Las brujas y el Linaje de las Montañas de Fuego. Ramiro A. Salazar Wade
historia, el semblante de Salomé cambio: sintió un fuerte escalofrío, el sabor de su boca cambio; se volvió tan amargo que la obligo a devolver el estómago. Las uñas de sus dedos meñiques se desprendieron de la piel, brotando sangre. La comisura de los labios se le secaron a tal grado que, al abrir la boca, se rajaron, permitiendo la salida de más sangre. Sin embargo, enseguida tomó compostura y bebió cerveza hasta terminar la botella. Los síntomas que acababa de tener le decían que Helga era la responsable de todo, y que su primer ataque era mejor que el de ella.
8
Al siguiente día fue el entierro del joven Gerónimo Sala. Su vida terminó de un balazo en la cabeza, dado certeramente por su amante, el señor César Armengol. La multitud que asistió al panteón era considerable: entre llantos, gritos y canciones fue despedido Gerónimo por todos sus familiares y amigos. Muchas versiones corrieron sobre lo sucedido. Nadie sabía la versión completa, que implicaba lo ocurrido antes: la señora Rubí Asmitia de Armengol dormía anestesiada por sus pastillas para los nervios y, cuando despertó, se encontraba caminado sin saber lo que sucedía. Sus pies se movían y ella se dejaba llevar. Luego de caminar, llegó a un motel retirado del pueblo. Estaba nerviosa, no sabía dónde se encontraba. Subió unas escaleras que la llevaron frente a una puerta. De pronto, sintió la necesidad de abrir la puerta. Aquello sería una sorpresa para ella y su marido, quien se encontraba desnudo sobre la cama. Este, al escuchar que la puerta se abría, sintió un miedo por todo el espinazo que corrió hasta su cara al ver que quien se encontraba en el umbral era su esposa. Mirando aquel espectáculo, Lourdes gritó el nombre de su marido, quien solo llevó sus manos a la cara tapando sus ojos. El muchacho, que también estaba desnudo, se puso de pie sin pudor, miro a su rival, rio maléficamente, tomó unos cigarros y se metió en el baño dando un portazo al cerrar. Lourdes se retiró sin decir nada, dejando a su marido sollozando sobre la cama.
Al finalizar el cortejo, dos sombras deambulaban en el camposanto. Helga y Salomé se cruzaron frente al sepulcro del joven.
—Hola —dijo Salomé sin quitarse el cigarro de la boca. —Un movimiento soberbio.
—Eres muy joven y viniste al pueblo equivocado.
—Es el inicio. Esto todavía no acaba.
—Es el final —dijo Helga mientras señalaba la tumba de Gerónimo dando a entender que sería el destino de la joven bruja.
Salomé, al mirar, sintió enfado.
Helga vestía una minifalda color negro que hacía que sus piernas resaltaran. Los lentes oscuros le daban un toque de misterio. Miró para todos lados. Rio sarcásticamente. Levantó sus faldas; no llevaba bragas. Se agachó en el sepulcro y orinó. Salomé siguió fumando sin inmutarse. Quiso reír, pero se detuvo para fruncir el ceño, molesta por sentirse derrotada.
—Eres una puerca —dijo Salomé, mientras se daba la vuelta.
En una esquina la esperaba el Cuervo.
Helga la alcanzó. Tras de ella caminaba Saladino. Hombro con hombro caminaban mientras salían del panteón. De pronto, ambas sintieron molestias al caminar. Se vieron espantadas. El rostro de Salomé era de desconcierto, el de Helga era de asombro.
—¿Qué me hiciste? —pregunto Salomé.
—No hice nada, pero creo que un “corazón negro” llego al pueblo.
—¿A qué te refieres?
Al revisar sus pisadas, vieron cómo la tierra, el polvo, el monte y todo por donde habían pasado flotaba. En seguida Helga, se quitó su zapatilla, la cual se encontraba empapada de sangre. Al revisar la planta de su pie, pudo observar que se habían cuarteado, provocando un derrame de sangre. Aquello era la prueba indeleble de que una bruja poderosa, con pacto con el diablo, llegaba al pueblo.
—Corremos peligro. Escucha el único consejo que voy a darte: vete del pueblo. Esta lucha va a ser a muerte —dijo Helga mientras se calzaba para iniciar su caminar.
—No puedo caminar. Cuervo, ayúdame. Cárgame.
