Todos fueron culpables. Lilian Olivares de la Barra
porque yo no tenía plata para comprarle esos regalos.
SE ABRE UNA INVESTIGACIÓN
¿Hay algo más allá de la miseria?
Se acababa el año y la familia Pacajes Canqui no alcanzaba a dimensionar que, más allá de una triste Navidad, podía existir algo aún peor.
Ni se enteraron de que la Oficina de Protección de la Infancia había abierto una investigación que tendría insospechadas consecuencias.
El 28 de diciembre, la sicóloga y la trabajadora social de la OPD volvieron a la casa de Mery Canqui. Esta vez encontraron a Mariela, que acababa de cumplir 14 años, al cuidado de su hermanastra Mirza, de cuatro. “La niña estaba desaseada y sin almorzar”, describieron. Y Mariela les contó que había sido abusada por un vecino a cuyo cargo habían quedado con Paola mientras su madre andaba en Bolivia, a raíz de lo cual ya había una causa abierta luego de la denuncia hecha por Mery a los carabineros. En esa ocasión también supieron que Paola estaba viviendo en la casa de la feriante Leonor Villalobos Alday.
Las funcionarias de la OPD hicieron un informe lapidario, concluyendo que la madre de los chicos había sido negligente. Pidieron una medida de protección para todos los hijos de Mery y, como medida cautelar, que los ingresaran al centro Manantial “por el tiempo que sea estrictamente indispensable”.
Ese Año Nuevo está borrado en la memoria de los Pacajes Canqui. ¿Se abrazaron? ¿Brindaron? No lo recuerdan. Es posible que haya sido una noche como cualquier otra en sus vidas.
El 4 de enero de 2010, cuando Mery volvió del trabajo, se encontró con que se habían llevado a sus hijos.
Llamó, desesperada, a Simón. No comprendía lo que estaba pasando. ¿Por qué le arrebataban lo suyo, y justo ahora que había conseguido algunos de los papeles para legalizar su situación en Chile?
Quedó un poco más tranquila cuando supo que sus hijos estaban en una residencia de niños y pudo verlos. Mariela le contó que allí la trataban bien:
—Al principio tenía miedo, no quería compartir con nadie. Todos me decían: “no tienes que tener miedo”. Después les conté a ellas lo que me había pasado y me apoyaron. Ya no me sentía vieja, como grande. Empecé a ser niña, a jugar como niña, lo que nunca había hecho. Las tías nos lavaban la ropa, nosotras lo único que teníamos que hacer era nuestra cama. Me sentí feliz. Las tías me daban pastillas y a mí se me olvidó todo.
Mirza y Carlos se veían igualmente tranquilos.
Pero, ¿qué pasaba con la Paolita? ¿Por qué no la dejaron con sus hermanos?
Ese mismo 4 de enero en que se llevaron a tres de los cuatro hijos de Mery, la sicóloga Beatriz Rojas Pérez y la trabajadora social Shirley Balcázar, las mismas de la OPD, continuaron su investigación. Esta vez se dirigieron a la casa de Leonor Villalobos Alday, para cerciorarse de la situación de Paola.
A las enviadas de la OPD les cayó bien doña Leo. En el informe que hicieron de esa visita plantearon que se trataba de una mujer separada, madre de cinco hijos, nacida el 29 de julio de 1953, feriante. Expusieron que vivía en una casa cómoda con Vanessa, la menor de sus hijos, de 20 años, y su nieto de tan solo 29 días. No mencionaron que ahí también residían el conviviente de Leonor, otro hijo de Vanessa y que cada cierto tiempo llegaba Arturo, el hijo regalón de doña Leo, que en ese momento se encontraba internado en Santiago para impedirle que siguiera drogándose.
Doña Leo les contó que había conocido a Paola porque la veía frecuentemente en las ferias libres pidiendo dinero y comida, en compañía de una adulta también boliviana, y que siempre le regalaba algo de lo que ella vendía. Les relató que le daba tanta rabia, que un día decidió encarar a la mujer que iba con ella: le preguntó cómo era posible que usara a la menor para andar mendigando en la feria. Ella le contestó que la niña no era suya, sino que de una vecina que se la había dejado encargada por unos días mientras iba a Bolivia, y que no regresaba, y que ella no tenía medios para alimentarla; por eso salían a mendigar. Después de enterarse de este drama decidió cuidar a Paola y llevársela a vivir a su casa, les dijo a las profesionales de la OPD.
