Almácigo. Gabriela Mistral

Almácigo - Gabriela Mistral


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estado en sepulcros

      y volver entera.

      Estoy como muy anciana

      quedando tierna.

      El cuerpo como manojo

      de lilas me tiembla.

      Tenía olvidado el sol

      con el que el mundo juega.

      Solté el mundo como loca

      a las bestezuelas.

      El corazón y los pulsos

      baten y resuenan

      y en mí un cántico se canta

      que vele o que duerma.

      Es un llevar sin despojo

      azucena abierta

      y como si de mí misma

      los soles subieran.

      Como ser dueña de todo

      quedándome sierva

      y dejar fruta y condumio

      de no estar hambrienta,

      haciendo de sol a sol

      la misma cosecha.

      Hace años que cruzo el mar

      y que he perdido tierra verde.

      El sabor de la costa es de leche

      y el sabor de la barca, de sal.

      Regalos que las costas dan,

      frutos y harinas inocentes,

      rezuman leche, gotean leche

      pero en el mar comemos sal.

      Oficio dulce de adorar,

      oraciones que de allá vienen

      confiesan valles que son de leche,

      y mi oración se me hizo sal.

      Treinta años han pasado, verano.

      Pasaron como un sueño, como un sueño,

      leves, callados.

      Y solo en esta tarde melancólica

      cuando mi mano he alzado

      los siento vueltos dejadez

      sobre mi mano.

      Como las nubes sobre mi semblante

      que pasan sin tocarlo

      yo los creía. Pero he aquí: mi sangre

      dulces volcaron.

      Y solo en esta tarde sé que suaves

      me han magullado

      por esta dejadez de rama herida

      que hay en mi mano.

      Exprimiré los frutos de la tierra

      con pulso manso;

      levantaré mi copa de agua clara

      con algo lánguido.

      Dirán ahora mis pequeñas niñas:

      dulce es su abrazo

      y se va a abrir de dulzura

      la vena henchida.

      Callado como el peso de las nubes

      es el morir hermanos.

      Pesa ahora menos que una rosa, hermanos,

      amor sobre mi mano.

      Rosales entregad lento el perfume.

      Son leves los treinta años:

      me rindo del olor de una azucena

      y me muero del nardo.

      Mundo que yo bebía por la copa

      abierta de mis labios,

      haceos pequeñito como un hijo

      que he juntado los párpados.

      Penetrareis ahora hasta mi alma

      como un hilo delgado

      de color: se me rinde de dulzura

      el pecho lánguido.

      América

      Cinco somos nosotras y de cinco

      Patrias, y juntas hoy por acordarnos

      en la pera, en la aloja y el zapote,

      y mandioca junto a pan amasado.

      Y las cinco van a ser una sola

      y nos juntamos por apresurarlo.

      Para nombrarlas nos hacemos citas

      a hurtadillas de tierra y aire extraños.

      Como el llama, el guanaco y la vicuña,

      repastan juntos como enamorados

      ataremos los pulsos a la luz

      en granos de mazorca apretujados

      comiendo con el cuerpo y con el alma

      el gozo de ser fieles y hermanadas.

      I

      Al abra de las mil columnas,

      a la escalera de mil pisadas,

      ya voy llegando y camino

      desde los días de mi infancia.

      ¿En dónde están que no los oigo

      y que los veo solo con mi alma?

      Caminé niña, caminé moza.

      Toda mi memoria es marcha,

      marcha el ritmo de los brazos

      de las rodillas y las palabras,

      marcha el habla y el aliento

      y marchas mis sienes blancas.

      Pasé las patrias del pino,

      alerces y araucarias,

      el reino denso del caucho

      y el abrasado de la naranja,

      después se me vino el quebracho,

      ahora la milpa empenachada.

      ¿Dónde están los que daban voces

      y me trajeron como en andas?

      II

      Al abra de las columnas

      a la escalera labrada,

      a la casa de las Vírgenes

      llegué con las sienes blancas

      rastreando y deletreando

      en cal y creta pálidas.

      Preguntando al viejo mar,

      después al polvo, a las nubes

      y al viento Quetzalcoatl.

      ¿a dónde ellos se fueron,

      a dónde están o no están?

      Desde la primera infancia

      caminé con amor y ansia

      y he llegado a templo y patria

      para aprender que no están.

      Dicen que al Sur y que al Este.

      Lo balbucean, lo apuntan,


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