Todos fueron culpables. Lilian Olivares de la Barra

Todos fueron culpables - Lilian Olivares de la Barra


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cuando conoció a Guillermo Cortés. El hombre le ofreció su hogar y con él inició una relación que duró cuatro años. Fruto de ese vínculo nació Vanessa, la hija que vive con ella. Nuevamente se repitió el cuadro de violencia intrafamiliar y alcoholismo, según Leonor, por lo cual se separaron.

      En su relato a la sicóloga de la OPD, Leonor cuenta que en 1985 consiguió su casa propia y que comenzó a trabajar en la feria libre de forma independiente. Así estaba su vida, consolidada, cuando al terminar el año 2009 comenzó a ver con frecuencia a Paola en la feria, una niñita tan chica, con acento extranjero, pidiendo y sacando del suelo alimentos, aseguró.

      Y dice que al observar a la pequeña recordó su propia infancia. Entonces le pidió a la mujer que la acompañaba (Yovana, la conviviente de Elvis), que le entregara a la niña. Quería darle a Paolita lo mismo que ella recibió de una extraña, la señora Mercedes, cuando se sintió abandonada: “Valores, afecto, alimentación y un hogar”.

      Cinco meses llevaba Paola viviendo con la guardadora, cuando el mundo de fantasía comenzó a mostrar su lado terrenal.

      LA “MAMITA LEO” TAMBIÉN SE ENOJABA

      Mery Canqui y Simón Pacajes tenían entre ceja y ceja a “la señora”. Doña Leonor no les permitía ver a la niña. Habían ido a la feria a pedírselo, a suplicarle. Y ella terminaba mandándolos a cambiar.

      Una vez vio Simón a su hija en el tribunal. Ella tendió a ser cariñosa, como antes, pero apenas apareció “la señora” cambió su actitud.

      Después de la miseria sigue el desamparo. Así se sentían Simón y Mery: desamparados. ¿Quién podría ayudarlos a recuperar a su hija? Si al menos tuvieran la certeza de que la niña estaba bien…

      La primera voz de humanidad la escucharon de Aurora Barrios, la directora del Centro Manantial, donde estaban sus otros hijos. En marzo de 2010, la funcionaria mandó el primer informe positivo de los padres, al tribunal. Dijo que habían entregado 40 mil pesos para el vestuario escolar de los niños, y que se habían hecho cargo de la compra de sus útiles. Contó que Mariela, Carlos y Mirza —los hermanos de Paola— habían mantenido el apego con los padres, “observándose durante todas las visitas la alta vinculación que los niños tienen con sus progenitores”.

      Y agregó un dato importante: “Todos los niños han manifestado, en forma espontánea y reiterativa, querer ver a su hermana Paola Pacajes Canqui”.

      La directora del Centro Manantial recomendó al tribunal establecer a la brevedad posible un régimen de visitas programadas al interior de este centro con Paola. Para ello, sugirió que se llevara a la niña los días sábado y domingo a las nueve de la mañana y que la retiraran a la una de la tarde. Así, podría mantenerse ligada a sus hermanos y compartir libremente con ellos.

      Mery y Simón llegaron a la audiencia del 28 de abril de 2010 algo más tranquilos. Un rayo de esperanza se había abierto para ellos.

      No contaban con que en esa misma audiencia se consideraría otro informe, esta vez del asistente social Marcelo Flores Olave. Este nuevo funcionario del Sename creyó en Leonor Villalobos y aseguró que la mujer se había mostrado “como un factor protector preponderante”.

      Una hora duró la sesión. Al término de ella, la jueza Macarena Navarrete dictaminó que a la fecha los padres no contaban con las condiciones psicológicas, sociales y económicas para asumir los cuidados integrales de todos sus hijos. Ante ello, propuso que Mirza, Mariela y Carlos permanecieran en el Centro Manantial y que Paola siguiera bajo la responsabilidad de Leonor Villalobos Alday, “haciéndose cargo de su cuidado personal, debiendo ejercer de forma adecuada y efectiva control sobre la niña”. La medida tendría un plazo de un año, que podría ser renovado si no se modificaban las condiciones de los padres.

      Asimismo, dispuso que todo el grupo familiar y Leonor Villalobos, ingresaran a un programa de diagnóstico e intervención en el Programa de Intervención Breve (PIB) Horizonte, a objeto de que ahí efectuaran una evaluación en profundidad de todos los involucrados en la causa.