Y les dio detalles de cómo fue adaptándose la menor en su casa. El primer día que llegó a vivir donde Leonor “comía sin parar, mientras que lo demás se lo guardaba en la ropa. Luego, al momento de dormir, la niña se sentía muy preocupada porque la habitación que iba a utilizar mantenía los enseres adecuados para su desarrollo, cama, sábanas, televisor, ropa, zapatos, situación a la que ella no estaba acostumbrada”, precisa el informe de las profesionales.
El escrito termina señalando que Leonor Villalobos fue a matricular a Paola al colegio y que habló con el director, quien “se enteró del abandono en que los padres tenían a la niña”.
Ese documento fue pieza clave en la audiencia cautelar que se efectuó al día siguiente en Copiapó.
LA NIÑA PARA LA GUARDADORA
Una mujer humilde, de escasas palabras, con dificultad para expresarse, y más encima sola y desesperada fue la que llegó el 5 de enero a la audiencia en el tribunal de familia de Copiapó, donde esperaba recuperar a sus hijos.
Cuando le correspondió hablar, Mery Canqui sólo dijo que se oponía a la medida cautelar, y que quería que sus niños siguieran con ella. Mucha más fuerza tuvo para la jueza María José Hernández Soto el informe de las funcionarias de la Oficina de Protección de la Infancia.
En la audiencia se señaló que la madre había permanecido todo el año anterior fuera de la ciudad y que no estaba claro a cargo de quién se quedaron los niños. También se mencionó que habría una situación de abuso sexual de una de las hijas de Mery.
La curadora ad litem designada por el tribunal opinó que los niños debían permanecer en el Centro Manantial, y así se acordó. En cuanto a Paola, se dispuso que se mantuviera a cargo de Leonor Villalobos porque con ella la niña se encontraba “en adecuadas condiciones morales, sociales e higiénicas”.
A Mery, esa frase le quedó dando vueltas. Que su hija Paola pudiera estar mejor con “la señora” que con ella, que tuviera “adecuadas condiciones morales, sociales e higiénicas…” Bueno, si era así. Pero le producía desconfianza esa mujer. Había algo en ella que se le atravesó desde el primer día. Algo en sus gestos, ¿o quizás en su mirada? Lo único que quería era que Simón llegara luego y le ayudara a recuperar a sus hijos.
Doña Leo también estaba en la audiencia. A diferencia de Mery, la feriante tenía el don de la palabra, y una notable capacidad de persuasión. Ella estaba acostumbrada a mandar; Mery, a servir. Pero esas eran disquisiciones intrascendentes en la sala.
El tribunal definió que, dentro del marco de una medida cautelar, Paola quedara bajo el cuidado de Leonor Villalobos, y ordenó que la Oficina de Protección de la Infancia enviara a profesionales a hacer visitas periódicas a su casa, para constatar que la niña estuviera bien, “debiendo informar inmediatamente en caso de cualquier tipo de vulneración o amenazas para la niña”.
Una derrotada Mery Canqui abandonó ese día el tribunal de familia de Copiapó.
—¡Simón, vente pronto!
Así le dijo a su pareja no más saliendo de ese juzgado, cuando lo llamó por su celular… lo único que le quedaba.
LA CASA LINDA DE LA “MAMITA LEO”
Tres días después, el 8 de enero, la sicóloga y la trabajadora social de la Oficina de Protección de la Infancia fueron a visitar a Paola a la casa de doña Leo, en la población Balmaceda Norte. Es un sector antiguo de la zona que se ubica pasado el cordón de la Circunvalación que encierra el centro de la ciudad. Ahí viven, en su mayoría, comerciantes o trabajadores independientes que han podido adquirir casa con subsidio a la que, con los años, le han hecho ampliaciones, jardín y levantado reja.
Ahí, en la vivienda de doña Leo, las funcionarias de la OPD vieron un grupo familiar cohesionado, con buenas relaciones entre ellos. Ese día de enero llegó la hermana de doña