Almácigo. Gabriela Mistral
mis pulsos llenos de sangre,
cuido la llama, celo la llama.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse, y viene mi alma.
Salta lo mismo que el cabrito
o la liebre, entre mis palmas
y juega doscientos juegos
y me alegran sus lanzadas.
Es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
Vestida, no voy vestida
de algodón, de lino o lana.
Desde el día en que nací
me arroparon en esta llama.
Estoy herida y estoy ciega
y a cortar pinos no salgo.
No resbale, no se me muera
mientras me duren las manos.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas pasen por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en este lugar donde estamos.
Nada me den ni me traigan.
No le echen leña de pino.
No me hagan volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella,
pavesa negra y copo blanco.
Olvídenme a mí con ella.
Pase quien pase de largo.
Dénme por ida o por muerta
y no me alarguen las manos.
Me importa solo esta llama
y en ella me roban y matan.
La Llama II
Con estas pobres manos de carne
cuido la llama, celo la llama.
Ella no me deja danzar,
tampoco me deja morir
llama sierva y llama tirana.
La bestia no salte sobre ella.
Las ráfagas corran por lo alto
y no caiga lluvia ni nieve
en la mujer y en su llama.
No me pasen leños de pino,
no me ayuden ni me distraigan.
No me silben los que pasan
por hacerme volver la cara.
Déjenmela hasta que caiga
rota ella y roto mi brazo,
calcinada junto con ella:
pavesa negra con copo blanco.
Olvídenme con mi llama.
Pase quien pase de largo.
Denme por ida o por muerta
pero ahórrenme su abrazo.
Me importa solo una llama.
En ella me roban y hieren
y solo en ella me matan.
La llama, bajo mis manos
y contra mi cara, la llama
y su aceite sobre mi pecho
y el nidal de oro de la llama.
La Llama III
Con mis pobres manos de carne
y los pulsos que me golpean
cuido la llama que en una noche
me dieron para salvarme.
Los treinta vientos, las bestias
y los que pasan me la golpean.
Yo no quiero que se me muera.
En noche tan ciega no puedo
ir adonde salta la hoguera.
La bestia no me salte sobre ella.
Las ráfagas tengan piedad
y el leño corto me dure.
A mis palmas viene la sangre
a calentarse y viene mi alma.
No corten ahora mi brazo.
Azafrán y morada,
es mejor que toda flor
y toda fruta y todo amante.
No cuido ahora el pan de mi boca
ni lechón de mi bocado,
como esta llama, mi llama.
Si lo demás lo entregué
nada me den. No me distraigan,
no me hagan volver
las pobres manos guardianas.
Hermana de todo, hermana,
me ha vestido y me viste, la llama.
Ladrón de noche, bestia de día,
a la mujer dejen la llama.
Yo no soplé sobre las llamas,
no las cogí, no las maté.
Déjenmela hasta que caiga
rota con ella y cortada
con ella y calcinada de ella.
Mi hambre y mi sed
y mi ración en la tierra.
Me salta como un cabrito
o la liebre entre las palmas.
Juega doscientos juegos
y me mata con sus lanzadas
todo dolor, la linda llama.
Olvídenme a mí con ella.
Pasen sin parar ni vernos.
Dénme por ida o por muerta.
No me importa sino esta llama,
solo en ella a mí roban
y me hieren o me matan.
Mi llama, bajo las manos
y sobre mi falda y mi cara.
La palabra
Desdeñarás tu habla que nunca te ha aplacado;
no amarás como un hijo el canto que entregaste.
En cada uno de ellos, hombre, te traicionaste,
entregando un mensaje que no era el esperado.
Mejor expresa el alma del granado su fruta,
su fruta de frenesí; mejor la pluma azafranada
del faisán rojo, diez Persias desesperadas,
y mejor dice el polvo la gran sed de la ruta.
Hiciste tu palabra con tu carne más roja
y te dolió arrancar la almendra ensangrentada,
como vaciar la médula de los huesos volteada.
Pero fuera de ti tu canción fue tu mofa.
No tiembla como tiembla tu boca con jadeo
y no entrega la rima tu entrechocar de dientes.
Se muere el canto como