—Eres nueva. Estás débil —dijo Helga mientras vaciaba una poción en ambos pies de Salomé—. Con esto tienes. Ahora sí, última ayuda. Vete. Estás perdida en esta lucha.
—No te debo nada. Escucha: no te debo nada —dijo Salomé, molesta por lo que acababa de ocurrir.
Helga asintió con la cabeza. Sus pensamientos estaban en otro lugar, en otro tiempo. Se tomó la muñeca del brazo derecho, en la cual sintió dolor. Enseguida se levantó la manga de su blusa. Tenía un tatuaje: jeroglíficos egipcios. Debajo de este estaba una cicatriz, un recordatorio. Supo enseguida que la bruja que acaba de llegar al pueblo era Sinaida Rand, una antigua contrincante con la cual perdió hacía más de veinte años en un pueblo olvidado hasta ahora, de nombre Villa Carbón.
Helga subió a su auto en la parte delantera. Saladino tomó el volante. En seguida puso en marcha el automóvil, que llevó hasta donde caminaban Salomé, quien ya se encontraba recuperada a lado del Cuervo.
—Espera noticias mías —dijo Helga con cara de fastidio—. Si no te proteges, serás absorbida por Sinaida. Mejor vete.
—¿Quién diablos es Sinaida? —preguntó Salomé mientras le mostraba el dedo en forma vulgar y se reía descaradamente, como ella sabía hacerlo, con cara de loca.
Sin decir nada, Helga subió el vidrio de su auto, el cual inició su marcha dejando atrás a la pareja, quien aceleró su caminata.
9
Treinta y cinco años atrás, Helga era muy joven. Su verdadero nombre no tiene importancia. Se iniciaba en las artes oscuras bajo el manto de su maestra, Lenna Krohm. Aún con senos sin desarrollarse, vivía en el fango y la suciedad. Pedía limosna para sobrevivir. Su rostro, siempre bajo una capa de lodo; sus ropas, raídas y sucias. Su mal olor era una particularidad. Seguía a su maestra desde las sombras, tratando de aprender lo más rápido posible.
En esos días, sus manos estaban cubiertas por una pócima que provocaba hongos en la piel, dando picazón y mal olor, y, si esta no era curada adecuadamente, podía gangrenarse. Cuando alguna buena persona se acercaba a ayudarla con algunos billetes, caía en su trampa, llevándose su fingida gratitud y la mano contagiada.
Con el paso de los años, dejó de ser niña. Su inteligencia se desarrolló con su cuerpo. Cambió de estrategia: se volvió una señorita que llevaba a hombres a un cuarto de motel por las noches. Cuando caían en sus encantos y hechizos, hacía lo que quería con ellos, les sacaba dinero, los hacia llorar, los chantajeaba. Debía tener cuidado: sabía que no todos los hombres son fáciles de manipular y que la mayoría no son susceptibles a los hechizos o embrujos. Aun así, se arriesgaba todas las noches.
Como cualquier muchacha, se enamoró de un joven de su edad. Cumplía diecisiete años cuando conoció Salvador Ward, joven apuesto de cabellos sobre su frente, moreno tostado por el sol, ojos negros como su pelo, delgado como una espiga, un año mayor que ella. La deslumbró al cruzarse en la calle. Él disimuló muy bien, mientras ella se enojó por no despertar curiosidad, por no excitarlo, por no hacerlo que la mirase, porque su hechizo fracasó en él.
La segunda vez que se vieron, ella llevaba a cabo un proyecto, el cual dejó inconcluso por seguir a Salvador. Al terminar la tarde, se besaban en la banca de un parque, platicaron toda la noche, bebieron café, refrescos, comieron golosinas. Fue el mejor día de su vida. Al día siguiente, pagó con su piel. El proyecto debía llevarse a cabo y no fue así. El castigo impuesto por Lenna Krohm fue duro: su espalda pagó el precio, diez latigazos que ella aguantó estoicamente.
Seis meses de relación con Salvador le ablandaban el corazón a Helga. Dejó la vida nocturna donde se aprovechaba de hombres por pasar más horas con su novio. Poco a poco fue olvidando su formación. Pasaban días sin que viera a su maestra, la cual empezaba a percatarse de que algo sucedía. Fue por esos días de confusión cuando llegó al pueblo Sinaida Rand. Helga estaba en sus últimos días de aprendizaje, así que sintió en sus plantas de los pies la llegada de la bruja,