Miedo me da asomarme al escaparate por si me cobran por mirar, vete a saber…; estos precios son incalculables para mí», sonó en su mente.

      Por esta zona también se indicaban palacios y museos para visitar. Desde la cafetería hasta las tiendas de moda había visto muchos letreros de monumentos, jardines, plazas, galerías, entre otros. Milán tenía mucho que ver, y ella todo el tiempo para visitarla sin pasar desapercibido ningún rincón de la maravillosa ciudad.

      Le llevó un buen rato pasear por esas calles y curioseando a las personas que entraban y salían de las tiendas de alta costura. Mujeres muy sofisticadas llevaban bolsas de dichas marcas, llegando a la conclusión de que eran las esposas de maridos adinerados, jefes de prestigiosas empresas, cuyas mujeres se permitían caprichos lujosos. Continuó la marcha a la vez que se giró para observar a una de esas señoras, con tanta mala suerte que, al darse la vuelta, chocó con una chica.

      —¡Joder! ¿No sabe mirar? ¡Me lo ha tirado todo! —exclamó en italiano, furiosa.

      —Lo siento, yo… estaba distraída —titubeó nerviosa. Era una chica muy guapa, parecía modelo: alta, cintura delgada; ojos grandes y labios carnosos; una gran melena morena… cumplía con el canon de belleza.

      —¿Española? Disculpe, siento haberle gritado, llevo trajes para un desfile y me he puesto nerviosa al verlos por el suelo —dijo más calmada, chapurreando el español para hacerse entender.

      —No


Скачать книгу