Almácigo. Gabriela Mistral

Almácigo - Gabriela Mistral


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cosecha de la muerte

      sin que su carne las padeciera

      y la dicha me han velado

      como quien cobra llama violenta.

      No quiero más preguntarles

      antes de entrar, desde afuera

      y helar mi mano en la llave

      y oír mi sangre que galopa

      y entrar con la risa rota

      y morir un poco en mi puerta.

      Llaman a la muerte última,

      la llaman, como a ellas, Puerta.

      Poco la vida mía ha sido,

      solo temblor sobre una puerta

      solo temblor cuando se acerca

      y pedirles cuando llego

      piedad aunque sean mis siervas.

      Mi muerte no será mi muerte

      sino la muerte de mis puertas,

      de las dos mil a que llamé:

      las rojas, las grises, las negras.

      Qué pedrada o qué aletazo,

      qué ardor y santa violencia

      mis rodillas, mis coyunturas

      y mi sangre contra una puerta

      una caída detrás de mí,

      unas cáscaras rotas y abiertas

      cincuenta años de agonía

      contra la bruma de las puertas.

      Regreso desde una patria

      que ninguno cuenta

      y traigo mi rescatada

      e íntegra cosecha.

      Mi corazón y mis pulsos

      en arroyos suenan.

      Y suena cántico en mí

      que sigue y no cesa.

      Mi cuerpo como el manojo

      de las lilas tiembla

      con un temblor que no tuve

      en campos ni fiestas.

      Me habían cortado voz,

      ánima y potencias

      como cortan en mujer

      dormida las trenzas.

      Estoy como muy anciana

      y como muy tierna.

      La misma cosa reír

      que llorar me cuesta.

      Me habían alzado y traído

      mis hermanas muertas,

      mujeres del Valle de Elqui

      que en lo Eterno juegan,

      bailarían sobre mí

      sus sayas eternas.

      Es un tener azucenas

      en la entraña abierta,

      como si el sol y los soles

      desde mí subieran.

      Como ser dueño de todo

      quedándome sierva,

      y no comer ni beber

      de no estar hambrienta.

      Yo caí a golpe de azada

      con mi madre muerta.

      Se desmoronó mi carne

      con la carne de ella.

      En dos platillos bajaron

      nuestras dos cabezas,

      como granada y granada

      que sorbe la tierra.

      Tengo de la lucha oscura

      dentro de una huesa,

      como tajeada mi cara

      por ruedas y muelas.

      Me regresan en tropel,

      al pecho me llegan,

      mis gentes que de una por una

      cayeron en tierra.

      Ya nunca más somos dos,

      que aquélla y que ésta;

      y juntas corremos en aguas

      soltadas de presa.

      Maravilla que no saben,

      navidad tremenda:

      haber estado en sepulcros

      y volver entera.

      Tenía olvidado el sol

      en que el mundo juega,

      aire y sol había dado

      a las bestezuelas.

      Lloraría quien pudiese

      mirar, quién regresa,

      encuentra viva a su madre

      y a su lado acuéstase.

      Parece que me cortaron

      mortaja, maderas,

      y que midieron los palmos

      que mi cuerpo entrega

      y tuve en mi pecho

      sílice y arenas.

      Yo regreso de una patria

      que ninguno cuenta

      y vuelvo conmigo y vuelvo

      con mi gente muerta.

      Y un tropel me regresa

      y al pecho me llega

      cuanto yo había dejado

      caer en la Tierra.

      Se varea las manzanas,

      se corta la fresa

      y hallo flor de San Juan

      ardiendo en las cuestas.

      Yo caí al golpe de azada

      de mis gentes muertas.

      Desmoronaron sus carnes

      y rodé con ellas.

      Como Jacob en la noche,

      luché por ellas,

      luché con demiurgo o ángel

      y gané la lucha.

      Tengo de la oscura brega

      adentro de sus huesas,

      mi cara como tajeada

      en ruedas de muelas.

      El rostro con que regreso

      brilla y espejea;

      hay un sol en mis entrañas

      que nunca se acuesta.

      Me salvarían beguinas

      que temblando rezan

      una secuencia no oída

      en hora secreta.

      Miro mi cuerpo, extrañada

      de volver entera;

      parezco la flecha huida

      que viene devuelta.

      Maravilla no sabia,

      navidad


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