Todos fueron culpables. Lilian Olivares de la Barra
el cuidado responsable de la niña. Que cumplía un rol educador, de protección y de mantención económica.
De lo último, a nadie le podía caber dudas. Es que Leonor Villalobos era el sostén de todos los que vivían bajo ese techo y para ello tenía que trabajar duro. Por eso, cuando llegaba a su casa los demás debían servirla. La mujer se instalaba en la mesa del comedor. Pedía los fósforos y el cenicero y, mientras le preparaban el té, se ponía a fumar y a sacar cuentas.
Otras veces gritaba. Había que poner orden en esa casa donde todos dependían de ella.
De acuerdo a los relatos de las asistentes sociales, a veces Paola se colgaba de su cintura, como haciendo un trencito, y la seguía por la casa. La niña buscaba su cariño y es posible que en algún momento Leonor se enterneciera ante la inocencia. Capaz que hasta fuera cierto que de alguna manera viera reflejada su infancia en la de Paola. Pero, si era así, ¿por qué la hacía trabajar tanto, siendo tan niña? ¿Por qué si Benjamín se caía, la culpaban a ella? ¿Si la Damaris estaba mañosa, la tía Vanessa se enojaba con ella? Paola prefería encargarse de los chicos para que no hubiera tanta pelea en la casa. Eso sí que la asustaba.
—Ven, Paola, muéstrale tus notas a la señorita Shirley.
La asistente social apuntó en su reporte: Tres anotaciones positivas. Por cooperadora, por esforzada, por ser responsable con sus materiales de estudio y por sus esmeros en la realización de actividades escolares.
La niña estaba cursando segundo básico y, según el informe, presentaba buen rendimiento escolar, excepto en Lenguaje y Matemática, con promedio 4,4 y 4,6.
Sin embargo, es curioso que la asistente social no haya advertido que el año anterior la chica terminó el primero básico con un 6,6 de promedio, muy superior a la media de su curso. Y ahora, en cambio, sus notas habían bajado.
Pero Shirley especifica, en su informe del 26 de julio de 2010, que en la familia de doña Leonor le entregaban el apoyo y hábitos de estudio para mejorar la situación2.
Por ese tiempo, Paola había comenzado a frecuentar a su familia los sábados y domingos en el centro Manantial, donde estaban internos sus hermanos.
Un día Leonor se quejó con la asistente social: le dijo que los padres de Paola no cumplían los horarios establecidos, y que en dos ocasiones no llegaron a buscarla. Y que por eso ella no envió a la semana siguiente a la niña a encontrarse con sus padres y hermanos.
Fue toda una declaración de guerra entre los Villalobos y los Pacajes Canqui.
Simón partió a la feria a enfrentar a Leonor:
—¡Usted, iñora, me tiene que pasar a la Paola!
Quién sabe qué más le dijo y qué le respondió doña Leo, a quien nadie le levantaba la voz.
Leonor Villalobos no se quedaría de brazos cruzados. Cuando le contó este incidente a la visitadora social, le dijo que después de estos hechos la niña presentó problemas de salud y que por eso dejó de enviarla a los encuentros con su familia.
La directora del Centro Manantial no le creyó. Le pidió un certificado médico para corroborar la inasistencia de la hija de los Pacajes Canqui.
—Paola, cuéntale a la señorita Shirley los problemas que tienes el fin de semana, cuando vas donde tus papás.
Shirley Balcázar informó que la niña le había manifestado que no podía hacer sus tareas los fines de semana, y que sus papás hablaban mal de la “mamita Leo”.
También le dijo que en varias salidas la habían llevado a la casa de la población Juan Pablo II, cuestión que, según la visitadora, a Leonor Villalobos la tenía sumamente preocupada porque sabía que el hombre que había abusado de la hermanastra de Paola vivía casi al lado.
A raíz de ello, la asistente social fue a visitar la vivienda de los Pacajes Canqui. Cuando llegó, encontró a Simón con su hija menor, Mirza, que había sido autorizada por la directora del centro Manantial para estar con su padre ese fin de semana. Mery, le dijo Simón, andaba en Arica realizando trámites. Fue lo que informó de esa visita la asistente social.