      La jueza pidió que el PIB Horizonte trabajara con la familia “para modificar la situación actual de abandono de los niños y que se refuerce la situación tanto escolar y vinculación con la madre y padre y evitar comisión de conductas relacionadas con la vagancia u otras parecidas… debiendo supervisar que el niño Carlos Ayaviri Canqui permanezca bajo el tratamiento en Coanil y asimismo su asistencia a la escuela especial atendida su psicomotricidad”.

      Al menos, el tribunal tuvo en cuenta la sugerencia de la directora del Centro Manantial y dispuso que los sábados y domingos de cada semana, Mery y Simón deberían ir a buscar a Paola a la feria donde trabaja Leonor, a las nueve de la mañana, para llevarla a Manantial junto a sus hermanos. Leonor Villalobos debía retirarla de ahí a las seis de la tarde.

      Esta vez, la altiva Leonor salió enojada. Ella quería ser guardadora de Paola, pero que no la obligaran a ir a sesiones especiales, ni llevar a la niña para que se encontrara con sus parientes. Ya bastante tenía con los problemas en su propia familia, pensó.

      Es posible imaginar a Paola esperando inquieta en la casa de su guardadora. Siempre les pedía a sus padres que no pelearan con Leonor, porque después andaba enojada. Seguramente sabía que si la “mamita Leo” quedaba disconforme, llegaría rabiosa y eso les afectaría a todos en la casa. Y “todos” eran muchos. Muchos más de los que habían censado los visitadores del SENAME. Bien lo sabía ella, que muchas veces debía ayudar a lavar los platos. Si es que no tenía otras tareas que hacer, como cuidar a Benjamín, la guagua de cinco meses de Vanessa. Cuando se fue a vivir con doña Leonor, a Mariela le dijo que iría a cuidar a un niñito enfermo.

      En efecto, Benjamín nació con cardiopatía e hidrocefalia. Requería de cuidados especiales permanentes.

      ¿Qué vio Leonor Villalobos en Paola, cuando en la feria de la calle Lastarria le dijo a la boliviana que la acompañaba que se la entregara? ¿Habrá sacado cuentas y calculado que la niña podría cuidar a su nieto enfermo, y así Vanessa al fin saldría a buscar trabajo y no se pasaría todo el día en la casa?

      La vida le había enseñado a Paola a ser una niña agradable para los demás. A no dar problemas. Era cariñosa, atenta, de buen carácter. Sabía cuándo debía pasar inadvertida, y cuándo hacerse notar. Y eso que acababa de cumplir nueve años. Se los celebraron donde la “mamita Leo”, cuestión que no ocurría en su familia. Y hasta le hicieron regalos.

      Pero Paola puede haber percibido, en forma casi inconsciente, que nada era gratis. Y que si quería seguir siendo aceptada donde doña Leonor, tenía que llevarse bien con toda la gente que entraba y salía en esa casa. Porque estaban el señor Miguel, conviviente de la mami Leo; los tíos Carlos y Guillermo, ex parejas de Leonor, que a veces aparecían; Vanessa y su compañero, que también se llamaba Miguel; los dos hijos de Vanessa; el vecino que trabajaba con Leonor, al que le decían Enry y que era como parte de esa familia; y Arturo, el hijo de la “mami Leo” que de repente llegaba de Santiago y se quedaba por tanto tiempo…

      La mamita Leo la tenía advertida: nada de ir con cuentos donde sus papás, porque Diosito la iba a abandonar, y ella también, y tendría que volver a estar sola porque sus papás se iban a ir y la dejarían de nuevo, les confidenciaba a las asistentes sociales.

      A veces, Paola se divertía. Jugaba con Damaris, la hija de Vanessa que tenía cinco años y a quien también debía cuidar. Damaris tenía un cuarto lindo. ¿Le advirtió, acaso, la mamita Leo que cuando fueran las visitadoras del SENAME tenía que decir que ésa era su pieza?

      LA ÚLTIMA VISITA DE LA SEÑORITA SHIRLEY

      Cada cierto tiempo llegaba la asistente social Shirley Balcázar, de la Oficina de Protección de la Infancia, al hogar de Leonor Villalobos. La dueña de casa era atenta con ella. Siempre tenía historias que contarle. Le hablaba de los avances de Paola en sus estudios, y de cómo la niña ya se había incorporado totalmente como una más de su familia.

      —Ven, Paola, ven. Cuéntale a la señorita Shirley cómo estás.

      Y la chica, que sabía cómo


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