Almácigo. Gabriela Mistral

Almácigo - Gabriela Mistral


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de tu entraña torcida de deseo.

      Me voy como en secreto,

      cuerpo y alma a buscar

      de la mujer de la proa,

      la regalada al mar.

      La hija del océano

      mi lecho va a tomar.

      La mujer vagabunda

      toma la tempestad.

      La mujer de la proa

      todo su mar me da.

      Le dejo yo mi lecho

      las naranjas y el pan.

      Ella el viento, el sargazo,

      las espumas, la sal.

      Las dos nos conocemos

      de diez siglos y más.

      Mudamos el destino

      trocamos el afán.

      Ella toma mi sueño

      yo le recibo el mar.

      Toda la noche larga

      tengo lo que me dan.

      Las olas, como Antígona

      me enseñan a ulular.

      El mar me enseña dobles

      muerte y eternidad.

      Mitad mi cuerpo es ola,

      Vía Láctea mitad,

      mitad carne es estruendo,

      media carne es coral,

      el cielo es un besarme

      y el agua un me entregar.

      La que en mi lecho duerme

      sueña tierra y casal.

      Mi almohada le da patria

      y madre y cristiandad.

      Cuando el alba se venga

      volveremos a estar

      mi hermana aquí en la proa

      y yo en el navegar.

      Marinos, cuerda y mástil

      ni saben ni sabrán

      y al cerrarse la noche

      lo que ha sido será.

      Ella en la proa dura

      cuando se vuelve al mar

      trae en la boca leche

      y en las rodillas paz.

      Yo ando con extrañeza

      de marcha y de cantar

      pesada como de algas

      de pulpo y ceguedad.

      Mis amigos no saben

      lo que se sabe el mar.

      Cuarenta noches negras

      velé desnuda el mar.

      Aguardando estoy una muerte

      sin sopor y sin azoro,

      una muerte como nodriza

      y también como camarada.

      Hablaremos mano en la mano

      mirándonos como aliadas.

      Le daré por gusto mi alma.

      Ella anda como las olas

      este mundo que ando sonámbula.

      Me la hallaré mitad del mar

      o vendrá recta hacia mi casa,

      me dirá día, me dirá trance,

      me contará camino y patria.

      Le aprenderé gesto y manera:

      me aprenderá en la carne el alma,

      le pediré que se haga rostro,

      cara de madre, cara de amante,

      del hijo como de la hermana

      y en esa patria en que estaremos

      me hará en las tardes un cuerpo de agua,

      en las noches un cuerpo de fuego

      y uno de aire en las mañanas.

      La muerte no es, qué son las muertes

      y hay las oblicuas y las francas

      y las lentas como la niebla

      y las veloces como Ariadna.

      Como vírgenes piensan hijos

      y los reyes ciudad fundada,

      la tengo dicha a mi puerta,

      recontada la tengo a mi alma

      y ya no sé si ella ha llegado

      y tras de mi hombro hace su fábula

      porque ella, la mía, ya viene

      hecha de fuego y arde agitada,

      como un árbol que toma el rayo

      soy humo y suelto llamarada.

      El rostro de mi madre no llevó a sus entrañas la paz;

      nunca en sus brazos se durmió su amargura

      y se fue para siempre por surcos y montañas

      y dejó a sus espaldas la paz y la hermosura.

      Él me dijo: “Yo a veces canto para dormirme

      un dolor tan agudo como una quemadura.

      Volví una tarde pero otra tarde he de irme.

      Todos los vientos busco para tener frescura.

      Y del camino que andamos bajo lluvias y nieves

      hasta rendir el alma de sangre

      fue colmado el lagar de mi pecho”.

      Yo no lo vi llorar nunca, pero él cantaba

      sollozando a David cuando agonizaba

      lejos de las mujeres que solo Él hizo amargas.

      Caen los gestos de los amigos

      en la soledad de mi falda.

      Los que murieron me los envían

      y los devuelven como bayas:

      Manuel cogía dulce la fruta,

      Selma bebía lenta el agua

      y mi madre mondaba como

      las viejas reinas su naranja.

      El bien querido caminaba,

      como su pecho, viva su espalda.

      No querrán gestos en donde están

      que así me caen a la falda.

      No sé qué hice, qué merecía

      bajar a noche de cisterna.

      Ya lo he pagado, delito,

      suelte Dios en polvo mis puertas.

      Caras de sueño con tinieblas,

      las amazonas sin pecho

      que me abrazan aunque me esperan,

      me han mostrado cuatro veces

      heladas


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