También detalló en su reporte que tomaron contacto con Germán Valderrama, el director de la escuela a la que asistía Paola, y que el hombre les contó que los padres habían llegado al colegio a ver a la niña, pero que él no los autorizó. Por ese tiempo, la apoderada era Leonor Villalobos.
Pero, ¿qué movía a Leonor Villalobos? ¿Qué pasaba en su psiquis?
Cuando la sicóloga Carla Zepeda, del Programa de Diagnóstico DAM Copiapó, la entrevistó al comienzo del proceso legal, reparó en que Leonor frenaba sus emociones e impulsos. Su interpretación fue que la mujer mostraba este rasgo “debido al impacto afectivo que le resulta muy intenso, reprimiendo los afectos con el fin de recibir adecuadamente las demandas emocionales del medio”. Concluyó que necesitaba controlarlas con el fin de reaccionar de forma asertiva hacia su medio, “lo cual la lleva a mantener un excesivo control y falta de espontaneidad”.
Al evaluar el lenguaje de la guardadora, la profesional sentenció: “Discurso reflexivo y un lenguaje claro y fluido, evidenciando coherencia durante todo el proceso de evaluación. Muestra afectación emocional al referirse a las situaciones que presentaba Paola, proyectándola a su niñez”.
Paola era una niña inteligente, de acuerdo a los informes que hicieron las sicólogas y según advirtió su madre, Mery. Seguramente se daba cuenta de que la “mamita Leo” se comportaba en forma distinta cuando estaba la sicóloga. Pero si lo pensó, fue un secreto que se llevaría a su tumba. Al menos, la mamita Leo le daba techo y comida… y a veces hasta le compraba regalos.
Cuando tenía pena, quizás, pensaba en su madre, que la había cargado a sus espaldas hasta después que aprendió a caminar. Y tal vez recordaba la risa de su papá Simón. ¿Por qué la habían dejado sola? Eso la confundía y así lo manifestó en sus reuniones terapéuticas.
También echaba de menos a sus hermanos. Pero cuando los iba a visitar al hogar donde estaban viviendo, peleaban, según contaron sus hermanas Mirza y Mariela. “Es que no le gustaba que le hicieran preguntas”, cuenta Mariela. No quería contarles cómo transcurría su vida en la casa de Leonor. Además, se veían tan unidos, y ella se sentía como aparte.
No, la Paola no quería estar sola. Necesitaba arrimarse a alguien que viera fuerte, la guardadora, esa mujer que, a ojos de la señorita Shirley, “contaba con recursos personales y emocionales para satisfacer las necesidades de Paola Pacajes, y que se presentaba como un referente de protección”.
Pero la sicóloga Carla Zepeda alcanzó a advertir un hecho inquietante cuando evaluó a Leonor Villalobos: “En el proceso evolutivo se consigna la obstaculización que presenta la señora Leonor para que la niña mantenga una correcta vinculación con sus hermanos, y su falta de interés porque esta situación mejore”.
Otro dato que le llamó la atención fue que Leonor dijera desconocer información relevante, como el nombre de la madre de Paola, teniendo en cuenta que en su relato dijo comunicarse en varias ocasiones con ella. “(Es) Importante señalar que la evaluada dé una solución al impedimento que presenta para que Paola interactúe con sus hermanos, siendo esto esencial para la mantención de los vínculos familiares de la niña, necesarios de reforzar”3.
El mes de julio fue el último en que la señorita Shirley visitó la casa de Leonor.
Ya comenzaban a asomarse aspectos inquietantes de la situación de Paola con su guardadora, que quedaron al descubierto cuando, a partir de agosto, el PIB Horizonte de Copiapó se hizo cargo de apoyar sicológicamente a la familia Pacajes Canqui, con atenciones personales y visitas domiciliarias.
En agosto, Simón Pacajes volvió a quedar sin trabajo a raíz de un hecho que estremeció al mundo.
CUANDO SE CERRÓ LA MINA SAN JOSÉ
Simón estaba poniendo todo su empeño para recuperar a sus hijos. Juntaba dinero para arreglar su casa, para que cambiara ese aspecto de mediagua