Almácigo. Gabriela Mistral
todo el tendal de fruta
se va rodando sin sentido.
La granja va deslizando
en arenas sin sentido
y nosotros también resbalamos,
bulto mío, fruto querido.
Dice una puerta
Lucía ya no abre nunca
las mitades de su puerta,
ni sus escaleras baja
en cascadas de aguas sueltas.
Del reino que ella tenía
ya no habla ni se acuerda
o, acordándose, ha quedado
entrabada como las hiedras.
Será tan otra así tendida,
así callada, así secreta,
de la venada salta jarales
y la gaviota gritos de fiesta.
Estará blanca de no ver
todas las cosas que son violentas,
de no cruzar otoños rojos
ni enderezar jarras de greda.
Se irá olvidando, si se alza,
del cogollo de su cabeza,
de sus hombros como laureles,
de su alzada de madre cierva.
Igual que el agua de las manos
se le irá yendo nuestra tierra:
laderas lentas, serranías
y el clamor de la torrentera.
No sabrá ahora los solsticios
ni el antojo de las estrellas:
dónde Géminis, dónde el Boyero,
cuándo los fuegos de Casiopea.
Será otra vez recién nacida
al ascender las escaleras
y volveremos a ser sus ayas
y sus madrinas cuéntale y cuéntale.
Sus vendimias no vendimiadas,
las avenidas, la gran seca,
las islas nuevas del viejo río,
la herida calva de la selva.
- Yo, su brocal donde bebía.
- Yo, su patio con una ceiba.
- Yo, piedra-laja de sus umbrales.
- Yo, el resplandor de la azotea.
Y la que el bulto le medía
y atrapaba su cabellera.
- Yo, la nuez vana que la guardaba.
- Yo, vaina oscura de su puerta.
Fábula
Hace cuarenta y cinco años
y parece fábula mía,
que me dieron cuello de cierva,
también sienes, también mejillas.
Y hace el mismo torzal de años
yo era un vagido que tenía
cabellos de aire, mirada de agua
y andar que andar no parecía.
Me regalaron suelo y aire,
las estaciones y los días,
hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría…
Rama del árbol del recuerdo,
verdi-oscura como la oliva:
volteada parece plata
y en la quietud es tan sombría.
Cuéntame tú, la contadora
que juegas a imaginerías
esta historia que es una fábula
con aleluyas y agonías.
Hace tanto que no me acuerdo
y tan poco que bien podría,
me lo digo por entenderlo
y se me vuelve un cuento mío.
Ganas tengo de hablar
Ganas tengo de hablar
a quien pasa y me mira,
hablarles de mi hijo,
contarles maravilla,
regalarles su nombre,
soltarles mi alegría.
No quiero hablar del tiempo
ni cosecha perdida,
ni oír lo del granizo
ni saber de sequías.
Dicen que ando embobada
y vivo distraída,
al higo dejo cáscara
al pan le dejo miga.
Pero cojo la fruta
y en la fruta él me mira
y en lo negro del vino
él me mira y me guiña.
Si soltases un grito
yo me despertaría.
Y los que van pasando
me entienden agonías:
desvarío de mi hijo,
vaivén de mis rodillas.
Oigan hablar y paren
el hacha y la cuchilla,
el pico con que muelen,
la rueda con que afilan.
Sepan lo que no tengo
lo que yo me tenía.
La canción
A mitad del alma y el cuerpo
era ella como un hervor,
como un grande desasosiego
y de pronto como estupor.
Un airecillo que se venía
sobre la frente sin sudor
cuando no había afán y estaba
como alto y ajeno el corazón.
Y era cuando me estaba pura
y sin el plomo del dolor
un arder como del granado
y cierto asombro en el ardor.
A veces era como un agua
en torno a la isla que ciñó;
quería tenerme como un amo
y yo estorbaba su ambición.
Talvez vine para ser suya.
Creí que para la pasión.
Amasando el pan y regando el surco
yo me distraje de su amor.
La Llama I
Con mis