Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego. Ramiro A. Salazar Wade

Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego - Ramiro A. Salazar Wade


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al Cuervo.

      —Nuestras hostilidades inician mañana, pero sobre ellos no tengo control.

      Saladino dio unos pasos, tomó del hombro a Helga y su mirada se cruzó con la de Salome. Enseguida la desvió para ver al Cuervo a los ojos. Lo que vio no le gustó. El embrujo sobre él lo había convertido en un ser sin razón.

      —Antes debemos firmar el trato —dijo Helga sin mostrar señal alguna de miedo o sorpresa—. Son ellos los que se encargarán de poner el sello de nuestras hostilidades. Si uno de ellos muere, no se podrá llevar acabo el inicio. Recuerda que nos regimos por ciertas leyes.

      El viento aumentó un poco. Llegaba por ráfagas constantes. El cabello rojo de Salomé se levantaba por los aires. Enseguida aplastó el cigarro con su pie izquierdo. Dejó de tener cambios de temperamento. Su rostro regresó a la seriedad necesaria para llevar acabo el protocolo.

      —Firmemos —dijo, mientras daba una señal al Cuervo, quien llevó hasta sus manos una caja de latón con la forma de un sobre.

      —Aquí está el papel —dijo Helga extendiéndolo en la mesa.

      Enseguida el viento cesó. Ambas sacaron diminutas botellas con pociones que habían traído de sus casas, vaciaron el líquido sobre el papel y aparecieron los nombres de las chicas con su historial. El de Helga era extenso. Aquello sorprendió a Salomé, quien solo había tenido una confrontación.

      —Sabes, la primer Gaskell fue una bruja muy poderosa, una esclava de piel muy oscura, muy negra, todo lo contrario a la tuya. Por lo regular, las que adoptaron ese apelativo, también eran negras. Ella tomó el apellido de su amo. Es raro que una chica blanca como tú lo haya adoptado también.

      Salomé solo escuchó. Seguía asombrada por el historial de su rival.

      —Las derrotas te dan más a ganar que los triunfos —dijo Helga mientras doblaba el acuerdo. —Sintió que sus palabras estaban de más, pero, como siempre, no se arrepintió.

      Guardaron el convenio de hostilidades en la caja de latón. En seguida repitieron al unísono: “Extris dues fortun, muerd, confrot valiend subre sost”. Un relámpago alumbró el cielo de forma extraña. Enseguida llegó el sonido del trueno. El Cuervo inicio su caminar seguido muy de cerca por Saladino mientras las brujas veían como se retiraban sus sirvientes. Se dieron una última mirada de pies a cabeza, Helga seguía sentada mientras Salome de pie dio media vuelta iniciando su retirada no sin antes decir: “Nos vemos mañana”.

      6

      Las brujas son mujeres con ciertas habilidades o talento que las hacen muy peligrosas. Mientras habiten un pueblo sin ningún rival cerca, se encuentran en un estado pasivo que las hace pasar desapercibidas, con vidas normales y monótonas, con poco uso de sus poderes. En las ciudades se rigen de manera diferente: toman un barrio o un área específica, según su poder para apoderarse de cierta dimensión de la ciudad. En cuanto invaden una zona ocupada, se desata el pandemónium.

      Los planes de las brujas pueden ser de varios niveles, dependiendo del grado de maldad que cada una lleve, aunque, por regla general, no pueden matar directamente. Las brujas absolutamente malvadas son las que entregaron todo su corazón al Señor Oscuro. Muy pocas llegan a ese nivel, ya que ello las lleva a convertirse en mujeres muy feas, jorobadas y apestosas.

      Existen brujos que, en condición, son iguales que las mujeres: hombres que pueden parecer comunes y corrientes, pero con extraños talentos. Su lucha es igual que la de las brujas. No importan si invaden la zona de una bruja o un brujo: en ese momento, la lucha se desarrolla. Se rigen bajo ciertas normas escritas en la memoria que han pasado de boca en boca.

      No se nace brujo o bruja. Se forjan con el tiempo, desarrollando su talento a lado de uno de ellos, sufriendo mientras adquieren experiencia, realizando actos de maldad, combinando hechizos y pócimas con la vida real y ordinaria.

      Cambian sus nombres y apellidos por apelativos de brujas y brujos antiguos a los cuales admiran. En ocasiones mueven alguna letra, pero la mayoría de las veces adoptan el nombre completo, tratando de despistar a sus rivales con la reputación del apellido adoptado.

