Almácigo. Gabriela Mistral

Almácigo - Gabriela Mistral


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pura que los días en tu suelo,

      y te lo diremos todo, tocándote la cara,

      tañéndote los oídos,

      echados sobre tu cuerpo y tu calor por que no tiritemos

      y diciéndote mezclados la desventura con el agradecimiento.

      Si tú oyes con tus oídos maravillosos

      que chuparon las hablas de los cinco pueblos,

      caminando tus pies, tocando tu aliento

      exprimiendo tus manos.

      Porque vinimos en tropel de ciervos

      arrancados de tu nombre, no del viento,

      y en tus piedras caídos como trigo,

      colombianos y ecuatorianos requemados,

      aimaraes corredores y alácritos chilenos.

      Cuando quieren juntarnos solo nos dicen tu nombre

      y saltan de tu frente las tres sílabas

      y bajamos según las aguas bajan

      a lecho o valle de convocamiento,

      sea que asemos liebre o corderillo

      o tejamos danza o que durmamos

      con la mujer el aliento en el aliento:

      así de bien sabemos que somos cabellos de tu frente,

      progenie tuya somos, río que riega el futuro,

      y se alzan las palmeras, se asoman los metales,

      y retumban las cascadas compás de cumplimiento

      viendo que en nosotros vuelves a estar vivo

      y que tu corazón está en el nuestro

      y un solo pulso bate tu progenie.

      Niño leñador y hombre leñador,

      cuya hacha el bosque abatía,

      y tumbaba corazones

      de cantera y de insanía.

      Ojos que vieron su muerte,

      boca que se la bebía,

      cara bajada de Cristo

      en huerto de las Olivas.

      Carne descalza de Illinois

      sin queja y sin acedía,

      agujereada en el cuello

      con plomo que a Dios hería,

      vuelve el tiempo de tu brazo alto

      y de tu hacha azul y fría.

      Te llega, otra vez, el turno,

      cazador de montería,

      la Tarasca y la Gorgona

      y el dragón de hedionda encía.

      Vieja demencia pagana

      buscando de puerta en puerta

      mujer y niño de cría,

      y otra vez es necesario

      salgamos de cacería.

      Álzate como de niño,

      sin duda y sin acedía.

      Estrega tus ojos, tira el sueño,

      corta tu noche, acepta el día

      y descuelga de la cabaña

      el hacha de luz baldía.

      Tu cuerpo no se ha podrido

      en tanto suelo y tanto día,

      asfixiador de la bestia,

      sequoia cáscara bravía.

      Los hombros se te enderezan,

      no das la cara sin sangre

      y otra vez cantan tus venas

      en coro de canturía.

      Hueles al aire del Este

      tropel de la fechoría.

      Oyes a Seth y Abel que corren

      la Tierra morada e impía

      y en la cabaña de pino

      bajas el hacha azul y fría.

      En el nombre de Dios Padre

      que hizo a Miguel y hace al Día,

      salta ya como el delfín

      del mar de nuestra acedía,

      o como salta la sequoia

      acercando la lejanía.

      Ven a nosotros, el Padre,

      sube por nuestra letanía,

      que iremos detrás de ti,

      rocío de cenit, sol de cristianía.

      Carne descalza de Illinois

      sin queja y sin acedía:

      vuelve el tiempo del brazo en alto

      y del hacha azulada y fría.

      Álzate como de niño,

      carne sin apostasía.

      Estrega tus ojos, tira tu sueño,

      descuelga el hacha de la alquería.

      Tu cuerpo no se ha podrido,

      halcón blanco de cetrería,

      en tu sepultura bravía.

      Te llega de nuevo el turno,

      leñador de la alquería.

      La fiera baja sobre el valle,

      la mujer y el niño de cría.

      Y otra vez es necesaria

      el hacha, el salto y montería.

      Ojos tristes que vieron

      su muerte y boca que la bebía,

      Padre Lincoln, cara de piedra

      que como Cristo su fin sabía.

      Niño leñador, y hombre leñador

      cuya hacha el árbol abatía,

      y abatía los corazones

      de cantera e insanía.

      Estira tus ojos, avienta el sueño,

      licencia la noche y acepta el día.

      Carne descalza de Illinois

      quemada de nieve fría.

      Todavía es tiempo del brazo

      en alto y el hacha fría,

      porque regresan los tiempos

      de impiedad y la agonía.

      Álzate como de niño

      a la claridad de este día.

      Estrega tus ojos, tira tu sueño,

      descuelga el hacha que dormía.

      Te llega de nuevo el turno

      varón de labranza y de montería

      baja al valle y a las puertas,

      la mujer y el niño de cría,

      la Tarasca y la Gorgona,

      el dragón de la roja encía

      y otra vez es necesario

      el salto, el grito,


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