Almácigo. Gabriela Mistral
digo de ser indio
y de saberla entera.
Las que se llaman Madres
dicen están en ella:
está la Madre Fuego,
Madre Agua y Madre Ceiba.
Le lavó el río Amazonas
el cuerpo sangriento
y le secaron las ramas
los doce vientos.
A ninguno se dio.
Por virgen se la queman.
Al indio se le da
la dura que es la tierna.
Está lo que es mejor
que hombre y luz en ella,
están tantos misterios
que en noches espejea.
A ver si se la entienden
y a ver si me la dejan.
El blanco no merece
su techo de tristeza.
Si viene por el río,
mejor que se devuelva.
Las bestias que ella cría,
sus troncos aprietan
y el indio a quien la dieron,
si la ha de dar, la quema.
La selva que caminan
es cosa verdadera
con hálitos oscuros
se borra cuando llegan
o muda, y ellos siempre
se buscarán la selva.
Los blancos toma-todo,
que dejen la selva.
Cuando se acabe el indio,
al que la dieron, vuelvan.
Siesta en el trópico
A esta hora de sol sobre el Trópico
huelen fuerte cafeto y caña.
Tanto es el azul que no hay otra cosa,
tanto el mundo que, ¿para qué el alma?
El cafetal florido en lomas
llega a criaturas y casas.
E irrita de densa y molida
muriendo en las muelas, la caña.
Hay que hacer los cantos de aquí,
los de ultramar se desmigajan
con este azul y esta fragancia.
Hay que entender negros de zumo
y olvidarse robles por palmas
y hay que llevar, cuerpo del Sur,
la blusa del cafeto, blanca
y caminar grave y ligero:
cual camina quieta, la palma.
Valle nuestro
En el Valle que llaman Elqui
pastoreados por montañas
y llevados por el río
de la mañana al crepúsculo,
juntos se siembra y se riega,
mano a mano se vendimia
en corro se canta o llora
y juntos se nace, vive y muere.
El hambre de vernos en corro unos
como el pedúnculo y la hoja,
viene, se allega y se arrepiente
como ladrón o fascineroso.
Y va el pan de mano en mano
en paloma amaestrada
y en Santo Espíritu baja
cuando es la hora sobre todos.
Y la Muerte, de vernos unos
y con los ojos en los ojos
a veces toma y suelta nuestros brazos.
Juntos son los bautizos
y las bodas y los natalicios,
y el atajar al río lobo
y al rodado de la piedra.
Con pocos nombres nos llamamos,
dos o tres sangres nos riegan
y los gestos y los ademanes
son iguales de rostro a rostro
y las higueras gesticulantes
y las vides bailadoras.
Y al dejar el Valle
y al bajar los cerros
con los dientes apretados
y la extrañeza y el estupor en los ojos,
nos aprendemos la agriura
del pan y el vino de cada uno,
las puertas duras de cerrojos,
el toma y daca de la costa,
los nombres duros a la lengua,
el ceño de hiel oscura,
la lengua de piedra majada,
el Dios oblicuo
y el mar que aúlla.
Amor
Junto a una fuente
Junto a una fuente de agua estremecida
y esbelto surtidor nos detuvimos
y el corazón más fuerte lo sentimos
que el fulgor del cristal en la caída.
En un remanso el agua viva unía
por un juego de luz nuestras cabezas,
y era una quemadura la terneza
y el callar parecía una agonía.
Y cuando tú me hablaste la blancura
de una muerte subió hasta mi semblante
y rompí en llanto como de locura.
Porque tú me dijiste que me amabas
junto a los surtidores de una fuente
que como un pecho se despedazaba.
¿Dónde cantan Juana y María?
¿Dónde cantan Juana y María
cortando papaya y granada
y regresan atardeciendo
de racimos embalsamadas?
¿Por qué fue que olvidaron mi nombre
las que conmigo a la tarde cantaban
si soy la misma que les contara
todas las fábulas, todas las fábulas?
¿Por qué de mí ya no se acuerdan
en la pela y en la cosecha,
en la oración de la mañana?
Voy a volver y a volver
cualquier mañana cualquier día
por devolver lo que me disteis:
el amor de la tierra,
el