      Los brujos que tienen aprendices siguen su vida como siempre. Es el aprendiz quien debe seguirlo desde lejos, aprender a conocer señales, buscar las notas dejadas por estos para poder encontrar los lugares de reunión donde reciben instrucciones o conocimientos. Inician haciendo un acto de maldad que los arruina y arruina a una tercera persona.

      Los embrujos no siempre son eficaces. Si la persona es fuerte fisca y mentalmente, lo repele sintiendo un simple dolor de cabeza. En alcohólicos o drogadictos, los hechizos entran con facilidad, igual que en enfermos. Las pociones son más peligrosas, pero atacarán a las personas con diferente intensidad, al igual que los hechizos.

      7

      Villalasflores era un pueblo, o más bien una pequeña ciudad fronteriza, enclavada al norte, entre Mexicali y Tijuana. Allí fue corriendo el tiempo: los días se volvieron semanas. Las dos brujas llevaban su vida como personas comunes y corrientes. Helga tenía un negocio establecido: hacía cerveza artesanal, la cual le deja muy bunas ganancias. “Enjambre” era el nombre de su bebida, la cual complementaba con hechizos que hacían que los que bebieran de ella regresaran por más. Salomé se estableció como costurera, quedándose también con los clientes de la antigua dueña de la casa, debido a la fuerza de su contrincante debió esperar sus ataques, planearlos concienzudamente.

      La lucha que se estaba desarrollando entre estas dos brujas no era una pelea frontal. Era todo lo contrario. El combate sería ganado por quien infligiera más daño a los habitantes de Villalasflores. Aquello las fortalecía o debilitaba según se realizaran sus planes.

      Salomé, en un par de semanas, formó amistad con Sara Windleton, la jovencita que conoció el día que se adueñó de la casa de la señora Leonora Alcoser. La necesitaba para sus planes. Con pequeños embrujos y promesas falsas la atrajo, la sedujo. Todos los días, Sara pasaba a visitar a Salome después de la escuela. Fumaban y bebían cervezas mientras charlaban. En realidad, la que hablaba era Sara, quien daba información de todo lo que sucedía en el pueblo.

      Los primeros días de amistad falsa, Salomé deseó desatar un plan malévolo contra Sara, pero, en las visitas siguientes, se percató de que la muchacha le servía más como colaboradora, así que la dejó hablar. Por ella se enteró de Juliana Avellaneda, jovencita con quien Sara peleaba todos los días.

      Juli Avellaneda era una chica normal que ocultaba una adicción a las anfetaminas, un secreto a voces. Su madre era alcohólica social; su padre trabajaba todo el día y no le importaba lo que sucedía en su familia, ya que sostenía un romance extramarital con Amaranta Bolaños, ama de casa respetada, casada con el señor Sánchez. El hermano de Juliana, de nombre Peter, pasaba desapercibido al grado de que, en ocasiones, dormía fuera por días y nadie notaba su ausencia.

      Un mes transcurrió desde que se firmó el convenio. El primer movimiento lo hizo Salomé contra una amiga de Sara: Romina. Así, días antes de cumplirse el mes, envió a Romina una prenda, un regalo que Sara le haría por su cumpleaños. Aquella blusa envenenada con pócimas la volvería adicta al resistol. Cuando la usara, se desataría el maleficio. Ahora, la bruja esperaba que Sara le contara sobre la adicción de su amiga para poder disfrutar su primer movimiento.

      El tablero de ajedrez era el pueblo; las fichas que se movían eran las personas. En el mes que trascurrió, muchos artilugios se suscitaron por parte de las jugadoras. Ambas esperaban el ataque y se defendían aguardando una estocada. Algunos de los habitantes estaban involucrados sin saberlo, intoxicados, embrujados, a la espera de que se desatara alguna desgracia. Esa misma tarde en la que se cumplía un mes, llegó Sara a casa de Salomé con una notica que era una bomba para la sociedad del pueblo. Bebieron cervezas y fumaron mientras Sara hablaba de lo ocurrido.

      —Es un escándalo, Salomé —dijo Sara mientras sostenía con una mano la botella de la cual acaba de beber—. El señor Armengol terminó matando a su amante y luego se suicidó. —La cara de Salomé era de asombro actuado—. Y eso no es nada:


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