Almácigo. Gabriela Mistral
demencia, herejía.
Tu cuerpo no se ha podrido
en tanto y tanto día,
asfixiador de la bestia,
sequoia cáscara bravía,
los hombros se te enderezan,
y cantan tus dos mil venas,
como mozos de canturía.
Hueles al aire del Este
con olor de sangre y fechoría,
oyes a Seth y Abel que corren
la Tierra morada-sombría
y en la cabaña de tu padre
coges el hacha que dormía
y se van a ti los ojos
como a halcón de cetrería.
En el nombre del Dios Padre
que manda al Ángel y al Guía,
salta como el delfín
cuando salta en la lejanía.
Ven a nosotros, el Padre,
sube por nuestra letanía,
que iremos detrás de ti
por cerro y por pradería.
Piedra con rocío
La tierra es dura, mala y terca
y en esa Valkiria nacimos
y en este casco nos criaron
y de este gran dolor venimos.
Pero en el filo de la medianoche,
cuando no vemos, cae el rocío,
y hay techos, muros y puertas,
pero en nosotros cae el más fino,
baja el niño que es sin pisada
y que se parece a Jesucristo.
Cae al pecho de los mineros,
y de pescadores curtidos.
Cae a sienes de ebrios y crueles
y a la boca del forajido,
cae a mejillas de mujeres
y uno por uno, a niño y niño.
Herencia llevo de mi madre
y la abuela de mi destino:
en unas gotas, en una hebra
que cae y cae y es de rocío.
Cae a mi lengua y a mi entraña
y a voz y boca con que lo digo.
En la piedra nos criamos,
piedra tenemos, piedra tuvimos.
La padecemos y la llevamos,
la mordemos y la partimos.
Pero os cuento, gente del mar
y de los llanos de dulces limos,
cae rocío sobre nosotros
que despiertos o que dormidos,
cae más tierno sobre el mar duro
y cae ingenuo sobre el temido.
Cae de nuestra alegría
y a veces de nuestro gemido
y de nuestra oración cae,
y de las puertas que abrimos,
cae de las frases que hemos dicho,
y las uvas que exprimimos.
En el arca de piedra de Chile
como es tan dura, dulce es el rocío.
Lo que es tierno aquí es más tierno,
lo verdeante y lo blanquecino,
la avena, la leche, la fruta,
el álamo, la fruta, los niños.
En la vaina de piedra negra,
piedra azul y peñasco cetrino,
cae en el alba que es encubierta,
y en la noche por no ser visto,
cae dulce y secreto el rocío,
él cae a nosotros mismos,
sube del agua salobérrima
que mentamos Mar Pacífico.
Rocío, hermano, veraz rocío,
en la sangre y en la leche
de hombre y mujer allí nacido,
rocío que empapa vaina de piedra,
lonja de piedra, raza de piedra,
gota de hoy, gota de siempre,
gracia del alba sobre nosotros
y de Nuestro Señor Jesucristo.
Ríos de América
Ríos de América corren mi cara,
eran mi sangre y son mi sangre,
el Magdalena, el Aconcagua,
Maullín y Usumacinta,
signo y seña de mis entrañas.
Mares ajenos, ríos extraños,
los navegué vuelta fantasma.
Aguas de América llevan mi cara,
llevan mi cuerpo, llevan mis miembros,
llevan deshecha mi garganta.
Aguas inmensas y aguas vanas,
dulces aguas sacerdotales,
aguas que quieren demorarse
pero corren a su nirvana.
Al mentarlas huello sus limos
y oigo el grito de una piragua.
Unos son sangres adolescentes,
otros son sangres amoratadas;
los hay de leche demetérica
o sin color como palabras.
Cuando las vuelvo a ver les grito
como a mi madre resucitada.
A sus orillas los oigo y me oigo.
Viejos amantes que otra vez hablan
y cruzan rápidos peces-quetzales,
deshacen y hácense algas trenzadas.
Cuando aparecen los reconocen
y saltan de ellos mis entrañas.
Brujas aguas que corren lentas, lentas
aunque vayan arrebatadas,
grandes, calladas y fatales
y secretas y reveladas.
Aguas de América, cuerpo de dioses
que pasaron y que no pasan.
Selva
La selva está naciendo
por más que es eterna.
Nunca se acabará
bulto que llaman selva.
Está como parada
y con la frente vuela.
Es de nadie o del indio,
la mala y santa selva.
Es verde, negra y verde
y sin