Almácigo. Gabriela Mistral

Almácigo - Gabriela Mistral


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come vampiros

      y el curare que da mudez.

      O será que cruzó dormido

      por la tierra en que sangra Abel,

      sin aprenderse el mal amigo,

      sin entender a la mujer,

      en su propio éxtasis dormido

      como el rubí y el esparvel

      ya que sus ojos entornados

      miraban sin mirarnos bien.

      Caminando encontró a los hombres,

      halló a Poe y amó a Verlaine;

      en las Indias su Ramayana

      y en las Chinas su Lao-Tsé.

      A pesar de la Tierra andada,

      del mal alcohol y el mal placer,

      de los latinos que se supo

      y de los griegos y maya quichés,

      vivió niño y se murió niño

      y en los cielos niño es también.

      A pesar de los panes ácimos

      y la ceniza del mantel

      vivió del tuétano de oro

      del mundo, y la Excelencia fue

      y la Nobleza, su costumbre,

      y su hallada Jerusalén.

      Cuando la luz en Nicaragua

      llueve gracia como en Belén,

      es el trópico de la América,

      El País del Hombre Rubén.

      Cielo mejor que el de Caldea,

      la Osa líquida de beber;

      la piña con la poma-rosa

      al ciervo hacen desvanecer.

      y la tierra ignora la muerte

      como los limos del Edén,

      y sabemos entonces que era

      El Hombre Rubén.

      Él dormía bajo mi techo

      en los soles de la niñez.

      Yo de niña mondé cantando

      su ananá y su maguey

      y serví al dios que era de carne,

      sabiéndolo el gozo y sin saber.

      Y después de haberlo tenido

      mano a mano, sien en la sien,

      el mundo era rico como el arca,

      o es pobre reino sin su Rey.

      Se murió cansado de rutas

      provechosas y vanas,

      de haber cantado abajo todo,

      sin reinar como Apolo,

      sin coronarse del Ahora

      porque le dieron los Después.

      En mis hijos suelo palpar

      ardor secreto de su piel;

      en mis nietos suele mirarme

      con su mirada de hidromiel.

      Y si la estrofa es la del coro

      y si tenemos de volver,

      en el fulgor de Nicaragua

      otra vez sea lo que fue.

      Y yo florezca de bugambilias

      las rodillas de mi Rubén

      y nazcamos del mismo vientre

      que me hizo a mí, que lo hizo a él.

      I

      Por tus cumbres van los caminos

      en las señales olvidadas.

      Va el camino sacro del Inca

      y las vicuñas bolivianas.

      Por los valles que no los busquen,

      por los bajíos no los hallan.

      Van por la línea del sol blanco

      los caminos de nuestra raza.

      Subiremos por fin un día

      en un tropel blanco de llamas

      e iremos de Ancud a Orinoco

      y de Aconcagua a Santa Marta.

      Patrias andinas del silencio

      fiel y delicada Patria.

      Son torrentes y torrenteras

      y son glaciares y avalanchas

      pero en lo alto está el silencio

      riguroso como la espada.

      Cordillera, duro secreto,

      intacto enigma, entera hazaña

      que al quechua echaba de rodillas

      y a la quena soplaba el alma,

      iremos a donde tú quieres,

      callaremos diez mil mañanas,

      seremos como musgo y liquen

      aferrados a tu peana

      hasta que caiga tu secreto

      a nuestra lengua atribulada.

      Cordillera horadada como

      terrible reino subterráneo

      que a veces como padre llama.

      Granada de hierro y de cobre

      que talvez guardas nuestras almas,

      si sobre el sol no están mis muertos,

      guárdalos tú, divina cápsula,

      callado puño de metales,

      guárdamelos, terca y callada.

      II

      Cordillera de los Andes,

      madre mía, madre lejana

      más allá de mares atlánticos,

      más allá de las muchas aguas,

      que no se logró con los brazos

      con el Amor ni con la Esperanza.

      Tan lejana que ya se vuelve

      la carne y bulto del fantasma.

      Madre con lomos y regazos

      y sin pestañas y sin cara,

      corazón sacro y recóndito

      que sin semblante nos mirara,

      angustiada Madre sin brazos,

      extraña Madre sin palabra,

      perdidamente te adoramos,

      perdidamente, la Adorada,

      persiguiéndote en peñascales

      y en las faldas, brazos y cara.

      Cordillera de los Andes,

      más leal que Vías Lácteas,

      oleaje de Eternidades,

      guárdanos al Adán pálido y rojo,

      guarda la carne americana

      despeñada de tus costados

      y desgajada de tus faldas.

      No salí de tus laberintos.

      No


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