Todos fueron culpables. Lilian Olivares de la Barra
tenido que hacerse cargo de las actividades diarias y propias de la niña, y que la había matriculado en el colegio. No cesaba de hablarles: que le estaba entregando nuevos hábitos de higiene, alimentación, tiempo de estudio, de la misma forma como lo hizo con sus hijas ya independientes y adultas. (Seguramente no se refería a su hija Vanessa, que vivía de allegada en su casa). Y que la chica había acatado esas normas en forma muy responsable y respetuosa.
La sicóloga entrevistó a la niña y obtuvo un dramático relato de cómo había sido testigo de la violación a su hermana.
—El Elvis jugaba mucho con mi hermana, la molestaba mucho, yo me escondía y los veía.
Cuando le preguntó a qué jugaban, ella contestó:
—A esas cosas.
No pudo especificar la acción en sí, no obstante, según describió la sicóloga, la niña (a días de cumplir los nueve años) cambió su ánimo, decayendo notablemente y denotando sentimientos de tristeza, “en donde contiene de sobremanera su emoción, logrando finalmente desborde emocional por los hechos sucedidos. Al preguntar si el indicado jugaba con ella de esa forma, la niña responde que no, puesto que cuando quiso molestarla, le enterró un lápiz muy fuerte y filudo, según su relato”.
De esa visita, la sicóloga y la trabajadora social dejaron un detallado informe, más amplio que el anterior e igualmente positivo para la cuidadora.
En esta ocasión, no obstante, aparecieron nuevos habitantes en la casa: “Doña Leonor vive junto a su pareja Miguel Rojas, 77 años, hace diez años. Él es pensionado por retiro programado en AFP Provida. Vive ahí también su hija Vanessa Cortés, su marido y dos hijos de ella”. Es decir, Vanessa ahora tiene dos hijos y no uno, y habita ahí junto a su marido, además de ambos niños.
La descripción que hacen de la vivienda es minuciosa: “La casa habitación cuenta con cuatro dormitorios, sólo ocupan tres de ellos, uno por doña Leonor y su pareja, otra por Vanessa y su grupo familiar y Paola utiliza otro. Se encuentra en buen estado de habitabilidad, presenta techo, cielo, paredes forradas, piso de tabla y cemento, cuenta con mobiliario adecuado para cubrir las necesidades de abrigo y de desarrollo normal de los integrantes del grupo familiar. Los enseres son suficientes, en regular estado de conservación. En cuanto a la cocina, se encuentra sólo con techo, paredes sin forro y piso de cemento”.
El detalle que hacen sobre el dormitorio que ocupa Paola es relevante: “Cuenta con implementos adecuados para la estadía, descanso, entretención, como también se visualiza orden, higiene y ornato”.
Es decir, la cuidadora le había otorgado a la niña una habitación exclusiva, donde tenía todo lo que necesitaba. Era el retrato de “la casa linda”.
Pero hay más en el documento elaborado por las funcionarias que supervisaban la situación de Paola.
A doña Leo la describen como “una mujer muy protectora, en donde entrega la seguridad que necesita la niña, además de constituir una figura significativa y con estrechez en el vínculo afectivo”.
Tan buena es esta señora, a ojos de las visitadoras Beatriz Rojas y Shirley Balcázar, que Paola la llama “mamita Leo” como una forma de cariño.
Y concluyen que Leonor Villalobos Alday, además de poseer los recursos materiales, “cuenta con herramientas parentales que la ayudan a mantener un estilo de crianza seguro, con límites y normas claras, entregando valores y hábitos apropiados para un desarrollo psicosocial óptimo en la niña”.
¿Podría Paola, con sus ocho años, haber caído en mejores manos?
Mery Canqui no se lo creyó. En medio de su desesperación, intuía que algo extraño había en esa “señora” a la que su hija llamaba “mamita Leo”. Pero no fue a través de sus ojos que volvió a emitir su dictamen el tribunal el 14 de enero de 2010, sino a la vista del informe que rindieron las visitadoras, y teniendo en cuenta el discurso seguro que hizo Leonor Villalobos en la sala.
Fue así que el juez Andrés Ramos determinó: “Teniendo especialmente presente que la guardadora de la niña Paola Pacajes Canqui, en su intervención ha dado suficientes garantías que a la niña se la ha resguardado debidamente en sus derechos, no existiendo ningún otro adulto responsable que pudiese hacerse cargo de los otros tres hermanos, considerando también el tiempo que la niña Paola ha permanecido al cuidado de doña Leonor Villalobos, no habiéndose hecho valer por la parte requerida nuevos antecedentes para la modificación de las medidas cautelares decretadas en la audiencia de fecha 5 de enero de 2010, compartiendo el tribunal la opinión del Consejo técnico, se resuelve: Que se mantienen en todas sus partes y en los términos consignados en la resolución del 5 de enero las medidas cautelares decretadas a favor de los niños Mirza, de 4 años; Paola, de 8 años; Mariela, de 13 (ya había cumplido los 14) y Carlos de 17”.
Mery se aferró a su celular. Sintiéndose perdida, pidió al juez que si los niños iban a quedar en un hogar especial, fuera en uno de Arica porque pretendía viajar allá en busca de trabajo. Ni siquiera eso consiguió.
Su hija Paola cumplió nueve años junto a doña Leo. Por esos días regresó Simón para seguir en su intento de recuperar a la chica. Pero Leonor Villalobos consiguió autorización para llevársela a Carrizal Bajo entre el 1 y el 28 de febrero, “de vacaciones”.
A Mery Canqui la complicaba la distancia. No quería dejar de ver a su hija, pero era difícil para ella recorrer los casi 160 kilómetros que separan Copiapó de Carrizal, en un viaje de más de tres horas por una zona que le era desconocida. Intentó explicar esto en el tribunal, y la jueza Pamela de la Peña le respondió: “Si se ha podido trasladar a Bolivia, bien puede hacerlo a Carrizal”.
Mery nunca entendió esa respuesta. ¿Cómo podía comparar sus viajes a Bolivia, la tierra donde nació, con lo que para ella significaba moverse por una ruta inimaginable a un lugar con un extraño nombre que por primera vez escuchaba?
Algo en su piel le hacía sentir que ese no era un buen destino para su hija. Experimentaba la misma sensación incómoda que le producía pensar en “la señora”, la guardadora.
CAPÍTULO 3
LA CENICIENTA
En la feria que se instala los fines de semana en Copiapó, en el límite del centro de la ciudad con el sector de las poblaciones periféricas, nadie sabe quién es Leonor Villalobos Alday. Pero si uno pregunta por “doña Leo”, no hay quién la desconozca. Es antigua en el negocio y se impone en el ambiente feriano con su lengua suelta y su vozarrón. Los sábados se instala con sus verduras casi a la entrada de la calle Lastarria, y los domingos en la avenida Circunvalación.
¿Qué habrá visto en ella la pequeña Paola?
“Doña Leo” le ofreció una vida diferente, su “casa linda”, seguridad. Y una muñeca, a ella que no tenía muñecas, sino que una hermanita menor a quien cuidar, y un papá y una mamá con largas ausencias, y un tío Elvis que hacía unos juegos tan extraños con Mariela.
¿Qué vio Leonor Villalobos en Paola?
Se vio a sí misma reflejada en la pequeña boliviana. Eso, al menos, fue lo que dijo cuando intentó obtener la tutela definitiva de la niña. Pero los hechos que ocurrieron más tarde, mostraron algo muy distinto.
Cincuenta y seis años tenía la mujer cuando se convirtió en “cuidadora” de Paola. Al relatar su infancia, contó que nació en la localidad de Domeyko, en Vallenar. Y que, por problemas económicos, sus padres la entregaron a la abuela.
Nunca le perdonó eso a su madre.
La abuela la golpeaba y la castigaba —contó Leonor—, dejándola sin comida. Le exigía robar y pedir alimentos en la calle.
A los 10 años se arrancó a la ciudad de Vallenar. Allí la acogió una señora de nombre Mercedes, que le entregó valores, afecto, alimentación y un hogar1.
A los 18 años se casó con Carlos Araya, con quien tuvo cinco hijos: Ninoska (quien murió a los